domingo, 20 de octubre de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 11

EL POTAJE DE ESOPO 11

Resultado de imagen de esopo velazquez

Deambulación novena
Curso incierto

Hace un mes que comencé esta deambulación, un 15 de septiembre. Al día siguiente, llegó a mis manos, quiero decir que compré, el libro de Andréu Navarra Devaluación continua (Tusquets, 2019): me atrajo por el comentario que sobre él se hacía en un artículo de El País. Aparqué las notas que había tomado y leí con sumo interés este libro que se adentra en la realidad de nuestra educación secundaria pública, una realidad que imagino, pero de la que no tengo un conocimiento directo.
Tengo la sensación personal de que vivimos, en comparación con no sé bien qué otros momentos de nuestra historia contemporánea, tiempos de incertidumbre. En breve habrá unas nuevas elecciones generales que, posiblemente, arrojarán resultados similares a los que hubo en las pasadas, de modo que la constitución de un gobierno no está asegurada. Este bucle de imprevisibilidad política, en opinión de la gente que dice que sabe de dinero, perjudica gravemente nuestra situación económica, que puede verse salpicada para mal por una nueva crisis económica mundial, por las consecuencias del Brexit o por la guerra comercial liderada por Trump. En Cataluña la situación es terrible, tristemente terrible, y sin duda afecta a la estabilidad de nuestras instituciones.
¿Qué tiene que ver esto con la escuela? A primera vista, parece que nada. Pero, con independencia de que seguimos con la ley Wert, que es como estar sin ley, y de que el asunto educativo está fuera de la agenda política y de los dineros públicos (no se habla de nuevas inversiones en escuela pública), la situación de las familias de nuestros alumnos es económicamente cada día más precaria —estos vaivenes políticos y económicos les hunden más si cabe en la miseria— y el deterioro psicológico y social de las familias de los barrios es muy preocupante.
Después de más de tres décadas de ejercicio profesional, sé que no estoy en una escuela mejor que aquella en la que fui maestro novel. La escuela de ahora no es estructuralmente mejor. Y no quiero decir que aquella fuera una escuela excelente, porque no lo era. En España nunca ha habido una escuela de calidad que sirva de punto de referencia, pero en estos momentos estamos peor. Lamentablemente, la mediocridad es nuestra seña de identidad,
Y estamos peor porque la sociedad está peor. La escuela es motor de cambio social cuando la sociedad está por el cambio social y se apoya en ella. Si la sociedad no quiere, la escuela cambia poco lo que la rodea.
No me gustan los falsos optimismos. Prefiero el realismo, y, si la realidad es gris, es gris. Ya veremos cómo salimos del atolladero, pero en el atolladero estamos. No reconocerlo es demorar la búsqueda del remedio y, si lo hay, su puesta en práctica. Personalmente tengo mucha esperanza en mis compañeros jóvenes, los que están llegando a la escuela pública y, con coraje, están comenzando su carrera profesional. Yo estoy en el último periodo de mi profesión de maestro, pero la vida sigue. Si puedo hacer algo positivo, será con ellos, codo con codo. Y, sinceramente, creo que lo hacemos.
El género de la deambulación permite este tipo de excursos de corte panfletario. Los panfletos me disgustan, pero es difícil no ser panfletario cuando se habla de educación, como veremos.
El libro de Andréu Navarra tiene dos partes bien diferenciadas.
En la primera, Navarra hace una descripción cruda y directa de lo que pasa en los institutos de secundaria que pone los pelos de punta, pero que es bastante objetiva. Él ha trabajado, y no sé si continúa trabajando, en institutos de secundaria de Cataluña, pero lo que cuenta creo que es extrapolable al resto de España.
En algunos puntos, coincide conmigo en lo que expuse en 2013 en el libro La escuela del entretenimiento. Estoy seguro de que Navarra no ha leído mi ensayo, pero hay observaciones y reflexiones de “sentido común” que compartimos.
En esta primera parte, a la que me he asomado con mucho interés, se confirman mis sospechas o corazonadas sobre la educación secundaria.
El clima es irrespirable por la indisciplina estructural que imposibilita dar una clase con un mínimo de silencio y de respeto entre alumnos y profesor y entre alumnos entre sí. Ir a dar clase es un acto de valentía y una actividad de alto riesgo psicológico y, a veces, físico. Un sector ampliamente minoritario del alumnado impide con su conducta disruptiva y agresiva el aprendizaje de la gran mayoría. Ahora no entro en las causas y los remedios, simplemente constato este hecho, que es real como la vida misma.
Otras muchas cosas me llaman la atención. El término ciberproletariado, por sí mismo describe una generación de alumnos —en breve serán ciudadanos con voto— enganchada de modo alienante a móviles, videojuegos y similares, con una capacidad atrofiada para el pensamiento crítico y una capacidad de concentración muy mermada. Hay un sector de alumnos que, sistemáticamente, entrega los exámenes en blanco: llega, se sienta en su silla, está mano sobre mano, a la hora de comer se va a su casa, y hasta mañana para hacer lo mismo. Es alarmante el uso de ansiolíticos en esta población joven, que supera al alcohol y al tabaco como droga de inicio. Para muchos alumnos de secundaria de los institutos donde trabaja Navarra, las chucherías son la dieta básica a diario: no son un complemento de otros alimentos cocinados o precocinados, directamente son todo lo que comen. Es una dieta de las clases sociales más bajas, en cuyas familias no se planifica un menú semanal, cada uno se busca la vida como puede. Y las chuches son baratas.
Estoy de acuerdo con Navarra en lo nocivo de la burocracia inútil que tienen que rellenar los profesores, papeles para guardar las apariencias y que nadie lee, salvo que sea para incomodar. El tiempo se va en programaciones prolijas, proyectos, informes, estadísticas, en vez de dedicarlo a “preparar” las clases.
Aunque más adelante se contradiga, Navarra critica a esos seudopedagogos, impostores del tipo de Marina, que opinan sobre cómo salvar la escuela de los profesionales que trabajan en ella, que dicen esto se debería hacer así o asá, que lo que falta es esto o aquello, con un lenguaje categórico y apocalíptico. Son sujetos que jamás han pisado un aula como las que pisamos los maestros de verdad y que no tienen ni idea de educación ni de didáctica. Saldrían corriendo a los cinco minutos de un aula de primaria o de secundaria. ¿Qué pueden aconsejar? Eso sí, tienen unos medios de difusión que no tenemos los demás. Los entrevistan, los contratan parar dar charlas como expertos de no sé qué, publican libros y artículos. Hacen más mal que bien. Mejor no escucharlos, porque a los profesionales nos ponen de mal humor.
En la segunda parte, cuando Navarra intenta avanzar soluciones para atajar esta preocupante situación, se vuelve tan panfletario como los autores a los que les ha reprochado su panfletarismo. Asombrado veo que cita a Marina y a otros como fuente de autoridad de lo que dice. ¿En qué quedamos, Navarra? Navarra escribe muy bien, pero al libro le sobran unas setenta y cinco o cien páginas: repite ideas en un crescendo apocalíptico para lucimiento de su prosa. Son páginas innecesarias, y en el género del ensayo lo redundante es una mácula.
En ese tono de “listo de la vida”, Navarra reivindica una escuela de élites en la que él pueda dar clase a gusto y ser el profesor chachi que todo el mundo quiere ser. Pero la realidad es más cruda.
Yo también reivindico desde hace muchísimo que los hijos de la clase trabajadora que quieran estudiar puedan hacerlo con garantías en la institución pública, y lo peleo a diario con uñas y dientes. No tienen dónde ir, y tienen derecho como ciudadanos a acceder a la cultura con garantías. Es una obligación ineludible de la escuela pública en cualquiera de sus niveles. Pero ¿qué hacemos con los demás? ¿Qué hacemos con esa massa damnata? También son ciudadanos.
Navarra contrapone una pedagogía tradicional, que es la buena, a una pedagogía nueva, que es la mala y causa principal de los males descritos y de otros muchos. Pero no define ni una ni otra, en una contraposición maniquea de tertulia televisiva o radiofónica. Desbarra y exhibe una ignorancia atrevida, en mi opinión, cuando afirma categóricamente que «el constructivismo genera analfabetismo funcional». ¡Hombre, Navarra, que habías empezado muy bien! ¿Qué sabes tú, si dices esto, de psicología del aprendizaje? ¿Cómo te atreves a juzgar tan alegremente lo que ignoras? Y desvarías irresponsablemente cuando opinas sobre los alumnos de integración y la educación especial. ¡Caray, un poco de prudencia, amigo!
Como ejemplo para una avanzadilla elitista que iluminaría el camino de la futura escuela, sufragada por bolsillos de particulares, porque «deberá ser privada» en un primer momento, Navarra mira con ojos golosos al Michaela School de Londres, «inspirado por Katharine Bilbalsingh, quien pensaba que se debía volver a la educación llamada “tradicional” y trabajar la autodisciplina del alumno. La educación tradicional es la que triunfa: no hay más que observar el caso de Finlandia». ¿Qué quieres que te diga, Navarra? Esto no tiene arreglo por esos derroteros. ¡Qué malo es lo público!, ¿verdad, Navarra? Y qué facilito todo si os hiciéramos caso a iluminados como tú. ¡Como los demás no tenemos ni idea!, ¿verdad, Navarra? En cualquier caso, te agradezco el esfuerzo del libro que, reconozco, invita al debate pedagógico, ausente incluso en los ambientes docentes. Una prueba es esta entrada en este blog.
En fin, estimados lectores, pienso que por ahí no llegarán los remedios. Tenemos en España una situación novedosa en nuestra historia que no hemos sabido solucionar todavía: todo el mundo va al colegio de los tres a los dieciséis años. ¿Cómo se da respuesta a tan variopinta población? Reconozcamos que la cosa no es fácil. En próximas entradas, me mojaré y expondré cómo veo yo el asunto.
Está claro que los institutos de secundaria no han dado en los últimos años respuesta al problema. ¡Es que es muy difícil, compañeros! Tenemos alumnos con diversos niveles de inteligencia y formación y el café para todos no vale ni a unos ni a otros. Y el sistema tradicional de exámenes y notas de 0 a 10 ha demostrado su fracaso total para afrontar este nuevo escenario educativo.
Hace treinta años, los alumnos que llegaban a los institutos de secundaria habían pasado por la criba de la EGB. Al BUP sólo pasaban los que habían aprobado 8.º, pero ahora llegan todos. Quien no quería o no podía estudiar se incorporaba al mercado laboral con catorce o quince años y, por lo tanto, ya no “molestaba” más en un centro escolar. Es un panorama nuevo que ha desbordado a una institución y un profesorado que no estaba preparado para esta avalancha.
La indisciplina es el mayor el problema y la mayor preocupación en estos momentos de los cuerpos docentes en todas las etapas educativas, problema que se agrava por la actitud de muchas familias. Evidentemente hace falta un mínimo clima de silencio y respeto para enseñar y aprender. Ya hablé en una entrada anterior de la situación de acoso laboral del profesorado. Posiblemente, tendríamos que tener una tolerancia cero con la violencia en las aulas y con la indisciplina. Todo el mundo tiene abierta la puerta del aula, siempre que no impida el trabajo y el aprendizaje del resto, que tiene el mismo derecho.
Hay otros asuntos relacionados con el sentido de la educación y el modo de educar en esta nueva era. Pero por hoy lo voy a dejar aquí. En próximas entradas, como he dicho más arriba, continuaré con este asunto, no escurriré el bulto. Ahora que estoy en activo es el momento de opinar y de proponer soluciones.
La sociedad y la escuela, que forma parte sí o sí de la sociedad, es algo vivo y cambiante y, en consecuencia, incierto. El curso que ya ha comenzado, que está en su primer tramo o trimestre, se presenta tan incierto como los que le han precedido, por todo lo que he expuesto y por mucho más, pero hay que afrontarlo con valor y temple. Ponernos nerviosos y derrumbarnos nos hace daño y no sirve para nada.
El principio de incertidumbre de Heisenberg es una genialidad científica de este físico alemán, pero vivir en la “incertidumbre” puede generar grandes dosis de ansiedad. Venga, hay que aguantar, “hacer bien el trabajo diario” (perdón por la simpleza, pero esto es así) y buscar remedios “reales y caseros” partiendo de la “realidad” y del “sentido común pedagógico” (sé que no lo defino, como hace Navarra, y vuelvo a pedir perdón).
Hoy es domingo. ¡Mañana, a clase!

Carlos Cuadrado Gómez


viernes, 9 de agosto de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 10

EL POTAJE DE ESOPO 10

Resultado de imagen de esopo velazquez

Deambulación octava
Sobre libros (II)
Lecturas de verano

Las “lecturas de verano” a que me refiero son “mis” lecturas de verano, las que acabo de hacer o estoy haciendo.
Descreo de las “lecturas de verano” que se recomiendan en revistas y anexos culturales de los periódicos. Se suelen referir dichos anexos a lecturas ligeras, poco complicadas, novelas simples, fáciles, sentimentales, de aventuras, libros de autoayuda o de jardinería. Pienso que cualquier libro puede leerse en cualquier estación del año. Es más, posiblemente las lecturas “pesadas” sean más aconsejables en verano, cuando, gracias a las vacaciones, se tiene más tiempo y los problemas laborales están aparcados. Esas lecturas “ligeras” quizás entren mejor durante el año laboral, como relax de las muchas tensiones que padecemos. Pero cada uno verá. Tampoco soy yo quién para dar consejos tan a la ligera. La cuestión es que se lea.
Empezaré por los libros que ya he leído.
Bomarzo, de Mujica Lainez, llegó a mis manos en junio para pasar el tiempo de espera en una sala de hospital. Es una relectura. La tenía pendiente. Releo muy poco, pero Bomarzo estaba en la lista de las relecturas. ¡Cuánto he podido gozar! Más que la primera vez, hace no sé cuántos años. Coincidimos leyéndolo mi amigo Vidal y yo, y qué bien lo pasábamos comentando este o aquel pasaje. Por ejemplo, cuando Pier Francesco Orsini deja morir a su hermano mayor en el río, con la anuencia de su abuela. La novela se mete en la mente de un hombre del Renacimiento italiano, en la época álgida de los Médicis, el papa Clemente VII y Carlos V. Imprescindible para comprender la época y muy emocionante. Junto con Yo, Claudio, de Robert Graves, es para mí la mejor novela histórica que he leído.
Entre junio y julio también terminé La huida del tiempo, de Josep Pla. ¿Qué puedo decir de uno de mis autores de referencia? Pla recorre el calendario, por estaciones, comentando lo que le da la gana: fiestas, comidas, lugares, flora y fauna, costumbres, encuentros, personajes. ¡Qué más da! Que escriba de lo que quiera. Siempre es genial. Es un maestro en contar la vida diaria. Admirable.
He concluido Poesía completa de Ida Vitale, premio Cervantes 2018. El libro me lo regaló la UPL de Leganés junto con Memoria de la nieve de Julio Llamazares el día del homenaje a Eloísa Pardo en el José Monleón de Leganés. Leí antes a Llamazares, que combina en este libro poesía versificada con poesía en prosa. Me gustó mucho. Pero voy a Ida Vitale. He tenido que leer su Poesía completa para reconciliarme con ella. Lo admito: es una gran poetisa. Pero lo mejor de Ida no es lo primero ni lo último de su producción poética, sino lo del medio, lo de los años de madurez (me refiero a edad, no a momento psicológico). Lo del medio es excepcionalmente bueno. El libro está ordenado de más moderno a más antiguo, y hay que esperar bastantes páginas antes de llegar a lo bueno, que, desde luego, merece la pena.
Sigo teniendo entre manos Migajas de filosofía, de Soren Kierkegaard, que sigue su curso. También he comenzado Sofistas, testimonios y fragmentos, una edición muy cuidada de varios expertos en literatura griega. Los griegos me apasionan, ¡qué le vamos a hacer! Me parecen geniales. Ahora estoy con Protágoras y os aseguro que me tiene cautivado. Después de aquella gente, todo es decadencia. Perdonadme la exageración, pero es lo que me viene a la boca.
De modo sistemático, dedicándoles horas a diario, estoy leyendo Ana Karenina de León Tolstói y Los padres de la Iglesia de José Vives. Ambos libros son voluminosos.
Deseaba volver a Ana Karenina, porque lo leí muy joven, no sé si era una versión íntegra, y recuerdo que tuve mucho lío con los nombres, especialmente con los Alexéi Alexándrovich. ¿Marido, hijo, amante? Ahora lo estoy disfrutando más. Tengo bien localizado a todo el mundo. León Tolstói es genial. ¡Qué manera de narrar bien algo, de crear un mundo con la palabra! Ana Karenina es con derecho propio uno de los grandes personajes de la literatura universal, junto a Madame Bobary o la Regenta. Me tiene realmente pillado Tolstói. Son más de mil páginas de ebook, que vuelan como una gaviota. Para escribir esta novela hay que conocer en profundidad la propia sociedad y los entresijos de la condición humana. La lectura es directa y fácil, algo que sólo consiguen los genios. Si escribiéramos una novela de nuestro tiempo como Tolstói, dentro de doscientos años nos leerían, seguro. Ralentizaré la lectura para saborearla mejor.
Los padres de la Iglesia es una antología de los escritores cristianos de los siglos I-III d. C., anteriores a San Agustín. Tengo necesidad de leerlos en directo para comprender una época que puso las bases de lo que somos en la actualidad, no sólo como Iglesia, sino también como sociedad. En esas fechas se produce el paso del Dios de los profetas al Dios de los filósofos. Ellos hicieron un enorme esfuerzo y un gran trabajo de hermenéutica de los textos de la Sagrada Escritura y del “fenómeno Jesucristo” para los hombres y mujeres de su época, inmersos en la cultura helénica, una cultura marcada especialmente por el platonismo, un platonismo que seguimos sufriendo en el siglo XXI. Los leo con pasión, no puedo evitarlo: Ignacio de Antioquía, Justino, Ireneo de Lyon, Orígenes, etc. Fueron tremendamente cultos y geniales, pero nos dejaron una herencia hermenéutica que debe evolucionar en los tiempos que vivimos, adaptarse a la mentalidad y al lenguaje de los hombres y mujeres del siglo XXI. Quiero aprender de ellos, de su metodología de trabajo, para continuar la Cristología de la periferia que perfilé en mi libro Prolegómenos a una cristología de la periferia. En tanto no termine los Santos Padres, no acometeré la continuación de la anunciada cristología. Empiezo el capítulo de Orígenes, que promete.
También estoy siendo sistemático desde hace tres días con un libro de Adela Cortina: Aporofobia, el rechazo al pobre. Hace unas semanas, vi en YouTube una entrevista de ella hablando sobre esta cuestión que me cautivó. El término aporofobia está admitido en el Diccionario de la Real Academia, y se define como fobia o rechazo a las personas pobres. Me está pareciendo un ensayo de gran lucidez
Entre los libros nonatos, he de citar dos. Ambos verán la luz antes de Navidad, pero, de momento, son manuscritos en manos de los autores y sus amigos. El primero es Haro y yo, de mi amiga Eloísa Pardo. Haro es su anterior perro, fallecido. Emplea el género del dietario y, he de reconocer, que se le da de perlas. El segundo es mío: Un año en bicicleta. Me hará mucha ilusión verlo publicado. He dejado cerrado el texto. A falta de cuatro flecos, ya está listo. Hacia octubre se podrá leer impreso. También es un libro con forma de dietario, donde cuento mi vida de ciclista durante un año.
Libro dietario es La vida a ratos de Juan José Millás, que me ha dejado mi amigo Juan Carlos. Antes de dormirme por la noche, lo voy leyendo precisamente a ratos. Quería leerlo de gorra y, gracias a Juan Carlos, así lo estoy haciendo. Entretenido, no tiene más comentario.
Estoy disfrutando mucho con dos revistas de bibliófilo que me ha enviado por correo mi amigo Félix de Cáceres. Una ha volado de París a España (Lire), y es un monográfico de Marcel Proust: 100 ans après son prix Goncourt. Con Proust tengo una relación personal muy intensa, desde los veinte años lo leo periódicamente. Félix lo sabe. De À la recherche du temps perdu he leído cinco de los siete volúmenes que integran la obra: afortunadamente me restan dos. Tengo la suerte de poder leerlo en francés, la lengua original. Proust juega en otra liga, nunca defrauda y crea adicción. La otra revista (Mercurio) está dedicada a Walt Whitman (Universo Whitman), a propósito del segundo centenario de su nacimiento. Para que Borges hable bien de él, ya tiene que ser bueno este inigualable poeta estadounidense.
El pasado 5 de agosto murió la escritora Toni Morrison, que fue premio Nobel de Literatura en 1993. Reconozco que no he leído nada de ella. Me he descargado varias novelas suyas. Empezaré por Paradise. Ya os comentaré.
Todavía queda mucho verano por delante. Disfrutad de la lectura y de los otros placeres cuanto podáis. La vida es breve y hay que pasarlo lo mejor posible.
Carlos Cuadrado Gómez

domingo, 23 de junio de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 9

EL POTAJE DE ESOPO 9

Resultado de imagen de esopo velazquez

Deambulación séptima
Acosados

Me ha costado decidirme a escribir sobre la vida laboral tensa de los docentes. Fácilmente se es corporativo y panfletario cuando se toca la fibra emocional propia y ajena. Pero en este blog de educación los docentes no suelen salir bien parados: si excepcionalmente hablamos bien de ellos, no pasa nada.
Lo que voy a contar es el pan nuestro de cada día de mi profesión, lo que a diario veo y vivo. Otros agentes relacionados con la escuela, vg. familias, alumnos, inspectores, concejales, periodistas, etc., quizás tengan una visión del asunto diferente o contrapuesta a la mía, con su correspondiente carga de verdad. La realidad en general admite muchas perspectivas, casi todas respetables.
Planteo que los maestros vivimos una situación normalizada de acoso laboral. En escuelas e institutos se viven muchos tipos de acoso, y la gravedad es trágica cuando los menores son las víctimas, una lacra que no podemos consentir, que hay que extirpar de raíz. Pero hoy toca hablar de los trabajadores de la tiza.
Especifico “acoso laboral”, porque en el caso de los docentes se produce en el ejercicio de su profesión y no en otro contexto.
De todas las definiciones que he consultado, he extraído cuatro requisitos imprescindibles para hablar de acoso laboral:
1. Debe haber algún tipo de hostigamiento o presión psicológica hacia la persona acosada.
2. Debe producirse en un entorno laboral, como es el caso de los docentes en el ejercicio de su profesión.
3. El hostigamiento no es puntual, no se circunscribe a casos aislados o excepcionales, sino que se produce de manera sistemática y continuada.
4. La persona acosada ve alterada su estabilidad emocional en el ejercicio de su profesión.
Considero que no es condición sine qua non que el perjuicio provenga de superiores jerárquicos. El daño puede originarlo cualquier persona relacionada con el individuo en su ámbito laboral y que, de modo consciente o inconsciente, lesione su dignidad como trabajador y, en consecuencia, su estabilidad psicológica, impidiendo el correcto desarrollo de su labor profesional, la enseñanza en nuestro caso.
Soy consciente de navegar por aguas procelosas, pero asumo los riesgos.
Los primeros que hostigan al docente son sus propios alumnos. Es muy corriente el mal comportamiento en las aulas, desde que se entra hasta que se sale. Habitualmente son conductas disruptivas que impiden el desarrollo normal de las clases: interrupciones gratuitas, de gamberreo, que distraen la atención del conjunto de los alumnos y del docente. Por parte del sujeto que interrumpe, es una falta de respeto descarada al trabajo del maestro y al derecho a la educación del resto de sus compañeros.
Son frecuentes las agresiones entre alumnos. Pero, por desgracia, el agredido directamente, mediante palabras o gestos, puede ser el propio docente.
Imaginen un médico al que le dan codazos mientras hace una cura, un mecánico al que le apagan la luz del foso mientras examina los bajos de un coche, un cocinero al que le retiran las cacerolas del fuego antes de llegar al punto de cocción del guiso o un barrendero al que insultan por la calle mientras hace su faena. En esas condiciones es imposible hacer bien el trabajo que se tiene entre manos y el nivel de ansiedad del sujeto acosado, porque eso es acosar, se dispara.
Ahora pónganse en la piel de un maestro y me cuentan.
Los disruptores se saben intocables. La gente dice: Yo haría esto, yo haría lo otro. No es tan fácil, amigos, la cosa no es tan fácil. En la mayoría de los casos, los sujetos disruptivos están apoyados o protegidos por sus familias, que no comprenden el mal que se hacen sus hijos a sí mismos y al resto, y que no ponen remedio en la parte que les toca. No exagero, quien va todos los días a trabajar a la escuela sabe que no exagero. Y quede claro que rechazo radicalmente cualquier tipo de violencia física o moral por parte del profesorado para atajar determinados comportamientos.
Las causas de las malas conductas, evidentemente, están en las biografías de los alumnos disruptivos. Si analizamos sus vidas, comprenderemos en gran medida su comportamiento. Pero el fenómeno es el que acabo de describir, y, un día tras otro, la tensión que vivimos pasa factura a nuestra estabilidad emocional. Las cuatro condiciones que dimos para hablar de acoso laboral se cumplen cumplidamente y de largo.
¿Podría negarse alguien a entrar en una determinada aula por sufrir acoso laboral? Al fin y al cabo, uno va a su trabajo a educar, a enseñar, a facilitar el acceso a la cultura a las jóvenes generaciones, no a pelear como un gladiador en el circo romano. La cultura es uno de los pilares de la escuela, la escuela no es un simple grupo de ocio juvenil o una institución militar. A veces se les pide a los docentes unas cualidades más propias de instructores militares que de personas que ayudan a crecer a otros. ¡Y mira que es bonito este oficio! Hoy por hoy, no creo que nadie legalmente pueda negarse a entrar a una determinada aula. Si no quieres entrar, tendrás que pedir una baja por depresión. Hay muchas bajas laborales de este tipo.
Las clases salen adelante con un esfuerzo ímprobo y un desgaste psicológico exorbitante de los docentes. Es muy difícil implementar didácticas alternativas en este ambiente hostil. No obstante, deberíamos hacer un análisis del planteamiento pedagógico general de la escuela española y, seguramente, llegaríamos a la conclusión de que hay muchas cosas en el estricto ámbito profesional que habría que cambiar. Los docentes, sin duda, son los principales responsables del funcionamiento de la institución educativa. Me temo que esto es la pescadilla que se muerde la cola.
Las familias, no todas ciertamente, son otro factor de desestabilización. Con una sola familia que quiera hacerte la vida imposible es más que suficiente.
¿Qué se comentará de nosotros en muchos hogares? Un alumno que escucha comentarios vejatorios de su maestro en casa no está en condiciones de convivir con él cinco horas pacíficamente y entusiasmado.
Desde las familias, se piden explicaciones prolijas sobre nimiedades o decisiones diarias que se toman desde el sentido común más elemental. ¡Qué daño nos hace eso! ¡Cuánto tiempo perdido en explicaciones insustanciales, en justificar trivialidades para evitar males mayores!
El maestro es sospechoso, haga lo que haga. Por el wasap de un grupo de padres y madres circulan las calumnias como la pólvora. Y acaban teniendo estatus de verdad. Si nos cuelgan un sambenito, no nos lo sacudiremos de encima en mil años. Un rumor infundado puede tumbar al más pintado. Las quejas al equipo directivo están a la orden del día. Una denuncia a la inspección o en un juzgado, aunque no tenga fundamento real, nos puede amargar la existencia, nos puede arruinar la vida. Aunque ganemos la demanda, el daño psicológico es irreparable.
Con lo que digo, no defiendo la impunidad de los docentes. Sin duda hay que verificar si las denuncias tienen base real. Pero el peligro permanentemente está sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles.
En esta tensa tela de araña, pueden entrar en juego la administración, los medios de comunicación, las editoriales y otros agentes sociales. De mil maneras se puede lastimar al cuerpo docente. Un maestro es muy vulnerable, es muy fácil hacerle daño, y uno lo sabe cada mañana cuando pisa el aula.
Imagino que la situación en Educación Secundaria es, si cabe, más complicada que en Educación Infantil y Primaria. Es un tramo educativo que no conozco directamente, pero no creo que me equivoque mucho. Tiene que haber institutos en los que el ejercicio de la docencia es arriesgado y peligroso.
Ni en las tribunas políticas ni en los medios de comunicación se analiza la responsabilidad de alumnos y familias en el fracaso escolar del sistema educativo. Supongo que no da rédito electoral pedir a estos sectores sociales que favorezcan la educación propia y la de sus convecinos, teniendo comportamientos civilizados en las aulas, poniendo los cinco sentidos en aprender, trabajando con ilusión para superarse, estando un poco pendientes de los hijos.
En el cuerpo docente hay de todo, como en botica, y no somos encantadores de serpientes, pero con la colaboración del alumnado y sus familias la calidad de la enseñanza mejoraría muchos puntos. Es muy difícil enseñar al que no quiere aprender. “¡Un poco de por favor!”, como decía el actor Fernando Tejero en su papel de portero en la serie Aquí no hay quien viva.
De todas formas, la relación tensa y conflictiva de alumnos y profesores es tan antigua como la propia institución escolar. Leyendo las Confesiones de San Agustín, un libro precioso y fascinante del siglo IV d. C., me llamó poderosamente la atención —todavía lo recuerdo, aunque hace casi veinte años que lo leí— el motivo que expone San Agustín para mudarse de Cartago a Roma. Subrayé de rojo el pasaje, de modo que me ha sido fácil encontrarlo:
Pero el motivo más importante y casi único [de trasladarme a Roma] fue que los jóvenes estudiantes de Roma —según había oído— eran más tranquilos y estaban sometidos a una disciplina más severa. No se les permitía, por ejemplo, irrumpir violentamente y cuando les viniera en gana en las clases de maestros que no fueran los suyos.  Tampoco eran admitidos en ellas sin el permiso del maestro. En Cartago, por el contrario, los estudiantes estaban sin control y su conducta era intemperante. Entraban alborotadamente y sin respeto en las aulas, trastornando el orden impuesto por el maestro en beneficio de los alumnos. Su estupidez era increíble, hasta el punto de cometer gamberradas que deberían ser castigadas por la ley, si la costumbre no los protegiera.
Como vemos, el gamberreo, el no dejar dar clase, el acoso al profesor, viene de lejos. San Agustín en aquellos momentos se dedicaba a la educación de jóvenes de las clases acomodadas. No imaginaba que algún día sería el obispo de Hipona. En Roma busca poder ejercer su profesión con dignidad, sólo eso. En la actualidad, solicitaría un cambio de destino en el concurso de traslados.
Muchos docentes demandan lo mismo: poder enseñar con unas mínimas condiciones de respeto, sin padecer tensiones y vejaciones gratuitas. Sin unos mínimos ambientales, es imposible desempeñar esta maravillosa profesión.
El riesgo de tener problemas de este tipo lo tenemos todos, nadie es invulnerable. No te pasa hasta que te pasa.
¿Soluciones? No quiero echar balones fuera, pero la cosa está complicada. No es vana palabrería decir que debemos aunar esfuerzos desde todos los frentes, estudiar estrategias y llevarlas a cabo. Todos nuestros alumnos, sin excepción, merecen un ambiente escolar amable donde recibir una educación de calidad. Como sociedad, mirando al presente y al futuro, no podemos permitirnos una debacle educativa. Reconducir ambientes dañados lleva su tiempo y muchísimo esfuerzo, pero ¿para qué estamos aquí?, ¿para qué somos maestros?, ¿para qué somos estudiantes?, ¿para qué tenemos hijos? 
Mientras tanto, un mientras y un tanto que van para largo, maestros y maestras, traguen saliva y afronten con valor cada día. Y, si tienen miedo, lo disimulan e intentan no venirse abajo. Lo último es derrumbarse. El instinto de supervivencia es un gran aliado. Y en las aulas tenemos de todo, también chicos maravillosos que nos piden que seamos fuertes, que estemos con ellos en el difícil mundo que les toca vivir, que no nos rindamos, porque somos para ellos un punto de referencia valiosísimo. Por unos y por otros —todos son ciudadanos con derecho a la educación—, y por nosotros mismos, aguantemos el tipo.
¡Suerte!
Carlos Cuadrado Gómez

viernes, 15 de marzo de 2019

La puerta de Luna

Por fin,
ya lo tengo en mis manos...


¡Espero que disfrutéis con el!
PARA CONSEGUIRLO
(Varias opciones)
*
En contacto directo con el autor
*
Librería La Libre de Barrio
C/ Villaverde, 4
28912-Leganés
Tlf.: 91.227.29.52
*
Librería Punto y Coma
C/ Torrubia, 1
28911-Leganés
Tlf.: 91.693.12.76

viernes, 1 de marzo de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 8

EL POTAJE DE ESOPO 8

Resultado de imagen de esopo velazquez

Deambulación sexta
Sobre libros (I)

Tengo un poco seca la fuente de la meditación pedagógica. Campanuda frase para comenzar esta deambulación que voy a dedicar a mis lecturas, que, más que hacerme pensar o aumentar mis conocimientos, me dan compañía en el desierto de la vida. He pasado de lo campanudo a lo ampuloso. Perdonadme, estoy verborreico.
Hoy mis comentarios se refieren a los libros que últimamente he leído o a los que tengo ahora mismo entre manos. ¿Cuáles son los límites de ese últimamente? Son imprecisos, digamos un mes, mes y medio o dos meses.
Procederé por géneros.
En estos momentos, estoy releyendo la novela Don Segundo Sombra del argentino Ricardo Güiraldes. Es un clásico de la literatura gauchesca junto al Martín Fierro de José Hernández, ese largo cantar de gesta, que es la biblia de los argentinos. He vuelto a Don Segundo Sombra por casualidad. Como tengo la rodilla derecha perjudicada, voy a diario a una sesión de magnetoterapia: me tumbo en una camilla media hora y me ponen encima de la rodilla un arco magnético. Yo no siento nada, pero algo hará el aparato. La hora de comienzo es las cinco de la tarde, una hora muy torera. Los primeros días llegué con la intención de dedicar la media hora a la lectura. ¿Qué leo? Miré en mi biblioteca y tomé el volumen de Güiraldes porque el formato del libro es pequeño, es de esas colecciones de cuasi-mini-libros, con las cubiertas en piel roja, manejables para leer tumbado. Yo paseo el libro de mi casa a al centro de rehabilitación, pero realmente dormito la media hora, a lo sumo leo un párrafo. Ahora bien, como Don Segundo Sombra me ha enganchado, lo leo por los rincones de mi casa, de día y de noche, que es como se leen los libros que gustan. Esta novela y El viaje del Beagle de Charles Darwin son los responsables de mi afición a los caballos y de que, hace cinco años, decidiera aprender equitación en el Club Hípico Leganés. Y ahí sigo.
Recientemente he leído dos novelas: Todo el mundo sabe de Guillermo M. Schrem y La novela de Pepe Ansúrez de Gonzalo Torrente Ballester.
La novela de mi amigo Guillermo es policíaca. Pasadas las primeras veinte páginas, entré en un estado de lectura compulsiva, que no me abandonó hasta llegar al desenlace. Supongo que es lo que pretende quien cultiva este género. Guillermo lo consigue.
El día de la presentación de Todo el mundo sabe, que fue en una cafetería del Carrascal (Leganés), salí de la magnetoterapia y, camino de la cafetería, paré en la biblioteca Julián Besteiro para hacer tiempo. La biblioteca estaba abarrotada de estudiantes empollando sus apuntes. Me di una vuelta por la sección de novelas y tomé en préstamo La novela de Pepe Ansúrez. Es una vacilada de don Gonzalo, pero ¡tan bien hecha! Don Gonzalo nunca defrauda. ¡Es formidable!, tal vez el mejor novelista en lengua española del siglo XX.
Concluyo la sección de novela con mi César Aira. Lo descubrí por casualidad, viendo el programa de televisión Página 2, un programa que es un escaparate descarado de las grandes editoriales. El presentador me parece tópico, típico y patético. Pero ese día entrevistó a César Aira, y yo estaba allí. Aira es un novelista y ensayista argentino que en ambos géneros ha conseguido hacer algo distinto, algo profundamente distinto. Sus obras son breves, entre ochenta y ciento veinte páginas, y se van construyendo sobre la marcha, o esa es la impresión con que se queda el lector. Parece que ni el propio autor sabe qué pasará dos páginas más adelante. Y todo con una imaginación espectacular y una prosa prodigiosa. Lo último que he leído ha sido El sueño, donde se cruzan los destinos de vendedores de periódicos, madres solteras de un centro de acogida, monjas de carne y hueso y monjas cibernéticas. ¿Quién da más? Lo primero que leí de Aira fue La costurera y el viento. En espera tengo Varamo.
Hay obras de Francisco Umbral que no sé catalogar. Es el caso de Mortal y rosa y Diario de un escritor burgués. La segunda obra es la que acabo de leer. Me decanto por incluirla en el género de literatura de dietario. El gran dominador del género es Josep Pla, pero últimamente no he leído nada de él y, por lo tanto, no hago ningún comentario sobre su obra. Umbral cuenta más o menos su vida durante uno de los años de la transición española a la democracia, siendo presidente de gobierno Adolfo Suárez. Umbral fue un cronista excepcional de esa época, con agudeza, mordacidad y sentido del humor. Es uno de los mejores prosistas de la segunda mitad del siglo XX, un escritor con una sensibilidad exquisita, en lo que dice y en cómo lo dice. Umbral es sencillamente genial. De vez en cuando, acudo a él para leer literatura de calidad y encontrar algo de sosiego como lector. Es un puerto seguro.
Paso al ensayo. Estoy con Soren Kierkegaard. Más adelante diré por qué. A algunos os sonará de aquello que decían Faemino y Cansado: «¡Qué va, qué va, qué va, / yo leo a Kierkegaard!». Comencé con El concepto de angustia y ahora leo Migajas filosóficas. Mis referencias de Kierkegaard vienen de que es uno de los filósofos principales del existencialismo y de que influyó bastante en el pensamiento de Miguel de Unamuno. En El concepto de angustia me parece un filósofo menor. Creo que en la obra peca de psicologismo barato, y no consigue que al lector le quede claro ninguno de los conceptos que intenta explicar. Mi impresión es que él no se comprende a sí mismo. Simultáneamente he releído San Manuel Bueno Mártir de Miguel de Unamuno. En la cincuentena, que es el periodo de la vida en el que estoy, don Miguel me ha parecido un novelista notable, pero con un pensamiento religioso muy inmaduro. Las Migajas filosóficas me están interesando más, por el hecho de que se habla de Sócrates, Platón y otros filósofos griegos, que siempre son atractivos. Cuando acabe las Migajas filosóficas, leeré Temor y temblor, y ahí lo dejaré.
Salí de las pasadas Navidades con María Montessori y sus Ideas generales sobre el método bajo el brazo y continué con El método de la pedagogía científica. Son ensayos pedagógicos. Buscaba algo de luz para mi profesión, maestro de escuela, y regresé a una de mis pedagogas favoritas. Montessori es un faro en estas tinieblas pedagógicas en que vivimos. Sí que me ha iluminado, por el sentido pedagógico de su método y por dos o tres cosillas concretas, que intento llevar a la práctica en mi trabajo diario. Tengo pendiente tomar algunas notas y pergeñar algunos esquemas.
Hace un par de semanas he concluido La lengua y el género, del académico Pedro Álvarez de Miranda, donde se aborda la cuestión del lenguaje no sexista o lenguaje inclusivo, que es uno de los debates lingüísticos que se están produciendo a pie de calle. Álvarez de Miranda, con rigor filológico y buen humor, explica la estructura del español en relación con el género de las palabras y analiza los posibles derroteros evolutivos de nuestra lengua en este terreno. Hay que dar tiempo al tiempo antes de tirarse a la piscina, porque los fenómenos lingüísticos, para que supongan cambios estructurales y no se queden en modas pasajeras, necesitan precisamente tiempo. Recomiendo su lectura para evitar ciertas ideas preconcebidas y prejuiciosas que tienen poca base gramatical. De paso, el lector repasará la gramática española que estudió en la escuela y en el instituto, cosa que nunca está de más y que siempre viene bien.
Termino con la poesía.
El libro de Modesto González Lucas Poetas en la sierra de Gredos, que he tenido la suerte de presentar con el autor en dos ocasiones, me ha abierto la puerta a poetas ignotos para mí, entre ellos Ramón de Garciasol y Víctor Pérez. El poeta principal del libro, en su parte ensayística y en su parte antológica, es Miguel de Unamuno. Por eso, he releído San Manuel Bueno y Mártir y estoy con Kierkegaard. De rebote, por aquello de la mala costumbre de comparar a los poetas y, por lo tanto, considerar a Antonio Machado el mejor poeta de la Generación del 98, estoy releyendo apasionadamente la poesía completa de Machado. ¡Ay, don Antonio, qué bueno eres! En un rapto de entusiasmo, proclamo que Campos de Castilla deberíamos memorizarlo todos por devoción, y, si no hubiere devoción —hay gente para todo—, por obligación. No os podéis imaginar lo que estoy disfrutando con Machado. Habrá que dedicarle una deambulación monográfica.
De mi amigo Modesto ayer mismo concluí El cuenco de los haikus. Muy interesante. Todavía es un borrador. No sé si terminará en libro impreso. Mi ignorancia sobre la poesía japonesa es supina. Sólo he leído haikus sueltos y el libro de Luis González Carrillo En la frontera. Habrá que explorar esta veta.
Un poeta al que sigo y del que procuro leer todo lo que publica en castellano y en catalán es Pere Gimferrer, uno de esos grandes sabios que tenemos en España y que tan poco conocemos. Su último libro de poesía es Las llamas. ¡Extraordinario! Como me ocurre con otros poetas, entro un poco frío en sus libros. Los primeros poemas parece que pasan sin pena ni gloria, como una cosa anodina, pero, a medida que avanzo, la temperatura sube progresivamente muchos grados, y no me queda más remedio que admirar al poeta y volver a aquellos primeros poemas fríos. Y me los encuentro desafiantes y calientes, y reprochándome mi mediocridad de lector. ¡Cuántas lecciones recibe uno y cuántas me quedan pendientes!
Tengo que mencionar el Poema del cante jondo de Federico García Lorca. El pasado 22 de febrero de 2019 celebré con unos amigos el día de Andalucía, que es el 28 de febrero, con la palabra, el vino y el cante. Recité unos versos de este libro del gran Federico, que nos tocaron el corazón y nos emocionaron. Federico tiene magia y duende en sus versos, ¡qué le vamos a hacer!
Termino. Estoy esperando como agua de mayo el nuevo poemario de mi amiga Eloísa Pardo Castro, autora de Pronto será oro el membrillero y Besos de nitroglicerina en el corazón. No dejéis de visitar su blog. Creo que el poemario se titulará Piel. ¡Cuánta falta nos hace!

Carlos Cuadrado Gómez