domingo, 14 de junio de 2020

En la brecha

EL POTAJE DE ESOPO 15

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Deambulación décima tercera
En la brecha
Este blog es de educación y, a causa de mis juegos y compromisos mentales, me veo obligado a decir algo sobre educación en este periodo prolongado de confinamiento, del que parece que vamos saliendo a tientas y que ha trastocado profundamente nuestra vida individual y social, si no para siempre, sí temporalmente, sin que sepamos el punto final de este periodo extraordinario de nuestra historia.
La escuela, sin paliativos, se ha visto afectada por la pandemia. En unas semanas, hemos pasado de una escuela presencial a una escuela online, un cambio realizado a toda velocidad y que ha supuesto un extraordinario esfuerzo de adaptación para niños, profesores y familias.
Con mayor o menor acierto, a tientas casi siempre, la institución escolar no ha cerrado sus puertas —los bares sí han cerrado, por una vez les hemos ganado en algo— y ha continuado funcionando como tal institución de modo telemático, con más repercusión emocional o afectiva que cultural, lo cual no es para nada negativo, todo lo contrario.
Los meses que van de marzo a junio han sido tremendos y terribles en nuestra sociedad, y la escuela, que forma parte de la sociedad, no se ha escapado del sufrimiento. Las consecuencias de todo esto se irán viendo en los meses venideros.
Está mediado junio, las vacaciones se tocan con la punta de los dedos y septiembre está a la vuelta de la esquina. ¿Qué pasará en septiembre? ¿Se abrirán los colegios? Si se abren, ¿en qué condiciones? Estas son las preguntas del millón y pienso que, por mucho que digan, nadie sabe la respuesta.
En relación con el hecho educativo, sólo se me ocurren obviedades. Una obviedad tiene un marcado carácter individual: lo que es obvio para uno no lo es para otro. Las obviedades se comunican a gente cercana que comparte la misma sensibilidad de obviedad. En este terreno nos moveremos hoy.
Mis obviedades las puede pensar cualquiera y pecan de todo menos de originalidad. Estoy cansado de leer artículos y ver vídeos de educación en los que el disertador luce su verborrea pedagógica diciendo lo que vemos todos, pero que parece que sólo lo ve él, y soltando una moralina para el futuro que, sinceramente, es estéril, no vale para nada. ¡No tenemos ni idea de lo que pasará! Rellenen páginas o minutos de cámara, ¡seguimos sin tener ni idea!
El mes pasado leí un artículo que me llamó la atención: “La revolución de los copiones” (El País, 2 de mayo de 2020), en el que se explicaban las técnicas de copieteo en trabajos y exámenes con los medios informáticos que se están empleado masivamente durante la pandemia (no hay otros medios ahora, evidentemente). Hay que reconocer que algunos trucos son realmente ingeniosos y eficaces. En el artículo, algún “experto” sacaba cosas positivas de este moderno copieteo cibernético. Pero a mí el artículo me produjo una tolerable tristeza. Porque, ni siquiera en estos momentos de escuela online, nos salvamos de que el personal (alumnos, profesores, familias) prime el aprobado sobre el aprendizaje. El sistema no ha renunciado a la falacia de las notas, a la fachada de humo de los exámenes, y no ha reaccionado en favor del aprendizaje. Era una oportunidad de oro para centrarse en el saber y pasar de la lacra de los libros de texto y los exámenes, en un momento en el que la sociedad hubiera tolerado prácticas pedagógicas de otro tipo. Ahí se quedó la oportunidad. ¡Chicos y chicas, para sobrevivir en este sistema, hay que buscar el aprobado, lo siento, no os queda otra!
No esperéis hoy de mí palabras optimistas. No me salen. Tampoco mencionaré a los políticos: esos me producen amargura y mucha desolación.
La brecha tecnológica es el término usado para decir que los pobres no tienen de nada y los ricos tienen de todo. Los niños pobres en el mejor de los casos tienen un teléfono móvil para toda la familia y los niños ricos (no hace falta nadar en millones, es suficiente con unos padres de clase media) tienen todos los medios tecnológicos necesarios para participar con garantías en una escuela online.
La situación pandémica no ha creado esta brecha tecnológica, simplemente ha sido el excipiente para que quede cristalina como el agua la brecha social entre pobres y ricos. Hablar de brecha tecnológica es como hablar de pobreza energética. Hablemos de pobreza pura y dura: los pobres no pueden pagar un recibo de la luz que les permita tener las casas calientes en invierno ni pueden comprarles un ordenador potable a sus hijos, ni tienen las habilidades informáticas necesarias para echarles una mano. ¡Si no se la echan cuando la situación es normal!
Ni siquiera este confinamiento ha agravado la brecha digital (brecha pobres/ricos), simplemente la ha sacado sin complejos a la luz, por si no estaba suficientemente clara.
Las diferencias sociales ya son evidentes en la escuela presencial, que no es una escuela para tirar cohetes. Al fin y al cabo, lo telemático es un reflejo de lo presencial, ¿qué podemos esperar?
Siendo realistas, cuatro meses sin escuela en la vida de un niño no son para rasgarse las vestiduras. En septiembre volverán más maduros y, posiblemente, asimilen mejor los conocimientos que no se les han ofrecido en estos meses. En la escuela de las apariencias que tenemos, se tiene mucha prisa y —seamos razonablemente optimistas por un momento— posiblemente este parón le venga bien a más de uno. Ya veremos.
Lo que me desazona bastante es pensar, con o sin razón (más con ella que sin ella), que en la escuela transformamos poco la realidad. Nuestros alumnos están mejor con escuela que sin escuela, por supuesto, pero no somos capaces de mejorar las condiciones y el futuro de las personas de los barrios marginales, que son nuestros barrios. Ese determinismo social que vivimos —siempre lo ha habido, pero ahora es muy virulento— me pone el alma en los pies y me desarma como maestro de la escuela pública.
¡Qué perdidos estamos, caray!
¿Qué nos queda? Nos queda el corazón. Personalmente, tiro de corazón. Y confío en que el corazón tire de la inteligencia, como otras veces. Tengo claro que no puedo dejar en la cuneta a mis alumnos, que hago y haré todo lo posible por que estén bien, que buscaré con mis compañeros de colegio las mejores soluciones para ellos, que no escatimo ni escatimaré esfuerzos, y eso me hace estar ilusionado —sin perder de vista la cruda realidad— y consigue que tenga sentido esta bella profesión de ser maestro. La enseñanza es un arte, no es una simple técnica, y en el arte el corazón es un elemento esencial. Ahora no nos queda más remedio que tirar de corazón, de estar en la brecha con el corazón.

Lo que estamos viviendo tiene muchos flecos, todos ellos comentables. Con la confección de las cortinas de hoy, hemos cumplido como “sastres del bolígrafo y la tecla” de momento. Tiempo habrá de atender a este o a aquel fleco.

Carlos Cuadrado Gómez
  Leganés, 14 de junio de 2020