viernes, 16 de junio de 2023

Cartas a Ramón (16 de junio de 2023)

 CARTAS A RAMÓN
 Dibujo de Cartas y sobre pintado por en Dibujos.net el día 13-05-15 a las  16:15:35. Imprime, pinta o colorea tus propios dibujos!
Duodécima carta
16 de junio de 2023
Querido Ramón:
    Nos quedan pocos días para acabar este curso 2022/2023. 
    ¿Tendremos nueva ley de educación en septiembre? Los resultados de las elecciones generales del 23 de julio tendrán la última palabra. En los años que llevamos de democracia, no ha habido cambio de partido político en el poder sin una nueva ley de educación. El actual partido de la oposición asegura que será fiel a esta tónica reformadora y que, si gana, derogará la ley actual.
    Una de las consecuencias de esta inestabilidad legislativa es que, con excepción de la estructura del sistema educativo (etapas y ciclos), la vida escolar camina al margen de la ley de turno. El personal docente hace lo que puede con su mejor o peor sentido común y, en la mayoría de los casos, ni siquiera se lee la ley de cabo a rabo. No le queda más remedio que rehacer proyectos de centro y programaciones didácticas, pero estos documentos se quedan en un cajón y se funciona a la buena de Dios. En el curso que acaba se han retocado currículos y programaciones de los cursos impares —así ha sido en Educación Primaria al menos—, y quedan pendientes los referidos a los cursos pares para el curso que viene.
    Cada partido político debe de tener un equipo de “literatos pseudo-pedagógicos” que se encarga que renombrar con nomenclaturas y neologismos de postureo los conceptos elementales de la pedagogía. Parece que se cambia algo por transmutar “los palabros”, pero las cosas siguen igual o peor, porque realmente no se abordan los problemas que tenemos en las aulas y los retos educativos del siglo en que vivimos.
    ¡Qué aburrimiento! ¡Qué hastío! ¡Qué pérdida de tiempo!
    No estamos, amigo Ramón, en la tesitura que dice de sí mismo Cervantes en el prólogo de su Persiles: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan». Seguimos pisando el polvo de las aulas y de los patios, peleando con ilusión y con ganas. Por eso, con los dos pies y el corazón dentro de la escuela, no abandonamos la reflexión sobre la educación.
    La institución escolar, como todo en el universo, está en permanente evolución. Es su estado natural y, mientras no desaparezca de la faz de la tierra, así seguirá. Evolucionan las sociedades, las ideas, incluso el pensamiento de un mismo individuo en interacción con los sucesos de su vida y de las huellas que imperceptiblemente le deja impresas el tiempo. ¿Cómo no va a evolucionar la escuela?
    La sociedad de 2023 no es la de 1998, por sólo remontarnos veinticinco años hacia atrás. La escuela, tampoco. Yo pensaba, romántico e inocente de mí, que la escuela era punta de lanza en la transformación social y que el entorno no influía tanto en ella, sino al contrario. ¡Qué equivocado estaba, Ramón! La escuela, en el mejor de los casos, acompaña los cambios y avances del conjunto de una sociedad que está por mejorar, es un elemento más de los periodos de progreso, sin embargo, no los inicia. Siempre ayudará a individuos concretos, los protegerá o los impulsará en su crecimiento personal, pero transformar la sociedad en su conjunto es harina de otro costal.
    No nos extrañe, pues, que el laberinto de inestabilidad e indecisión social, política, científica y cultural de nuestro mundo se haya colado hasta la cocina en la institución escolar, que no sabe cómo responder a esta imprevisible y compleja situación. Los principios de la “vida líquida” formulados por Bauman son también sus principios. Podemos decir que estamos en los tiempos de la “escuela despistada”.
    La volubilidad legislativa es suficiente motivo para este despiste, pero pienso que el factor más importante en estos momentos es la inundación tecnológica de corte cibernético que se nos cuela sin piedad, que llega a los rincones más insospechados de nuestra vida diaria. Posiblemente es lo más definidor de nuestra cultura actual: en el futuro se nos recordará como la generación que comenzó la era de la cibercultura, a la que define el DRAE como «conjunto de hábitos generados por el uso continuado de los recursos informáticos».
    ¿Cómo nos afectará, fuera y dentro de la escuela, la naciente Inteligencia Artificial? Creo que nadie lo sabe, pero genera admiración y zozobra a la vez. La imposición neocapitalista o neoliberal de los últimos inventos al conjunto de la población, o inundación como he dicho más arriba, hace imposible sustraerse a estas realidades que se imponen a toda velocidad, con unos periodos de adaptación para el individuo y para las sociedades alarmantemente insuficientes.
    Uno de los pilares de la educación, el currículo, se tambalea. ¿Qué hay que enseñar? ¿Cuáles son los contenidos básicos que deben presentarse a los alumnos? ¿Qué consideramos culturalmente imprescindible hoy en día? Sinceramente, yo estoy bastante perdido y también veo perdidos a los demás. Con el pretexto de “¿esto para qué sirve?”, caminamos por un pantano de aguas movedizas.
    ¿Y el conocimiento? ¿Qué es, qué significa conocer hoy en día? ¿Todo conocimiento tiene que estar mediado por un soporte tecnológico para que sea conocimiento? ¿Se confunden camino y meta? ¿Los medios y los fines?
    También estamos desnortados en relación con las didácticas. No tendremos claro qué enseñar, pero el cómo tampoco. Proliferan programas y aplicaciones de cualquier área del conocimiento. Hay tal cantidad que es imposible conocer y dominarlo todo y, por otra parte, no contamos con medios tecnológicos físicos suficientes, ni en calidad ni en cantidad, de manera que hoy por hoy sería imposible utilizarlos con fluidez en una clase de veinticinco alumnos.
    Esto produce inseguridad y de rebote, como dice mi amiga Gema Palacios —de la que aprendo un montón, aunque ella no lo crea—, se hace un uso casposo y anticuado del libro de texto, porque, al final, es el que, por desgracia, da seguridad al docente y proporciona cierta estabilidad a lo largo de los cursos escolares. Las didácticas de la Escuela Nueva han brillado por su ausencia en tiempos pasados y siguen brillando por el mismo motivo. No hay una renovación didáctica eficaz y gratificante para alumnos y profesores, que están en tierra de nadie, a merced de ocurrencias pasajeras de no más de dos cursos escolares.
    ¡Hay tantas preguntas y debates pendientes, Ramón!
    Concluyo expresando una preocupación bastante extendida entre el profesorado: ¡la falta de atención y de concentración de los alumnos! Asociados a esa falta, son llamativos los problemas de memoria de niños y jóvenes. No estoy diciendo que se porten mal, que haya jaleo en el aula. Los alumnos pueden estar muy tranquilos, contentos de estar en el colegio, pero no atienden. Y, sin atención y concentración, es muy difícil que se produzca el aprendizaje, o, en el mejor de los casos, los aprendizajes están “entre alfileres”. Una causa muy posible de estas carencias, como vengo diciendo, es el uso abusivo e indiscriminado de las tecnologías en cualesquiera de sus manifestaciones. Hay niños y adolescentes que desperdician horas y horas al día manejando videojuegos y redes sociales. Eso no puede ser bueno. Y los adultos, que también cargan con su propia tecno-adicción en la chepa, contemplan el espectáculo con los brazos cruzados. Hay más causas, sin duda, pero esta es importante.
    Se me dirá que el problema no son las tecnologías por sí mismas, sino su uso. Un cuchillo corta, no tiene por qué ser un arma homicida. Con este aserto estoy de acuerdo sólo en parte: las tecnologías y las líneas de investigación no son neutras, ni antes ni ahora ni nunca. No lo fueron los carros del faraón de Egipto ni lo son los drones de la guerra de Ucrania. Pero ese debate lo dejo para otra ocasión.
    Llegan las ansiadas vacaciones de verano, que tanta falta nos hacen a los que trabajamos en los centros escolares: alumnos y profesores.
    Sería una pena que nuestros chicos se pasaran los días muertos frente a una pantalla, dándole a la tecla y a los reflejos. Aconsejaría que leyeran, fueran a la piscina, salieran al campo, corrieran por la playa, jugaran con los amigos, hablaran con la familia. Pero no soy optimista. Me temo que la realidad será la que será: la que viene siendo en los últimos años. Y, por supuesto, los alumnos con menos recursos económicos y, por lo tanto, culturales, serán los que más horas se pasen con una máquina entre las manos y una pantalla frente a los ojos.
    Ya te contaré en septiembre.
    ¡Felices vacaciones a todos!
Siempre tuyo:
Carlos Cuadrado Gómez