lunes, 6 de noviembre de 2017

EL POTAJE DE ESOPO 3

EL POTAJE DE ESOPO 3

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Deambulación primera

Uno puede perder los lectores de su blog por varios motivos. El primero es por no escribir: difícilmente hay lectores de páginas en blanco y menos todavía de páginas inexistentes. El segundo es por demorar la escritura entre una entrada y otra: la gente acude a la página reiteradamente y, como no encuentra nada nuevo, la abandona, y el día que hay algo nuevo no se entera o ya ha perdido el gusto por el bloguero. Hay un tercer motivo: que el bloguero escriba en exceso y canse a los lectores, que lo tacharán de pesado, ególatra y engreído con razón.
En estos momentos, me considero incluido en el segundo supuesto. Veo en las estadísticas del blog que no falta un picoteo de lectores, y no quisiera perderlos.
Pero de educación no tengo muchas ganas de escribir últimamente, aunque la educación es la cuestión por la que nació el blog y por la que los lectores se conectan a él de vez en cuando. Dudo mucho de que lo hagan por la calidad de mi escritura.
Y no me apetece escribir de educación porque tengo una queja muy grande —que se puede dividir en diminutas quejas— siempre que reflexiono sobre ella. Es una especie de tristeza crónica que nace de la impotencia de cambiar las cosas siquiera un poco.
Dejaré los comentarios sobre educación para el final de la entrada, pero no esperéis gran cosa.
Deambular significa “andar, caminar sin dirección determinada”. Existe el término deambulación, que es la “acción de deambular”. Hace tiempo que camino muchos días y mucho rato sin dirección determinada, bastante perdido. Esto incluye mi vida de docente. Por lo tanto, según las definiciones anteriores, podemos decir con propiedad que deambulo por la vida, una vida la mía, dicho sea de paso, bastante simple. Como podéis comprobar, esta entrada en el blog también es una deambulación, un ir de acá para allá por las ideas y con las palabras sin una dirección ni un plan determinados. Soy muy dado a poner nombre a casi todo, me gusta hacerlo, y a esta entrada y otras similares lo de deambulación le viene que ni pintado.
Sobre lo de poner nombre a las cosas, diré unos ejemplos. Mi coche, que es una furgoneta Berlingo, se llama Josefina, Josefine en francés, porque la compramos un 19 de marzo: no creáis que me rompo la cabeza. Tengo una bicicleta de paseo, negra y bien preparada, con sus guardabarros y todo, que se llama Bernarda y que, por cierto, la vendo a buen precio. Con ella voy a trabajar. Ya tengo una sustituta de la Bernarda: la Aurelia. Aurelia es blanca, con el manillar con forma de cuernos de cabra, es más sencilla y funcional, con un solo piñón, y más cómoda que la Bernarda para bajarla y subirla en el ascensor. Todo esto venía por lo de las deambulaciones.
He acabado de leer varios libros. Ayer por la mañana terminé “La banda de los niños” del italiano Roberto Saviano. Este buen hombre está perseguido por la camorra napolitana a causa de la publicación de “Gomorra”, un libro donde cuenta los entresijos de las mafias violentas que controlan gran parte de la vida económica y social del sur de Italia. “La banda de los niños” me ha defraudado un poco, esperaba más de Saviano. “Gomorra” me parece un libro excelente de corte periodístico, pero “La banda de los niños” patina como novela: los personajes no están bien trabajados, los diálogos están faltos de naturalidad y falla la verosimilitud. Saviano debería haber hecho un reportaje sobre la formación de las bandas juveniles en Nápoles, que se le da mejor. Por desgracia, este pobre hombre está encerrado para conservar la vida y un libro así requiere patearse mucho la calle, y él ahora no puede. A pesar de todo, Saviano tiene una escritura profesional, suelta y eficaz.
Otro libro que recientemente me ha impresionado ha sido “La rebelión de Atlas” de Ayn Rand. Según la reseña de la contracubierta, esta voluminosa novela —unas 1.300 páginas— es el libro más leído en Estados Unidos después de la Biblia. No sé si exagera el comentarista, en cualquier caso, lo ha leído mucha gente. Los personajes son industriales del acero, dueños de vías ferroviarias, ingenieros y otras gentes del mundo de los negocios. Rand te lleva al corazón del capitalismo, a su filosofía. Creo que estropea la novela un poco cuando introduce elementos fantásticos o alarga innecesariamente algunos monólogos. De todas formas, la novela me parece fantástica en su conjunto y, personalmente, me ha ayudado a comprender un poco mejor el mundo en que vivimos.
Hablemos un poco de poesía, en concreto de una poetisa de Leganés: Eloísa Pardo. Su último poemario, “Besos de nitroglicerina en el corazón”, es de lo mejor que he leído de poesía hace tiempo. Intento leer a poetas contemporáneos, pero naturalmente no todo me convence. Tuve el honor de presentar a la autora —fui el humilde telonero— en la presentación del libro en la librería Punto y Coma (Leganés). Leyendo el libro me preguntaba de dónde había salido esta mujer. ¡Impresionante su escritura! En mí este poemario consiguió que sucediera la experiencia poética: me acercó a la belleza y me puso en la senda del conocimiento, del “conócete a ti mismo” de los griegos.
Si me dais “bola” —me dirijo a los lectores—, comentaré más libros en estas deambulaciones. No digo lo que leo en estos momentos, porque lo poco agrada y lo mucho enfada.
Voy cerrando esta primera deambulación. Aquí va lo de educación. Ya os he avisado antes que no esperarais mucho, pero en las entradas de este blog no puede faltar alguna referencia directa al hecho educativo, si bien hablar de libros y de cultura es propio del mundo de la educación, ¿no?. Tampoco me desvío tanto.
Sólo os adelanto algunos planes. Sigo dándole vueltas a lo del niño como ciudadano con derechos, que puede ser una buena entrada. Tengo in mente otra entrada que se puede titular: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. La escuela pública es a la que matan y la que se muere sola. Otra idea posible sería comentar algunos fragmentos de “Democracia y educación” de John Dewey. Me atrae esta idea. En fin, ya veremos.
Me gustaría que todo fuera de vuestro agrado. Si hacéis comentarios no os cortéis, ni en los comentarios contrarios ni, por supuesto, en las alabanzas, si es que esto y este (el menda lerenda) las merecen.
Pasad un buen lapso de tiempo de aquí a la siguiente entrada.

Carlos Cuadrado Gómez


sábado, 3 de junio de 2017

EL POTAJE DE ESOPO 2

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El mejor

Como la gente lee en general tan poco, parece que un servidor lee mucho. Pero no tengo un buen concepto de mí como lector. Leo libros por puro gusto —en estos momentos, El cuadern gris de Josep Pla— y libros por motivo de estudio, que no es que me desagrade leerlos —me gusta leer cualquier cosa antes que estar de brazos cruzados, y de todo se aprende, también de lo malo, y de lo malo, mucho—, pero, a diferencia de los libros de placer, para los que no tengo escrúpulos en gastar dinero, por algunos libros de estudio no quiero gastarme un euro. Y de algunos la única condición que pongo para leerlos es que sea de gorra. Si me los dejan o me los regalan, vale. Si no, puedo llegar a la eternidad sin esas lecturas en mis neuronas.
A veces, por la sana curiosidad de conocer el mundo que me rodea más allá de mis propias aficiones, leo libros que están de moda. Es el caso de Cincuenta sombras de Gray, que fue un best seller hace unos años y tal vez siga siéndolo. Sólo leí el primer tomo de la trilogía, con uno ya me hice una idea del libro, que comenté en su día en desayunos y sobremesas. Ahora he leído La nueva educación. Los retos y desafíos de un maestro de hoy de César Bona, editado por Plaza y Janés. Me lo han dejado. En la portada del ejemplar que tengo se anuncia en una pegatina redonda y roja que el libro va por la 14.ª edición y que se han vendido más de cincuenta mil ejemplares.
Antes de comentar el libro, diré que me he molestado un poco en buscar información sobre César Bona en Internet: tiene 45 años, es aragonés y está en la lista de los mejores maestros del mundo del Global Teacher Price de 2104, un concurso para saber quién es el mejor maestro del mundo. Como Bona es el único español que por lo visto ha llegado a esa lista, es calificado por algunos medios de comunicación como el mejor maestro de España. Sinceramente, hasta el momento no tenía ni idea de que existiera ese premio. Lo otorga una fundación con sede en Londres, la Varkey Foundation, y al ganador le dan un millón de dólares que, la verdad, no es moco de pavo.
Bona no se llevó los dólares, pero estar en la lista le ha lanzado a la fama y, hombre, algún dinerillo extra a la nómina de maestro estará sacando. De momento, en la segunda entrevista que le hace Andreu Buenafuente, Bona, al que de aquí en adelante llamaremos de vez en cuando El mejor, confiesa que está en excedencia y que aprende mucho viajando por el mundo —entendemos que a gastos pagados—, hablando con mucha gente y dando conferencias, muchas de ellas promovidas por instituciones privadas que serán generosas con los emolumentos del conferenciante, supongo. Todo es un suponer, tengamos la fiesta en paz.
He podido ver y oír algunas entrevistas o conferencias de El mejor en La Sexta Noche, en Tutorías en Red y en otros vídeos de You Toube. De Bona no he leído Las escuelas que cambian el mundo ni una adaptación que tiene del Quijote. Si alguien me los deja, los hojearé con mucho gusto. Pero creo que, para lo que voy a comentar aquí, con La nueva educación y los vídeos me es suficiente.
Procederé por partes, las partes que me salgan. Lo haré sin mucha planificación, como parece que Bona da sus clases y escribe los libros.
Bona está encantado de conocerse a sí mismo. Es normal, vivir con El mejor a toda hora, dentro de él, debe de ser muy agradable. Yo nunca he tenido esa experiencia. Desconfío de la gente que insiste en demasía en la humildad como hace Bona cada vez que abre la boca. Me recuerda a futbolistas, como Ronaldo, o a pilotos de Formula 1, como Fernando Alonso, que insisten en que ellos no son nada sin su equipo, en que hacen lo que pueden, en que no son los mejores. ¿Alguien se cree la humildad que estos tipos profesan con los labios apretados? Por lo visto, Bona llega a la lista de los mejores sin él quererlo, porque otros vieron que él era El mejor y lo presentaron al susodicho concurso casi con nocturnidad. Bona, si uno no quiere, no se mete en esos jolgorios, que conste.
He de decir que Bona es un maestro. Conoce la práctica docente y lo que dice, cuando baja un poquito a lo concreto, es propio de alguien con horas de clase entre niños. Esto lo digo a su favor, porque hay por ahí sujetos, como José Antonio Marina, que se atreven a opinar de educación, aunque en su vida nunca hayan metido una fila en clase o nunca hayan cuidado un recreo; se nota que no tienen ni idea de la cuestión, pero venden libros; son un fraude. Bona no, Bona es maestro de Primaria.
Bona suele decir generalidades: que el niño participe, que el niño descubra, que colabore la familia con el profesor, que el niño venga contento a clase, que no le coartemos su creatividad, que la escuela sea un lugar de encuentro y crecimiento, que el maestro también aprenda de los niños, etc. Todo esto está muy bien, Mr. Bona, nadie se lo va a negar. Eso se viene diciendo desde los tiempos de Comenio y, si me apura, desde Sócrates. Pero El mejor no necesita remontarse tan atrás en el tiempo. La Escuela Nueva y otros psicopedagogos son más recientes: María Montessori, Decroli, Piaget, Vigotsky, Giner de los Ríos, Constance Kamii, Freinet, etc. ¿Los conoce usted? ¿Los ha estudiado a fondo? Jamás los menciona. ¿Qué menos si uno tiene el atrevimiento de hablar de una nueva educación? Pero que por esto no se preocupe  El mejor, porque la ignorancia de la historia es uno de los males más extendidos de nuestra sociedad. Por cierto, no parece que El mejor haya trabajado en equipo jamás, es un francotirador. Ni para bien ni para mal, menciona nunca a algún equipo pedagógico, claustro o colectivo de maestros.
Las generalidades difusas no aportan nada a la mejora de nuestro enfermo sistema educativo. Y crean una opinión simple y falta de análisis, tan de moda en nuestra ágora o espacio público. Cuando Bona pase de moda, si te he visto, no me acuerdo. Tiempo al tiempo. Esta ilusión escolar al gusto del oyente hace más daño que beneficia. En España hay muchos colegios cuyas dinámicas internas dependen fundamentalmente del barrio donde están y de su población escolar, y hay lugares realmente complicados, heridos me atrevo a decir, cuya “cura” requiere algo más que un caldo de gallina pedagógico. No todo son colegios y maestros chachis frente a colegios y maestros cutres. Bona, ese es un dualismo burdo, una simplificación peligrosa, que lanzada en los medios de comunicación sólo puede crear expectativas falsas. El amor a la escuela, la dedicación a este noble oficio o arte, requiere frecuentemente sufrimiento en el docente, y eso usted, por lo visto, no lo conoce. Hay ambientes educativos, realidades duras y dolorosas, que Mr. Bona no ha pisado. Y esos alumnos también son ciudadanos con derechos, con los mismos derechos que los demás.
Y es que a El mejor todo le sale bien. En la sarta de experiencias o, mejor dicho, anécdotas que se relatan en el libro, todo le sale bien. Y el ramillete de dificultades que se encuentra El mejor lo resuelve con gran habilidad y acierto. A veces eleva algunas anécdotas, como la de que un niño le enseñó a tocar el cajón, a la categoría de tratado pedagógico. En el libro me encuentro con un picoteo o selección de colegios y anécdotas de clase que parece sacado de los mejores momentos de la historia de la educación.
Para Bona la palabra didáctica no existe. La impresión que me da el libro es que El mejor trabaja por ciencia infusa y por impulsos místicos. No hay sistema. Y cuando hablamos de sistema, Bona, no nos estamos refiriendo a una estructura cerrada como un cerrojo. Pero ir a lo que se nos ocurra todos los días es tan malo como no moverse un milímetro de una programación. Me gustaría saber las metodologías que emplea El mejor para la enseñanza de la matemática básica, para promover el pensamiento científico o favorecer el desarrollo de la expresión y el gusto artísticos. Ya sabemos, compañero, que el sujeto es quien aprende, que el maestro crea las condiciones para que eso suceda, para que el niño construya el aprendizaje. Pero de cómo lo hace usted, no dice nada de nada. Y, si algo cuenta al respecto, se trata de técnicas que ya no tienen nada de novedosas.
Dos cosas que no me gustan de su clase: esa lista negra y los anónimos que recoge un cabecilla de sublevados. Ambas estrategias me parecen de dudosa moralidad. Lo de colocar a los alumnos en equipos es más antiguo que comer con los dedos; eso lo hace bien. Hay más cosas que no me gustan de su clase como el rincón y la figura de la abogada. Tendríamos que comentarlo en directo.
De los problemas reales de la educación en España usted no habla. Tengo la impresión de que el libro, que está escrito muy correctamente, que se lee rápido y bien, que es cómodo para el lector, es un producto editorial bien hecho, en la línea de la literatura de autoayuda que tanto prolifera hoy en día. Habría que saber qué parte es de Bona y qué parte es de los correctores de estilo de la editorial. Es un libro que no crea problemas en las librerías donde se vende, en los programas de televisión y en las conferencias que El mejor da en las facultades de magisterio o pedagogía. Plaza y Janés jamás se atrevería a publicar La escuela del entretenimiento.
¿Cómo remato yo esto?, me pregunto. Estimados lectores, hago un alto en el camino. Voy a hacer la comida y a comer, y a ver si se me ocurre algo. Hoy es sábado, ahora mismo son las 13:30 h y estoy solo en casa. Voy a hacerme unos espaguetis salteados con ajo y beicon. Me tomaré también un vaso o dos de vino blanco fresquito que tengo en la nevera. Y un kiwi de postre, que es bueno para el estreñimiento. Tomaré un café con leche condensada, que me gusta mucho. Luego vuelvo.
Ya estoy aquí. Ahora son las 19:25 h. He comido bien, no me he desviado ni una pizca del menú que he anunciado líneas más arriba. Me ha dado tiempo en este lapso a hacer la compra semanal y a plancharme unos pantalones. Las tareas domésticas también forman parte de la vida diaria.
Dicho todo lo anterior, imagino que Bona es un tío majo y, seguramente, haríamos buenas migas. Yo he aprendido lo que sé, la pedagogía ratonera o la pedagogía de supervivencia, que es la buena y la que me saca de los apuros —algunos pasamos muchos apuros—, fundamentalmente de mis compañeros, de mis vecinos de aula, y, por supuesto, de mis alumnos, que son mis compañeros de trabajo más inmediatos. No he tenido que ir a recorrer el mundo a ver qué pescaba. He tenido la fortuna de tener a buenas maestras a mi lado. Y digo maestras porque en mi ya larga vida docente sólo en una ocasión he tenido un compañero de nivel. Y cuando más he aprendido y mejor he trabajado ha sido cuando hemos podido trabajar en equipo. Por lo visto, El mejor no ha tenido tanta suerte.
Lectores del blog, in mente tengo dos futuras entradas: El niño, un ciudadano con derechos y Una escuela de francotiradores. Pero ahora viene el siempre frenético final de curso. Lo dejaremos para después del verano.

Carlos Cuadrado Gómez

miércoles, 3 de mayo de 2017

EL POTAJE DE ESOPO 1

EL POTAJE DE ESOPO 1

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Juego simbólico

Algunas lectoras del blog me reprochan que hace tiempo que no escribo entradas nuevas, que se meten en él y que van a dejar de hacerlo, porque desde el 9 de octubre de 2016 no hay nada fresco. Me defiendo diciendo que últimamente no tengo mucho que decir, que estoy en otras escrituras y que estoy dejando la pedagogía como quien deja de fumar o de beber, que es una adicción todavía peor. Pero tienen razón.
Como quien ha dejado el vicio del tabaco y teme que, si fuma un cigarrillo, continuará fumando una cajetilla tras otra, tengo miedo de empezar de nuevo a hablar de educación. Soy un maestro en activo y temo que, cada vez que hablo o escribo del tema, alguien cercano pueda darse por aludido o pueda ofenderse. Nunca es mi intención, pero no me puedo sacudir la impresión de que ese peligro acecha a mi puerta. No obstante, caeré en la tentación y cargaré con las consecuencias.
En esta nueva etapa del blog, no quiero hacer entradas muy largas ni muy sesudas, como algunas del histórico, a las que dedicaba bastante tiempo para documentarme y ofrecer una información contrastada y rigurosa. A partir de ahora hablaré de lo que me venga en gana, opinaré libremente de los temas que me vayan surgiendo a salto de mata. En boca cerrada no entran moscas y quien tiene boca se equivoca, por lo tanto, no estoy libre de errores y meteduras de pata. Si estuviera calladito, eso no me pasaría. De antemano, perdonen las molestias.
Un poco de humor —si es que alguna vez consigo que ese rasgo adorne mi prosa, yo que no tengo ni pizca de gracia como me dicen y repiten mis allegados— y unas risas nunca vendrán mal. La educación es una cosa muy seria, pero con un poco de humor parece que la verdad —la mía, claro— duele menos. Con todo, no renuncio a la tristeza y al dramatismo cuando vengan a cuento, que de todo hay y habrá.
Aviso que me enrollaré de mala manera. Y me desdiré sin ningún pudor. Sin ir más lejos, la primera en la frente: las entradas no serán sesudas, pero podrán ser largas. Montaigne en sus Ensayos habla de lo que le da la gana, sin mucha planificación que digamos. Machado en su Juan de Mairena va desgranando meditaciones a lo Séneca, aparentemente a lo mecagüen diez. Josep Pla en su Cuadern gris cuenta su vida y la vida según le va sucediendo, a toro pasado. Pues, salvando las distancias, un servidor irá en esa línea.
¿De dónde me saco lo de El potaje de Esopo? El potaje es una comida en la que se mezclan legumbres, verduras y alguna cosilla más, y es aplicable a mixturas variopintas. Mi primera idea era llamar a esto miscelánea, que significa mezcla de cosas, y en literatura, obra en la que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas (DRAE). Entre ambas palabras, prefiero potaje, que es más popular y tiene más gracia. ¿Esopo? Desde hace años, cuando voy al Museo del Prado, me paro sin falta a mirar el Esopo de Velázquez. Me recuerda a mi tía Filomena, que tenía una pose parecida al hombre del cuadro, que sé que es un hombre por el rótulo que puso Velázquez, porque, si no nos dicen el sexo del personaje, podríamos decir de él que es hombre o mujer indistintamente. La cara del personaje es para mí la viva imagen de la sabiduría; es la cara de alguien entrado en años, con ojeras, con sufrimiento acumulado y con la comprensión de la vida que da vivir con los ojos abiertos. La sabiduría, que no tiene sexo, nos hace más humanos, nos hace conocer y conocernos —que es lo mismo— y nos conduce al desencanto. Todo eso refleja la cara de Esopo. Esopo lleva un libro en la mano, tiene los pies deformados, suponemos que del mucho caminar de acá para allá, y un barreño a su vera, posiblemente para meter los pies en agua caliente con sal para relajarlos y luego rasparles las durezas. Me parece que un maestro o una maestra debería ser una especie de Esopo reencarnado, si es que realmente quiere servir de algo a sus alumnos. En conclusión, que El potaje de Esopo es un buen título, sonoro y sugerente, para estas meditaciones o comentarios a vuela pluma, pienso yo.
Vayamos al tema de hoy. Últimamente tengo la sensación de que los colegios son grandes centros en los que se practica el juego simbólico a toda hora y por parte de todos los sectores. Se juega a la escuela como se juega a los astronautas, a las casitas o a las tiendas. Imagino a niños y a niñas jugando juntos, descreo de los juegos simbólicos por sexos.
Los niños y las niñas juegan a preparar su mochila en casa, y luego a ponerse en la fila, sacar cuadernos y libros, anotar deberes, hacer como que atienden, levantar el brazo cuando se pregunta, jugar en el recreo, hacer exámenes, recibir refuerzos sociales, soportar castigos, etc. Pero realmente al niño no le llega la cultura, no se le brinda la oportunidad de pensar, él cumple con el rito, pero todo se queda en el rito. Está recogido unas horas en el colegio y aprueba exámenes, pero aprende poco.
Los padres y las madres juegan a ser padres y madres con niños y niñas que van al colegio. En el mejor de los casos, preparan con ellos las mochilas, les dan un consejo antes de que entren al colegio, los esperan a la salida, les preguntan qué tal el día y por los deberes, les recuerdan que tienen que estudiar. Pero realmente viven al margen del aprendizaje de su hijo. Quieren que no venga con problemas y que apruebe los exámenes, con buena nota, por supuesto, que nadie se meta con él, que no sufra mucho o nada para aprobar. Van a entrevistas escolares y reuniones generales, rellenan autorizaciones y se wasapean con otros padres y madres para comentar cosas del colegio. Con eso viven tranquilos, pues interpretan cabalmente su papel. Ante el maestro aparentan mucho interés y preocupación por su hijo, pero luego no les duelen prendas que el niño se pase la tarde entretenido con videojuegos y que en la casa no haya un clima de sosiego y estudio. Muchos niños se tiran horas haciendo deberes, cuando los podrían hacer en un rato corto si el ambiente fuera el adecuado. No entro aquí en la cuestión deberes, que es harina de otro costal.
Y los que más juego simbólico juegan son los maestros y las maestras. Juegan a escribir sus programaciones —cómo venga el inspector…—, subir y bajar filas, dar las lecciones del libro de texto, poner exámenes y corregirlos, poner notas, hacer semanas culturales, salir de excursión, acudir a las sesiones de evaluación y del claustro, participar en algún curso de formación. Pero realmente están en otra órbita. No son transmisores ni facilitadores del acceso a la cultura. Sufren, porque sufren un montón, porque el oficio es duro y con muchas aristas, pero educan poco. Tienen sensación de fracaso, de no obtener buenos resultados de su esfuerzo, pero rehúyen una vida dedicada al estudio y no toman medidas profesionales valientes que supongan esfuerzo y constancia. Es difícil que se adopten medidas colectivas de calidad en un colegio. Mantienen las apariencias, cumplen con ritos que no les complican la vida y no se meten en los charcos en los que puedan ensuciarse de barro. Los ritos pueden cumplirse con un sumun de prudencia, una prudencia estéril.
La Administración no se escapa del juego simbólico. Juega a planificar recursos humanos y económicos. Juega a inspeccionar el sistema educativo, que no se diga que no están pendientes. Y juega a hacer evaluaciones externas a los centros, a hacer estadísticas, a escribir medidas de mejora que nunca se ponen en práctica.
Todo esto es una simple sensación, que me deja amargor en la boca, como una almendra amarga o el vino amargo de Rafael Farina. No me hagan mucho caso, soy consciente de que opino de modo sesgado. Pero, si se animan, comenten la entrada, sería interesante.
Para abrir boca en esta sección bautizada como El potaje de Esopo, es suficiente por hoy.


Carlos Cuadrado Gómez

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Esopo
Velázquez (Museo del Prado)