domingo, 9 de septiembre de 2018

EL POTAJE DE ESOPO 6

EL POTAJE DE ESOPO 6

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Deambulación cuarta
El carnicero

Hace unos días, tomando unas pizzas con unos amigos, les anuncié el título de esta deambulación: El carnicero. ¡Qué ocurrente eres!, me dijeron echándose unas risas. La combinación de El carnicero con la educación, tema central de este blog, les evocaba películas de terror del tipo Viernes 13, Los chicos del maíz o Pesadilla en Elm Street. Enseguida se les ocurrieron los títulos de una saga: Carnicería en la escuela, El carnicero 2, El regreso del carnicero, etc. La gente siempre tiene la mente preparada para el humor negro, y cuanto más negro mejor. Esperé a que pasara el estallido de jolgorio y me expliqué lo mejor que pude, soportando la media sonrisa burlona de mis interlocutores. Ya, ya, bien, bien, sigue, sigue.
Suelo comprar en una carnicería del mercado Sanabria de Leganés, que está muy cerca de mi casa. Desde niño, me quedo embobado mirando al carnicero: cómo le pasa la cheira al cuchillo, cómo da el corte limpio a una pieza de carne para sacar un filete perfecto, cómo trocea unas costillas de cerdo, cómo vuelve a pasar la cheira de modo tan natural, cómo separa chuletas de cordero lechal, etc. Un circo para mí. Ser carnicero no es una cuestión baladí, para nada. Es un oficio que requiere aprendizaje específico y años de práctica para ejercerlo con maestría. También me fascinan los mostradores de las carnicerías, con sus bandejas higiénicas y sus productos cárnicos, que parece que dicen cómeme. Antes de que esos manjares lleguen al mostrador, el carnicero habrá despiezado una ternera o un cerdo, para lo cual seguramente necesitará más pericia que para cortar un entrecot. Eso yo no lo veo, pero me gustaría.
Tengo una afición desmedida por navajas, cuchillos, espadas y hachas. No sé de dónde me viene, pues soy un claro pacifista (al menos de boquilla, que por algo se empieza). Me admiran los carniceros por su destreza con esas herramientas maravillosas y bien afiladas. ¿Y los conocimientos técnicos que tienen? Saben de todo: tipos de cuchillos, tipos de corte, tipos de carne, modos de conservación, ¡qué se yo! Y, para más abundamiento, dominan el arte de la morcilla, de la hamburguesa y del adobo. ¿Qué más se puede pedir?
Me dicen que también son muy hábiles los pescaderos y los polleros. Y es cierto, pero tienen menos glamur. El más bajo en la escala para mí es el pollero. Lo siento.
Pues bien, cuando veo al carnicero no puedo evitar que me asalte este pensamiento: «Yo no puedo hacer lo que hace un carnicero. No podría llevar una carnicería ni dos horas seguidas. Sin embargo, este carnicero, a poco que sepa de números y de letras, podría meterse en una clase y salir del paso. Y, en unas semanas, pasado el primer trago amargo, se bandearía con algo de soltura».
Puedo parecer exagerado, pero no es así. Veamos algunas evidencias:
Una. Cualquier ser humano tiene la capacidad de enseñar a otro ser humano. El contenido del aprendizaje potencial es incalculablemente múltiple. El requisito más básico, diríamos de Perogrullo, es que el que enseña sepa un poco más que el que aprende.
Dos. Consecuentemente, quien lea o haga las cuatro reglas puede enseñar a otro a leer, a sumar y a restar, que son, grosso modo, los conocimientos elementales de la escuela primaria.
Tres. El personal ayuda a sus hijos a hacer los deberes. Con más o menos acierto, los menores reciben el apoyo docente de sus padres, que hacen de profesores particulares sin gastarse un euro. Si una persona en casa ejerce el magisterio sin necesidad de tener la carrera de Magisterio, es lógico que piense que cualquiera puede hacerlo. Antiguamente, en muchas aldeas y cortijos, era el abuelo el que enseñaba a leer, o se contrataba a un maestro itinerante que enseñaba a la chiquillería del lugar las primeras letras a cambio de la manutención y un saco de garbanzos. No creo que aquellos maestros itinerantes fueran doctores en filosofía o científicos de renombre. El trueque era elemental: letras a cambio de garbanzos.
Cuatro. La metodología de muchos maestros de primaria y profesores de secundaria consiste en seguir el libro de texto como el manual de instrucciones de una batidora —párrafo siguiente, página siguiente—, en mandar deberes y, en el mejor de los casos, corregirlos con el solucionario que les proporciona la editorial de turno. No parece que hacer esto sea muy complicado.
Ignoro cuándo socialmente ser maestro fue considerado una profesión. Evidentemente la función de enseñar es antiquísima, pero su conversión en oficio como hoy lo conocemos es más reciente. No obstante, dicho lo dicho, a pesar de las diplomaturas o los grados de Magisterio que se cursan en la universidad, tengo mis dudas de que en nuestra sociedad, como profesión de peso, ser maestro tenga entidad. Por el contrario, todo el mundo reconoce que ser carnicero es una profesión en toda regla.
¿Ser maestro es una profesión? Gran pregunta.
Me voy al DEL (Diccionario de la Lengua Española). En la acepción 5.ª de maestro, que es maestro de primera enseñanza [sic], se dice: Persona que tiene el título de enseñar en las escuelas de primeras letras las materias señaladas en la ley, aunque no ejerza. Profesión se define como empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución. Busco profesional y me encuentro con muchas acepciones. Me llaman la atención dos: (1) Que practica habitualmente una actividad, incluso delictiva, de la cual vive; (2) Que ejerce su profesión con capacidad y aplicación relevantes.
De estas indagaciones —me apasiona zambullirme en los diccionarios, ¿qué le voy a hacer?—, deduzco que uno es maestro porque da clase, porque lo hace de modo habitual y porque cobra una nómina por esa actividad. Paso por alto que, según el DEL, se es maestro sólo con tener el título, aunque no se ejerza, y descarto que enseñar a leer y escribir sea una actividad delictiva. Llamemos a esta actividad docente magisterio, que puede significar (DEL), entre otras cosas, enseñanza y gobierno que el maestro ejerce con sus discípulos. Prefiero “alumnos” a “discípulos”, creo que es más exacto. Informaré a la Real Academia Española.
Vuelvo al carnicero. Si el carnicero es apañado, mañana mismo podrá ejercer profesionalmente el magisterio como yo lo hago yo, siempre que le paguen. No necesita mucho más. Si tiene el título, mejor; si no, tampoco pasa nada. Hasta hace unos años, a las oposiciones de magisterio podía presentarse un abogado, un enfermero o un perito industrial. En la actualidad, hay que tener el título de Magisterio. Ahora bien, si yo quisiera ser carnicero profesional, tendría que entrar en un largo periplo de aprendizaje antes de enfrentarme a la regencia de una carnicería.
¿Qué podría diferenciarme a mí de un carnicero en una clase de primeras letras? Esta pregunta me la hago muchas veces, lo juro. Para responder tengo que agarrarme de un hilo del DEL, cuando dice que un profesional es quien ejerce su profesión con capacidad y aplicación relevantes. ¿Y qué es ejercer el magisterio con capacidad y aplicación relevantes? Otra pregunta que me hago casi a diario.
Estimado lector, ahora mismo no sé cómo saldré vivo de esta deambulación, pero lo intentaré, por todos mis compañeros y por mí el primero.
¿Cuál sería el perfil de alguien que se dedica al magisterio con ciertas garantías de calidad? Puedo hacer una lista de bondades fantásticas propias de Las mil y una noches. Me contendré y me limitaré a enumerar sólo algunos requisitos que considero importantes para ser maestro. Con una mano de requisitos creo que es suficiente:
Uno. Debe ser un buen estudiante. Estar bien preparado en psicología, pedagogía y en las materias que imparta, letras o ciencias. Hay que añadir en la actualidad un manejo mínimo de las TIC. Creo en el maestro renacentista, inmerso en el momento cultural que le toca vivir. Debe ser un apasionado de la cultura en general, la cultura tiene que formar parte de su vida. Nadie enseña lo que no sabe.
Dos. Debe conocer a fondo la legislación educativa.
Tres. El maestro o la maestra ha de ser alguien con una capacidad innata para empatizar con los niños, con facilidad para conducir un grupo y para trabajar en equipo. Si afectivamente es equilibrado, mejor que mejor, aunque todos somos humanamente imperfectos. Seres prácticamente perfectos en todo como Mary Poppins hay muy poquitos. ¡Gran batalla interna la del equilibrio!
Cuatro. Es fundamental el dominio de las didácticas, que es un pilar básico de esta profesión. No vale enseñar como toda la vida. Estemos al día de los avances que se producen en este terreno. Las lecturas y los cursos de formación están para algo, y ese algo es mejorar la práctica docente a pie de aula.
Cinco. El itinerario vital del maestro o la maestra es capital. Uno es el maestro que va siendo. Nadie llega sabiendo. Este oficio se aprende con la práctica directa, no hay otro modo. Se necesita una actitud de aprendizaje, de humildad, de ser una esponja de todo lo que mejora nuestra docencia. Y, ligado a esta actitud, está el amor a este trabajo, sin el cual es difícil soportar los muchos sufrimientos que conlleva. Sin amar esta profesión, es imposible ejercerla bien.
Amigos, si el carnicero reúne todas estas condiciones, olé por él (de momento, no digo tacos en este blog).
El menosprecio que padece la profesión de maestro posiblemente nos la hemos ganado a pulso desde dentro. Desde fuera, puesto que la cultura y la educación son intereses secundarios en nuestra sociedad, se fomenta a diario el desapego hacia la escuela y sus maestros. En los medios de comunicación opina todo el mundo sobre educación menos los maestros. Jamás se entrevista a uno que esté en activo. Las leyes educativas las hacen, en el mejor de los casos, aficionados que en su vida han pisado un aula. Esto es triste, muy triste.
Con buena fe, por supuesto, hay gente que me dice lo bien que yo estaría trabajando en secundaria. Se lo agradezco de corazón, no sé qué verán en mí. Pero es que yo soy maestro de primaria, mi profesión es ser maestro de niños. Se mete en el mismo saco a todo el que pisa una institución educativa. Es como si dijéramos que, como todos son tenderos, son la misma profesión el frutero, el pescadero, el panadero o el carnicero. Yo soy maestro de infantil y primaria, que es para lo que llevo preparándome desde los dieciocho años y es lo que intento hacer con capacidad y aplicación relevantes. Otra cosa es que lo consiga.
Tengo amigos de la profesión que, vista la mediocridad de la institución escolar, en la que incluyo a los docentes como principal factor de esa mediocridad, desaconsejan a la gente joven que estudie Magisterio, principalmente porque les espera una vida profesional con muchos sinsabores y sufrimientos. Si el chico o la chica son intelectualmente brillantes, lo desaconsejan con más ahínco: ¡Vas a desaprovechar tu talento y tu vida, estudia otra cosa! Yo discrepo. A Magisterio tiene que llegar lo más excelente de nuestro alumnado. Necesitamos estudiantes sobresalientes y con unas habilidades sociales estupendas, personas con ganas de comerse el mundo. Yo los animo si les gusta esta profesión, para mí una de las más bellas y emocionantes. Sé que la carrera de Magisterio los va a desilusionar —otro día tocaremos esta cuestión—, pero el modo más eficaz de mejorar la escuela, a corto, medio y largo plazo, es que ellos saquen su título y vengan a trabajar con los que ya estamos, y que ellos sean el relevo.
Estamos estrenando el nuevo curso escolar. Es el momento de afilar los cuchillos. ¡Mucho ánimo a todos!

Carlos Cuadrado Gómez