sábado, 27 de marzo de 2021

Cartas a Ramón (4) 27 de marzo de 2021

  CARTAS A RAMÓN

Dibujo de Cartas y sobre pintado por en Dibujos.net el día 13-05-15 a las  16:15:35. Imprime, pinta o colorea tus propios dibujos!

Cuarta carta

27 de marzo de 2021


Querido Ramón:

Te juro que estoy perdido. El juramento es una palabra gruesa, enorme, que raspa, pero es la que mejor expresa el descoloque en que me encuentro a causa de uno de los pilares de la educación: el currículo.

¿Qué hay que enseñar en la década de los veinte del siglo XXI?

No estamos precisamente en las alegrías de los “alegres” años veinte del siglo pasado, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda, tiempos del charlestón y los rascacielos, que terminaron asombrosamente estampados contra el Crac del 29 y la Gran Depresión. Nuestra sociedad ha arrancado la década ya estampada contra la reciente crisis económica y la actual pandemia. La ilusión de las tecnologías no remedia las penurias del día a día, que van en aumento en medio del desorden político y social que vivimos, dicho sea sin exageraciones.

Buscando alguna luz, he acudido al clásico de Ulf Paul Lungren: Teoría del currículum y escolarización, del que tomo prestadas algunas ideas. Lungren es sueco de toda la vida, y los suecos, aunque no llegan al nivel de los finlandeses, en materia de pedagogía tienen mucho predicamento.

Como dice el señor Ulf, el currículo escolar «ha de responder a las cuestiones fundamentales de qué se entiende por conocimiento valioso y qué contenidos deben ser seleccionados».

Esa es la cuestión. No cabe duda de que estamos viviendo unos tiempos culturalmente diferentes a los de la segunda mitad del siglo XX. Un elemento cultural nuevo ha irrumpido en nuestra sociedad: la tecnología a pie de calle y, más en concreto, la informática e internet. Metamos en ese saco los ordenadores, los móviles, las aplicaciones, los programas, los blogs y las redes sociales en cualesquiera de sus modalidades. Es una realidad en permanente evolución, con actualizaciones y novedades casi a diario. Evidentemente, la escuela no puede ser ajena a este fenómeno y, de hecho, le ha llegado lo cibernético, velis nolis, por muchos flancos.

Unamos a esto una nueva estructura productiva y laboral. La crisis económica que se produjo entre 2008 y 2014 y la actual pandemia han desencadenado unos cambios sustanciales en la vida de la gente, principalmente de la gente con menos recursos económicos y culturales. Incluso la compraventa de los artículos más simples está cambiando su dinámica con la llegada de Amazon a nuestras vidas. No tardando mucho, la irrupción de las criptomonedas (bitcoins y similares), ahora en manos de pocos entendidos y de expertos en el manejo de las nuevas tecnologías, también supondrá cambios en la economía más doméstica. Tampoco la escuela puede estar al margen de estas transformaciones, pues es el mundo real en el que viven nuestros alumnos.

Vuelvo a la cuestión: ¿Qué conocimientos son valiosos para sobrevivir en el mundo actual y qué contenidos deben ser seleccionados?

La aristocracia ateniense de la Edad Antigua diseñó para sus jóvenes el trivium y el quadrivium. Posiblemente es la primera noticia que tenemos de un currículo explícito y estructurado. Para ser dirigente de la democracia ateniense era muy conveniente el dominio de la gramática, la retórica y la lógica. Las decisiones se tomaban en el areópago, votando después del debate oral. Sin embargo, los griegos eran conscientes de que, aparte de su utilidad práctica indiscutible, el trivium tenía un valor educativo per se: el intelecto se formaba y se afinaba. Ese valor per se lo tenían indudablemente las matemáticas, cuyo ejercicio mejoraba la capacidad de razonar y de comprender la realidad y, por lo tanto, de tomar mejores decisiones. Así en el currículo, por ese valor intrínseco de determinadas disciplinas o ciencias, se fueron incluyendo conocimientos que, aparentemente, no estaban asociados a un uso pragmático inmediato.

Esto nos da paso al binomio que plantean algunos teóricos de la educación: los procesos de producción y los procesos de reproducción. En los primeros se incluirían los conocimientos que, ligados a las necesidades de la vida social, permiten desarrollar la producción (economía en sentido lato). En los segundos entrarían la re-creación y la reproducción del conocimiento de una generación a la siguiente. Siempre ha sido complicado el equilibrio entre ambos procesos en la escuela, una vez que esta aparece como institución que pretende incluir al conjunto de la sociedad. Con frecuencia se produce una esquizofrenia entre ambos procesos. Pero, insisto, no es fácil el equilibrio, y, cuando ambos procesos se distancian, es inevitable el conflicto en la representación de los procesos de reproducción.

Si únicamente el criterio de selección de conocimientos fueran los procesos de producción, haríamos de partida una escuela clasista separada en cajones estancos, en función del grupo social al que perteneciera el alumno. Los contenidos se seleccionarían previendo su futuro profesional. En los barrios más populares enseñaríamos, por ejemplo, a montar en bicicleta y a conducir una vespa o una scooter, puesto que el futuro profesional de esos alumnos será, con alta probabilidad, ser repartidores de Amazon. ¿Qué necesidad tiene un repartidor de paquetería de comprender ecuaciones de segundo grado o de saber traducir un texto de Cicerón? Parece una reducción al absurdo el ejemplo, pero no lo es tanto si oímos la opinión de muchos profesionales de la informática y la mercadotecnia, según los cuales, están de más las humanidades, las artes y gran parte de las ciencias naturales.

Por otro lado —retomo la historia de la educación—, con el auge de las ciencias naturales en el Renacimiento, surgió un nuevo código curricular, el código realista, como alternativa al código clásico; pienso que para bien. Comenius (1592-1670) planteó un nuevo ideal educativo basado en las ciencias naturales y el uso de los sentidos. Pero fue la revolución francesa la responsable de que la ciencia natural formara parte del currículo. En la misma línea, en Estados Unidos, Samuel Smith (1772-1839) defendía un currículo realista, en cuanto que debía adaptarse a la sociedad norteamericana de aquel momento. Con la llegada de la industrialización, los problemas del currículo se complicaron muchísimo más.

Como vemos, la pregunta sobre qué conocimientos son valiosos y qué contenidos deben seleccionarse ha sido permanente en la historia de las sociedades y, por lo tanto, en la historia de la educación. Y es lo que nos preguntamos a diario los docentes de este primer tercio del siglo XXI.

La cuestión es apasionante y podríamos enlazar una digresión con otra durante cientos de páginas. No me parecería ninguna pérdida de tiempo.

El concepto mismo de currículo no está exento de polémica: tiene diferentes definiciones, casi una por autor, y hay poco acuerdo en relación con su significado. Pero admitamos, de partida, que como “plan de estudios” puede ser una guía útil a la hora de planificar la acción educativa en el aula.

Me parece bastante completa la concepción de currículo en la que se conjugan tres dimensiones:

1. La selección de contenidos y fines para la reproducción social, que responde a qué conocimientos han de ser transmitidos.

2. La organización de los conocimientos y las destrezas.

3. Los métodos que señalan cómo han de trabarse los contenidos seleccionados. Aquí entran en juego también, junto a las didácticas, la secuenciación y la evaluación en sus muchas derivaciones.

A pesar de que en “lo curricular” es inevitable que juegue sus cartas lo ideológico, una teoría curricular científica habría de dar razón de por qué se debería enseñar cierto contenido y por qué se debería utilizar cierta metodología

Dicho todo lo anterior, Ramón, soy consciente de no haber aportado mucha luz a la cuestión y de que continúo tan perdido como cuando te hice el juramento al comienzo de la carta.

Personalmente, necesitaría escuchar en directo a la gente que trabaja o ha trabajado en la escuela y a diferentes agentes sociales. ¿Qué piensan del currículo en el mundo actual? Que hablen con libertad sobre la cuestión. Me imagino un gran corro, de personas sentadas en sillas de enea —al menos yo me pido una silla de enea, básica, altita, sin ni siguiera barniz; el resto que pida asientos más sofisticados si quiere—, sin papeles, sin ordenadores ni pizarras digitales, sin lapiceros ni cuadernos de notas, hablando desde la razón y las emociones, explayándose y respetando los turnos de palabra con cortesía y ¡sin prisa! Yo me imagino callado, simplemente escuchando, alternando los cruces de piernas, los míos, para ir cambiando de postura en la silla sin distraer a los intervinientes. Creo que sería el mejor modo de aclararnos un poco —con un poco me conformo— y de poder poner unas bases prácticas y eficaces para afrontar el presente y el futuro de la educación básica.

Cada nuevo ministro de educación que aterriza en el ministerio, pelea su propia ley de educación y vende su particular humo de pajas curricular, pero sirve de poco, tan poco que, en la práctica, curricularmente las escuelas funcionan bastante al margen de las leyes educativas: no les queda más remedio si quieren sobrevivir y hacer lo mejor para sus alumnos, que son los protagonistas principales e insustituibles de cualquier sistema educativo. Se “cumple” lo suficiente con la ley en vigor, principalmente en el terreno burocrático, para evitar molestias y sanciones de “los de arriba”: tengamos la fiesta en paz.

Vuelvo al corro de sillas de enea, que es lo que realmente me interesa. A los participantes les preguntaría qué se debe enseñar en el mundo de hoy, cómo hacerlo y por qué: preguntas sencillas y directas. Más adelante ya les daríamos forma técnica, que siempre es necesaria. Ya sabes, Ramón, que soy partidario de un ejercicio profesional y técnico del magisterio y que lamento la mala formación académica y metodológica que en general tienen los docentes. Pero esa forma técnica es posterior a la exposición y debate en las sillas de enea.

Vete buscando un local, Ramón, para cuando acabe esto de la pandemia y podamos hacer un corro grande sin peligro de contagios coronavíricos. Sería preferible un bar, que es institución cultural española por excelencia. Lo que no se geste en un bar tiene mal pronóstico. ¿Qué te voy a contar?

En 2013 escribí La escuela del entretenimiento, el libro que dio nombre a este blog. Muchas veces me han sugerido que escriba un nuevo libro con los artículos sobre educación de este blog y otras reflexiones, pero hasta el momento no me ha parecido una buena idea ni me ha apetecido ponerme manos a la obra. Tal vez ha llegado el momento, no lo sé. El libro podría titularse La escuela despistada, y recogería las aportaciones del gran corro pedagógico de sillas de enea, que podría reunirse en La lupa verde, que sería el nombre que daríamos al hipotético bar. Por supuesto, los asistentes tendrían que costear de su bolsillo al menos una consumición por reunión, pues los baretos no viven del aire, y nosotros no tenemos una economía boyante ni somos tan desprendidos. Dos santitos no somos, Ramón, hay que reconocerlo. Si tienes dudas, recuerda cómo cuidábamos al alimón aquellos patios infames del C. P. Ginebra de Móstoles, en aquel callejón polvoriento que daba acceso a los aseos, y las despejarás. No te rías, que parece que te estoy viendo.

Sólo queda despedirme de ti. Como decía el gran maestro Yoda: ¡Que la fuerza te acompañe! ¡Y un buen currículo!, añado.

Siempre tuyo:

Carlos Cuadrado Gómez