viernes, 27 de marzo de 2020

EL POTAJE DE ESOPO 13

EL POTAJE DE ESOPO 13

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Deambulación undécima
Sobre libros (III)
Retirado en la paz de estos desiertos

Retirado en la paz de estos desiertos es el primer verso de un famoso soneto de Quevedo, que continúa diciendo: con pocos, pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con los ojos a los muertos. Otro día le daré más cancha al soneto, hoy me sirve para introducir esta deambulación dedicada a los libros, cosa que no hacía desde el pasado agosto.
El confinamiento obligado a causa del coronavirus me ha devuelto a la vida de silla, mesa y flexo, que es la base de la vida cultural. Mis últimos meses han sido de actividad frenética: una reforma integral de la casa, clases, presentaciones de libros, preparar una exposición de pintura, etc. He vivido sin vivir en mí y, lamentablemente, se ha resentido mi mundo de libros y escritura. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que estoy descentrado, buscando una reinvención personal en lo que la gente llama, con cierta grandilocuencia, vida intelectual.
Para ir calentando el ambiente, querido lector, te contaré que una exposición de pintura en la que participo con otros pintores, todos discípulos de nuestra maestra japonesa Michiko Ono, se iba a inaugurar el 13 de marzo de 2020 en la sala de exposiciones del Centro Cívico Rigoberta Menchú de Leganés, bajo el título de Friday Galaxy. Todo está dispuesto —los cuadros colgados, los carteles de cada obra a su vera, los textos explicativos en su lugar—, pero bajo llave, esperando que se levante la veda impuesta por las autoridades civiles para evitar, según parece, males mayores. Si han cerrado el Museo del Prado, para Friday Galaxy es un honor compartir con él la clausura aguardando tiempos mejores.
Te aviso, desocupado lector, que la entrada no es breve, pero ahora dispones de mucho tiempo libre para perderlo en esta deambulación.
En la paz de estos desiertos he recuperado un ritmo de lectura más constante y sistemático. La vida de un lector está salpicada de libros que se empiezan, que se tienen por la mitad, que se releen o que hay que volver a empezar porque se ha perdido el hilo. Cada lector tiene su particular universo de libros: libros de distintos géneros literarios, libros simpáticos o antipáticos, libros que se poseen físicamente y libros que son proyectos in mente. Con todos ellos establecemos una relación afectiva, que es una parte importante de nuestra biografía sentimental. El lector debe controlar sus impulsos para ser eficaz y no saltar de libro en libro, ansiando lo que todavía no ha leído, como una mariposa entre las flores.
Empezaré con Rojo y Negro de Stendhal. El club de lectura Rosa Luxemburg de Leganés —Mari Carmen es su directora y alma— me encomendó la sesión que dedicarían a esta obra en la reunión de enero (16/01/2020). Recibí el encargo con mucha alegría, porque hacía bastante tiempo que no hablaba sobre libros de autores muertos. Tener al autor muerto me daba mucha libertad, para qué negarlo. Los meses previos me entregué a la novela, manejando una edición francesa —es una delicia leer a Stendhal en su propia lengua— de la editorial Folio Classique y una edición en castellano de la editorial Cátedra. Releer Le Rouge et le Noir me hizo volver a la lengua francesa, que tanto amo. En su día, cuando la leí por primera vez, el personaje principal, Julián Sorel, me pareció un tipo egoísta y desagradable. No he cambiado la impresión sobre el sujeto. Me han llamado poderosamente la atención los personajes femeninos, la señora de Rênal y Matilde. El erotismo de la novela es muy intenso, Sorel será un egoísta indeseable, pero es un sex symbol difícil de superar, con el que disfrutan del sexo las mujeres que se cruzan en su camino. Stendhal es un mago de la narración, que domina el lenguaje en todos los registros, pero, en mi opinión, en esta novela y en otras (v. g. La cartuja de Parma) peca de precipitación, de ser “un prisas”. Si hubiera tenido más calma y hubiera corregido más, con esas cualidades innatas hubiera sido insuperable. De todas formas, seguiremos leyendo y admirando a Stendhal por mucho tiempo. Como no podía ser de otra forma, lo pasamos realmente bien en la velada del club de lectura, nos quedamos con ganas de más.
En su lengua original, el francés, sigo leyendo a Marcel Proust, con el que mantengo una relación de amistad y admiración desde hace décadas, desde que estudiaba Magisterio. Me quedan apenas treinta páginas para concluir La Prisonnière, que es la quinta novela del conjunto Á la recherche du temps perdu. Tengo pendientes Albertine disparue y Le Temps retrouvé para concluir esta magnífica obra de la literatura universal. Proust requiere un lector decidido, metódico y disciplinado. Su prosa, con largos periodos, oraciones y párrafos que ocupan muchas líneas —a veces, el lector busca impaciente el siguiente punto y aparte—, es sencillamente maravillosa. Si no se es constante, se pierde el hilo y uno anda extraviado páginas y páginas mientras, por ejemplo, el personaje pasa un par de horas en un salón parisino, observando a los asistentes o conversando fugazmente con unos y con otros. Proust es de los pocos escritores de la literatura cuya obra marca un antes y un después, merece la pena abrirse a él y tener una experiencia estética real. En La Prisonnière, el personaje de la novela, el alter ego de Proust, es presa de unos celos patológicos, perfectamente descritos, que serán la causa de que Albertine, su amada del alma, le abandone. No sé si se marchará en estas treinta páginas o si tendré que esperar a Albertine disparue. Si la chica finalmente le abandona, será, en mi opinión, con toda la razón del mundo.
Todavía tengo entre manos Paradise de Toni Morrison, a unas cincuenta páginas del final. En esta novela, que empecé en agosto, he perdido y he recuperado el hilo no sé las veces. Reniego de leer introducciones y resúmenes antes de atacar una novela nueva, por eso, voy y vengo sin rumbo por Paradise, pero maravillado por la prosa de Morrison. Es de esos escritores que da igual lo que escriban, pero que escriban. Todo lo escriben bien, no se necesita un argumento para transitar por su escritura. En Paradise un mundo de afroamericanos se debate consigo mismo. Es una novela coral en la que las protagonistas son mujeres que sufren, que buscan su identidad y que pelean con uñas y dientes por ser libres. La sociedad cerrada y convulsa que sirve de fondo a la acción arrastra el lastre de la esclavitud en Estados Unidos, y es donde Morrison explora sin tapujos la condición humana. La noche de los niños es la siguiente novela de Morrison que tengo en lista de espera.
Acabé por fin la antología de Los padres de la Iglesia (edición de José Vives, Herder Editorial), que comienza con Clemente Romano (s. I) y concluye con Atanasio de Alejandría (s. IV). Mantengo la opinión que expresé sobre ellos en El potaje de Esopo 10. Fueron cultísimos y geniales, y marcaron por siglos el pensamiento de Occidente. Eran “medularmente griegos” —en esta antología sólo hay dos escritores latinos, los demás escribieron en griego—, de modo que tradujeron sin complejos a la mentalidad griega los fundamentos del cristianismo. Interpretaron del fenómeno de Jesús de Nazaret y de su primera generación de seguidores desde sus esquemas culturales y lo reformularon con su propio lenguaje. Con posterioridad ha habido en la teología un seguidismo al pie de la letra de su teología, y realmente se ha aprendido poco de su capacidad innovadora y creativa para adaptarse a las categorías y al lenguaje de la sociedad de su tiempo. Con sus polémicas doctrinales, tan propias de los griegos, dan la impresión de que se preocupaban más de la ortodoxia que de la ortopraxia.  No les juzgo, habría que vivir en aquel mundo para comprender esta deriva obsesiva hacia lo doctrinal, en la que parece orillada la práctica de la solidaridad. Es impresionante su dominio de la filosofía griega y la retórica. Creo que, después de leerlos y subrayarlos, he entendido —lo tengo entre alfileres— aquello de que el Verbo se hizo carne y todo lo que se deriva de este aserto. La principal lección para mí es que cada generación debe hacer su propio esfuerzo de hermenéutica para que sea “hodierna” la corriente de pensamiento y de praxis representada por Jesús de Nazaret.
He vuelto a la filología después de mi reciente primer viaje a Valladolid. Toda la ciudad me ha encantado, pero destaco el Museo Nacional de Escultura —la visita es obligada— y la Casa Museo de Cervantes, que se levanta sobre el solar del inmueble donde Cervantes vivió en 1604 y 1605. Me traje de la ciudad varios libros de filología. He acabado en estos días La maravillosa historia del español, de Francisco Moreno Fernández (Instituto Cervantes, Espasa Libros, 2019). Ha sido un reencuentro con mi especialidad, que es la historia de la lengua española. El libro es una síntesis de la historia de nuestra lengua en 330 páginas, con las aportaciones en la materia de los últimos años. Está al alcance de todos los públicos, es un libro de divulgación, pensado para especialistas y no especialistas, de lectura fácil, con anécdotas sobre personajes relevantes o curiosos y sobre palabras de la vida diaria. Me gusta la visión o comprensión de conjunto que hace Moreno Fernández y, para mí, es el empujón para que regrese a “mi casa” (la gramática histórica) y me plantee dedicarme de nuevo a la investigación.
De divulgación también es el último libro de Sáenz de Cabezón: El árbol de Emmy. Emmy Noether, la mayor matemática de la historia (Plataforma Editorial, 2019). Emmy Noether es una de las principales mentes privilegiadas de la historia de las matemáticas: no sólo las entendía, sino que hizo nuevas aportaciones. Es de los pocos científicos de los que hablaba bien Albert Einstein, que la admiraba incondicionalmente. Estuvo en el equipo que dio soporte matemático a la teoría de la relatividad y sus contribuciones a la teoría de invariantes son fundamentales. Dos de sus teoremas solucionan el problema de la conservación de la energía en la relatividad general. El libro está muy bien organizado y emplea técnicas textuales propias de las redes informáticas para dar a conocer la labor de otras mujeres matemáticas. Mientras se va leyendo el libro, dan ganas de coger lápiz y papel y ponerse a hacer ecuaciones.
Del mundo de las matemáticas me ha llegado una de las mayores alegrías personales de estos primeros meses del 2020. Ha sido la publicación de la segunda obra de mi amigo Ramón Rodríguez Vallejo: Fundamentos de cálculo infinitesimal en una variable real (Editorial Tébar Flores, 2019). Es una obra de gran envergadura. No exagero, porque son dos volúmenes que suman 1.640 páginas (742 + 898). Es una obra de peso —nunca mejor dicho—, de más de cuatro años de trabajo diario, meticuloso y disciplinado. Reconozco que me emocioné cuando nos lo presentó a un grupo de amigos el pasado 20 de febrero y lo tuve entre mis manos. Desde aquí le vuelvo a dar mi enhorabuena a Ramón. Para abordar este libro de estudio y consulta, hay que aprovisionarse de lápiz y papel, y no es una metáfora. Los amantes de las matemáticas disfrutarán con él, sin duda.
Sigo con más amigos escritores.
Guillermo M. Schrem, que es una máquina de escribir, ha publicado dos libros recientemente: Abordaje y Parece que hace tanto tiempo. Soy un lector rendido a Guillermo, un incondicional que disfruta con todo lo que escribe, que espera la siguiente obra para devorarla. Esa pasión me resta objetividad, pero me da igual.
De los libros que he leído de Guillermo, Abordaje (Círculo Rojo, 2019) es para mí el de más calidad, dicho sea sin desdoro de los otros. A partir del descubrimiento fortuito de unos legajos en East End (Londres), Guillermo reproduce, mediante la ficción de transcribir los legajos, el testimonio de diferentes personajes y personajillos, transportando al lector al fantástico mundo de la piratería. Sólo alguien como Guillermo, un conocedor en profundidad de la literatura de piratas y un coleccionador compulsivo de volúmenes de La isla del Tesoro de Stevenson, puede escribir un libro así, que desprende el regusto de Borges, de De Quincey y del propio Cervantes.
Parece que hace tanto tiempo (Círculo Rojo, 2019) es la tercera novela de una serie que comenzó con El hombre del año pasado y continuó con Todo el mundo sabe. Comencé leyendo la segunda y he seguido con la primera. Con Parece que tanto tiempo he completado el ciclo. Un personaje sin nombre —un tipo moderno, pero con un lenguaje anticuado y socarrón— es el hilo conductor de la trilogía. Son novelas negras, de humor, de colgados de la vida, con las que te ríes mucho y que te tienen en vilo en todo momento.
El 5 de marzo, poco antes del confinamiento nacional por el coronavirus, en la Biblioteca Eugenio Trías, que se levanta sobre la antigua Casa de Fieras del parque del Retiro, tuvo lugar la presentación de El cuenco de los haiku (Ediciones Vitruvio, 2020) de Modesto González Lucas, en la que tuve el gusto de participar. De la mano de Modesto he llegado al mundo del haiku. No entro en la discusión de si es poesía o no el haiku cuando se escribe en una lengua distinta al japonés —según los puristas, el haiku nunca es poesía—, pero con algunos de los haikus de Modesto se produce en mí el calambrazo poético, o el de la belleza si queremos desterrar el adjetivo poético. El libro me encanta, y creo que es muy superior a su anterior edición (no recuerdo la editorial). Esta segunda edición es de una gran calidad literaria.
De Eloísa Pardo Castro ya ha visto la luz Haro y yo (Ediciones Uno, 2019). En el blog hablamos del libro cuando era todavía un borrador a las puertas de la imprenta. Haro es el anterior perro de Eloísa, fallecido. El perro actual se llama Chewie. Con Haro conversa Eloísa como conversaba Juan Ramón Jiménez con Platero en Platero y yo. Me parece fundamental la estructura dialogada del libro: en muchas páginas Eloísa consigue que el lector se meta en la piel de Haro y sea el destinatario del diálogo. Eloísa domina la prosa poética, y este género de dietario es un campo ideal para desplegarla. Son conmovedoras las últimas entradas, en las que se narran los días previos a la muerte de Haro y su muerte la noche del 15 de noviembre de 2016. Un libro para los amantes de los animales y, por supuesto, para todos los públicos.
Los hermanos Grimm y sus cuentos regresan a nuestras vidas de la mano de Helena Cortés Gabaudan, una profesora de la Universidad de Vigo, con la publicación del libro: Los cuentos de los hermanos Grimm tal como nunca te fueron contados. Primera edición de 1812 (La Oficia Ediciones, 2019). Como reza en el título, la doctora Cortés nos traduce 86 cuentos de la edición de 1812, curiosamente el año en que las Cortes de Cádiz promulgan su famosa constitución, bajo el silbido de las bombas napoleónicas. Dice la doctora Cortés: «Los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm publicaron en vida siete ediciones de sus cuentos, más una edición abreviada, una selección de cincuenta cuentos escogidos que llamaron la Kleine Ausgabe [1857] y que fue la que lanzó de verdad al éxito sus cuentos». En esta primera edición los cuentos están “en bruto”, sin las depuraciones a las que fueron sometidos posteriormente por los Grimm. Son interesantes en cuanto primera versión de unos cuentos que están en el imaginario colectivo, últimamente muy mediatizados por las versiones de la industria del cine. No hay grandes sorpresas de contenido, tal vez las versiones son más simples y descarnadas, y la técnica narrativa es muy rudimentaria El principal interés reside en la comparación que se haga con versiones posteriores. Es imprescindible leer el estudio preliminar de la doctora Cortés. Me ha aportado unos datos que ignoraba por completo y me ha ayudado a tener una nueva comprensión de este corpus de cuentos, con los que mantengo una larga relación como lector y como narrador oral. Me está esperando la edición de la editorial Cátedra (Colección Letras Universales, n.º 54), por la traducción que hace del alemán al español M.ª Teresa Zurdo, que es la que recomienda leer la doctora Cortés en el estudio mencionado.
He dejado para el final dos libros de poesía, que son los que más compañía y consuelo me han dado en estos últimos tiempos.
De vez en cuando tengo que regresar a Garcilaso, a sus obras completas, que apenas ocupan doscientas páginas, suficientes para pasar a la gloria. Lo leo a poquitos, para que me dure más y así poder saborear cada verso, cada delicioso verso. Nuestro Garcilaso es magnífico, su poesía es directa, sin complejos ante la belleza. La égloga primera es un lugar donde acudir en épocas de desolación del alma. El vuelo se remonta en el mismo momento en que leemos los primeros versos: El dulce lamentar de dos pastores, / Salicio juntamente y Nemoroso, / he de cantar, sus quejas imitando; / cuyas ovejas al cantar sabroso / estaban muy atentas, los amores, / de pacer olvidadas, escuchando. No comentaré más, tan sólo que me estremecí con la canción segunda y la releí no sé las veces. Probad —quiero decir, leedla— y decidme.
Confieso que desconocía la obra de Joan Margarit, premio Cervantes 2019. Dudo mucho, tal como están las cosas, que se abra el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el próximo 23 de abril para que reciba el premio. Pero eso en la vida de un escritor de su talla es pura anécdota. He manejado dos libros de Margarit: Aguafuertes (Editorial Renacimiento, 1998) y Arquitecturas de la memoria (Editorial Cátedra, 2006). Ambas son ediciones bilingües catalán/español. El traductor al español de Aguafuertes es el propio Margarit y el de Arquitecturas de la memoria creo que también, pero no estoy seguro cien por cien de que lo sea de todos los poemas, y no sé por qué no aclara este dato el editor. Arquitecturas de la memoria es una amplia antología de toda su obra, en la que interviene el propio Margarit, que, por cierto, es arquitecto de profesión, un arquitecto de altos vuelos.
En la poesía de Margarit, el lector se encuentra permanentemente con el yo, la biografía y la voz del poeta, en unión indisoluble. Es una poesía de tal calidad técnica, de forma y de contenido, con un dominio tan absoluto del verso libre (principalmente), de la cadencia y de la estructura del poema que el lector no puede más que admirarse. Margarit te amarra y no te suelta, tienes que desprenderte de él pegando un tirón: Mañana seguiremos, Margarit, tengo otras obligaciones en mi vida.
El bilingüismo de las ediciones es fundamental, más de lo que parece, puesto que Margarit es el traductor al castellano de su obra poética en catalán. En una entrevista dice que escribe la poesía en su lengua materna, el catalán, pero que, al hacer la traducción al castellano, que también es su lengua, no lo hace de modo literal, sino que recrea el poema, lo reescribe, lo vuelve a construir. Cada poema es una joya, tanto en catalán como en castellano. A veces, el poema es superior en castellano, a veces en catalán, pero nunca defrauda. ¿Pienso que se merece el premio Cervantes? Rotundamente sí. Si sólo consideráramos la versión en castellano, no habría ninguna duda, pero el mérito de Margarit consiste además en esa tarea de puente entre dos lenguas hermanas, que conviven en armonía en el alma de un mismo poeta.
Termino diciendo algo de Claudio Rodríguez. Por las mañanas, mientras tomo el café y la magdalena —las magdalenas no son una exclusiva de Proust—, leo poesía, unos cuantos poemas en susurros, como salmodiando, y me hace mucho bien. En estos días estoy con Alianza y condena: es una relectura. La primera vez que leí a Claudio estábamos en el siglo XX. Como no recuerdo mucho de la obra, parece que la estoy descubriendo por primera vez. Pero de Claudio hablaremos otro día.

Carlos Cuadrado Gómez