miércoles, 3 de mayo de 2017

EL POTAJE DE ESOPO 1

EL POTAJE DE ESOPO 1

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Juego simbólico

Algunas lectoras del blog me reprochan que hace tiempo que no escribo entradas nuevas, que se meten en él y que van a dejar de hacerlo, porque desde el 9 de octubre de 2016 no hay nada fresco. Me defiendo diciendo que últimamente no tengo mucho que decir, que estoy en otras escrituras y que estoy dejando la pedagogía como quien deja de fumar o de beber, que es una adicción todavía peor. Pero tienen razón.
Como quien ha dejado el vicio del tabaco y teme que, si fuma un cigarrillo, continuará fumando una cajetilla tras otra, tengo miedo de empezar de nuevo a hablar de educación. Soy un maestro en activo y temo que, cada vez que hablo o escribo del tema, alguien cercano pueda darse por aludido o pueda ofenderse. Nunca es mi intención, pero no me puedo sacudir la impresión de que ese peligro acecha a mi puerta. No obstante, caeré en la tentación y cargaré con las consecuencias.
En esta nueva etapa del blog, no quiero hacer entradas muy largas ni muy sesudas, como algunas del histórico, a las que dedicaba bastante tiempo para documentarme y ofrecer una información contrastada y rigurosa. A partir de ahora hablaré de lo que me venga en gana, opinaré libremente de los temas que me vayan surgiendo a salto de mata. En boca cerrada no entran moscas y quien tiene boca se equivoca, por lo tanto, no estoy libre de errores y meteduras de pata. Si estuviera calladito, eso no me pasaría. De antemano, perdonen las molestias.
Un poco de humor —si es que alguna vez consigo que ese rasgo adorne mi prosa, yo que no tengo ni pizca de gracia como me dicen y repiten mis allegados— y unas risas nunca vendrán mal. La educación es una cosa muy seria, pero con un poco de humor parece que la verdad —la mía, claro— duele menos. Con todo, no renuncio a la tristeza y al dramatismo cuando vengan a cuento, que de todo hay y habrá.
Aviso que me enrollaré de mala manera. Y me desdiré sin ningún pudor. Sin ir más lejos, la primera en la frente: las entradas no serán sesudas, pero podrán ser largas. Montaigne en sus Ensayos habla de lo que le da la gana, sin mucha planificación que digamos. Machado en su Juan de Mairena va desgranando meditaciones a lo Séneca, aparentemente a lo mecagüen diez. Josep Pla en su Cuadern gris cuenta su vida y la vida según le va sucediendo, a toro pasado. Pues, salvando las distancias, un servidor irá en esa línea.
¿De dónde me saco lo de El potaje de Esopo? El potaje es una comida en la que se mezclan legumbres, verduras y alguna cosilla más, y es aplicable a mixturas variopintas. Mi primera idea era llamar a esto miscelánea, que significa mezcla de cosas, y en literatura, obra en la que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas (DRAE). Entre ambas palabras, prefiero potaje, que es más popular y tiene más gracia. ¿Esopo? Desde hace años, cuando voy al Museo del Prado, me paro sin falta a mirar el Esopo de Velázquez. Me recuerda a mi tía Filomena, que tenía una pose parecida al hombre del cuadro, que sé que es un hombre por el rótulo que puso Velázquez, porque, si no nos dicen el sexo del personaje, podríamos decir de él que es hombre o mujer indistintamente. La cara del personaje es para mí la viva imagen de la sabiduría; es la cara de alguien entrado en años, con ojeras, con sufrimiento acumulado y con la comprensión de la vida que da vivir con los ojos abiertos. La sabiduría, que no tiene sexo, nos hace más humanos, nos hace conocer y conocernos —que es lo mismo— y nos conduce al desencanto. Todo eso refleja la cara de Esopo. Esopo lleva un libro en la mano, tiene los pies deformados, suponemos que del mucho caminar de acá para allá, y un barreño a su vera, posiblemente para meter los pies en agua caliente con sal para relajarlos y luego rasparles las durezas. Me parece que un maestro o una maestra debería ser una especie de Esopo reencarnado, si es que realmente quiere servir de algo a sus alumnos. En conclusión, que El potaje de Esopo es un buen título, sonoro y sugerente, para estas meditaciones o comentarios a vuela pluma, pienso yo.
Vayamos al tema de hoy. Últimamente tengo la sensación de que los colegios son grandes centros en los que se practica el juego simbólico a toda hora y por parte de todos los sectores. Se juega a la escuela como se juega a los astronautas, a las casitas o a las tiendas. Imagino a niños y a niñas jugando juntos, descreo de los juegos simbólicos por sexos.
Los niños y las niñas juegan a preparar su mochila en casa, y luego a ponerse en la fila, sacar cuadernos y libros, anotar deberes, hacer como que atienden, levantar el brazo cuando se pregunta, jugar en el recreo, hacer exámenes, recibir refuerzos sociales, soportar castigos, etc. Pero realmente al niño no le llega la cultura, no se le brinda la oportunidad de pensar, él cumple con el rito, pero todo se queda en el rito. Está recogido unas horas en el colegio y aprueba exámenes, pero aprende poco.
Los padres y las madres juegan a ser padres y madres con niños y niñas que van al colegio. En el mejor de los casos, preparan con ellos las mochilas, les dan un consejo antes de que entren al colegio, los esperan a la salida, les preguntan qué tal el día y por los deberes, les recuerdan que tienen que estudiar. Pero realmente viven al margen del aprendizaje de su hijo. Quieren que no venga con problemas y que apruebe los exámenes, con buena nota, por supuesto, que nadie se meta con él, que no sufra mucho o nada para aprobar. Van a entrevistas escolares y reuniones generales, rellenan autorizaciones y se wasapean con otros padres y madres para comentar cosas del colegio. Con eso viven tranquilos, pues interpretan cabalmente su papel. Ante el maestro aparentan mucho interés y preocupación por su hijo, pero luego no les duelen prendas que el niño se pase la tarde entretenido con videojuegos y que en la casa no haya un clima de sosiego y estudio. Muchos niños se tiran horas haciendo deberes, cuando los podrían hacer en un rato corto si el ambiente fuera el adecuado. No entro aquí en la cuestión deberes, que es harina de otro costal.
Y los que más juego simbólico juegan son los maestros y las maestras. Juegan a escribir sus programaciones —cómo venga el inspector…—, subir y bajar filas, dar las lecciones del libro de texto, poner exámenes y corregirlos, poner notas, hacer semanas culturales, salir de excursión, acudir a las sesiones de evaluación y del claustro, participar en algún curso de formación. Pero realmente están en otra órbita. No son transmisores ni facilitadores del acceso a la cultura. Sufren, porque sufren un montón, porque el oficio es duro y con muchas aristas, pero educan poco. Tienen sensación de fracaso, de no obtener buenos resultados de su esfuerzo, pero rehúyen una vida dedicada al estudio y no toman medidas profesionales valientes que supongan esfuerzo y constancia. Es difícil que se adopten medidas colectivas de calidad en un colegio. Mantienen las apariencias, cumplen con ritos que no les complican la vida y no se meten en los charcos en los que puedan ensuciarse de barro. Los ritos pueden cumplirse con un sumun de prudencia, una prudencia estéril.
La Administración no se escapa del juego simbólico. Juega a planificar recursos humanos y económicos. Juega a inspeccionar el sistema educativo, que no se diga que no están pendientes. Y juega a hacer evaluaciones externas a los centros, a hacer estadísticas, a escribir medidas de mejora que nunca se ponen en práctica.
Todo esto es una simple sensación, que me deja amargor en la boca, como una almendra amarga o el vino amargo de Rafael Farina. No me hagan mucho caso, soy consciente de que opino de modo sesgado. Pero, si se animan, comenten la entrada, sería interesante.
Para abrir boca en esta sección bautizada como El potaje de Esopo, es suficiente por hoy.


Carlos Cuadrado Gómez

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Esopo
Velázquez (Museo del Prado)