sábado, 17 de febrero de 2024

La escuela despistada. Prólogo

 


La escuela despistada
PRÓLOGO

En 2013 publiqué La escuela del entretenimiento (Ediciones QVE), un ensayo sobre la situación y los problemas de la educación en aquel momento. Diez años después, me enfrento al reto de escribir La escuela despistada.

En esta última década, muchas de las cosas que me llamaban la atención han permanecido desgraciadamente intactas. Otras han cambiado o son nuevas, marcadas por una tendencia decadente. Aunque pueda parecer un periodo corto de tiempo, en diez años han evolucionado bastante la sociedad y la escuela.

Definía la escuela del entretenimiento como «aquella cuyo principio rector es no aburrir y guardar las apariencias. Para conseguirlo, se ofrecen al alumno uno conjunto de actividades, supuestamente divertidas, que lo distraen y lo privan del ambiente y sosiego necesarios para la conquista de la cultura básica. Se antepone la distracción al método y al esfuerzo que hay detrás de todo conocimiento valioso, de manera que lo periférico se convierte en lo central, y viceversa» (p. 13). La escuela del entretenimiento y la escuela de la distracción eran y son equivalentes.

A día de hoy, la escuela del entretenimiento no ha pasado página, sus secuelas son vigorosas. Pero, en mi opinión, lo más resaltable en estos momentos es el despiste: la escuela no sabe a dónde va, no sabe qué contenidos debe enseñar ni cómo, ni siquiera sabe cuál es el papel del maestro, si es que todavía hacen falta maestros en un mundo en el que todo gira alrededor de la tecnología. No me refiero a individuos concretos, porque hay maestros y maestras que no están tan confusos, sino a la institución escolar como tal.

¿Qué ciudadano debemos formar para que sobreviva en este mundo y en el inmediatamente venidero? ¿Un manejador de aplicaciones? Padecemos una complejidad social artificial, creada en gran medida por el mercado capitalista. ¿Entendemos que hoy pueda haber un ser humano sin teléfono móvil? Es más, ¿podríamos manejarnos en la vida sin un móvil en la mano? Se mueven ingentes cantidades de dinero en torno a la tecnología informática. ¿Qué significa “la sociedad conectada”? Conectada tecnológicamente, ¿y en otras dimensiones del ser humano? La escuela no es ajena a esta realidad ni puede serlo, porque la escuela forma parte de la sociedad, no existe flotando en un mundo ideal.

Fuera de los círculos docentes, de la escuela ni se escribe ni se habla mucho. Lo que oímos en los medios de comunicación viene de la boca de individuos que ignoran lo que sucede en los centros educativos. No se da la palabra a los docentes en ejercicio, ni siquiera a miembros del cuerpo de inspectores. De medicina oímos hablar a médicos; de educación oímos a opinadores.

En la última campaña electoral al Congreso y al Senado, en julio de 2023, la cuestión de la escuela, de la educación en cualquiera de sus niveles, estuvo literalmente ausente. Su mención en los principales debates televisados fue cero o casi cero, por no pillarme los dedos.

También es cierto que los maestros no se prestan a hablar o escribir sobre educación, cuando son ellos, junto con los alumnos, los principales actores de la educación fuera del seno familiar. El “hecho escuela” se produce en sus vidas y en las de sus alumnos, en las aulas, en los patios y en las horas de preparación de clases, de corregir trabajos, de hacer los “deberes” en casa. En ese ecosistema y sólo en él sucede el “acto educativo”, sucede “la escuela” de cada época de la historia desde que esta institución social existe. Incluso por omisión, sea en el tiempo o en el espacio, el trinomio escuela, maestro, alumno es un bloque indisoluble.

Los maestros conviven con los niños de hoy, que serán los adultos de mañana. Es inevitable. Todo ser humano es en presente y en futuro, o sea, es en proceso. Por eso y mucho más, la escuela es tan importante.

Cuando escribo este prólogo estoy con un pie en el estribo de los sesenta y, con ellos, mal que me pese la palabra, en la jubilación. Me pasa como a las folclóricas: no me gusta decir mi edad. Tampoco se la pregunto a nadie, que conste. Es la primera vez que escribo el prólogo de un libro antes de enfrentarme a su composición. Cuando lo acabe y lo publique, el prólogo ya estará hecho y seguramente yo tendré los malsonantes sesenta.

Me siento como aquel maestro ilusionado que con veintidós años entró por primera vez en una clase del colegio público de Majadas de Tiétar (Cáceres). Era un 3.º de Educación Primaria. De la mayoría de los nombres de mis alumnos, con el paso del tiempo, me acabo olvidando, pero de las caras, nunca. Con poco esfuerzo, recuerdo aquellas primeras caras y el tono melodioso del acento extremeño de las voces de los niños. El primer amor no se olvida, no se olvida el primer beso y no se olvida la primera escuela.

Para poder decir algo de sustancia sobre la escuela, hay que tocar pelo, es decir, hay que subir una fila y entregar unos niños a sus familias a la salida a diario. De lo contrario, se dirán naderías y generalidades de observadores externos. Si no se saber hacer en la práctica lo que se predica, no me vale. Por eso, lo que he tenido y tengo que decir como maestro lo estoy diciendo en el blog La escuela del entretenimiento, que durante años ha sido un banco de pruebas para escribir este ensayo.

Estoy harto de la gente que descubre la pólvora el día que se jubila, cuando sin riesgo puede opinar lo que quiera. ¿Por qué no lo dijiste antes, cuando estabas en activo? Se vuelven muy listos cuando abandonan el partido y se retiran a las gradas. Esta actitud la he criticado siempre y no quisiera caer yo en el mismo error. Con este libro cierro una etapa personal.

El libro se divide en dos partes.

En la primera, pongo por el escrito las reflexiones y el análisis que he venido haciendo sobre la escuela en los últimos tiempos: ¿Qué nos pasa y por qué?

La segunda parte es una selección de artículos sobre educación del blog La escuela del entretenimiento, que he subido y que se han podido leer a partir de la publicación del libro mencionado: cartas a Ramón, el Potaje de Esopo, notas de verano, etc. De momento, no pienso poner fin al blog, donde en adelante predominarán los artículos de tipo cultural.

¿Es pesimista el tono del libro? Muy posiblemente. Lo escribo porque no me gusta el panorama que tenemos, pero, como siempre, hay matices. El falso optimismo es tan estéril como el pesimismo derrotista. Busco el equilibrio. Sin embargo, como creo que estamos en un periodo de decadencia y nadie sabe cuántos años estaremos en bajada, ese tonillo amargo es inevitable.

De pocas cosas estoy convencido, pero una de ellas es que cualquier tiempo pasado no fue mejor. No obstante, me parece que en la España y la Europa de los años ochenta hasta el año dos mil —siglo XX— se vivió un breve periodo ascendente, de sociedades que salían de los coletazos de la Segunda Guerra Mundial y de la dictatura franquista y que querían progresar superando lastres económicos, políticos y morales de las generaciones anteriores. Tuve la suerte de vivir parte de mi juventud en ese periodo. En la primera década del siglo XXI comenzó poco a poco, sin brusquedades llamativas, la decadencia deslizante que padecemos en los años veinte actuales. La historia humana, mal que nos pese, pasa por ciclos, por las subidas y bajadas de una montaña rusa temporal. Por azar vivimos en el momento histórico que nos toca, no lo elegimos: en ese momento y en un lugar determinado vivimos nuestra existencia y nuestras experiencias, personales y únicas. Son tan inútiles las miradas de añoranza al pasado, retropías que suelen ser erróneas, como las esperanzas fantasiosas de un futuro lejano y maravilloso.

A pesar de todo, soy práctico y optimista. ¿Por qué? Porque, igual que las generaciones anteriores a nosotros no tuvieron más remedio que, tras las caídas y los trompazos colectivos, tirar hacia delante y resolver los retos que tenían ante sí, las generaciones actuales y venideras harán lo mismo. De eso estoy seguro. Ninguna generación es más torpe ni más lista que las que la precedieron, ni que las que la sucederán. Creo en la gente de cualquier momento histórico, especialmente en la gente joven: hoy están dando la talla en el mundo difícil que vivimos, como han sido difíciles todos los momentos del pasado, y la seguirán dando como lo han hecho sus antepasados. Los maestros jóvenes se enfrentan a los retos permanentes de esta profesión y a los propios de la sociedad actual. Algunos serán luchadores y creativos, otros serán comodones y conformistas, pero tendrán que optar y actuar, quieran o no, en la escuela que tengan entre manos.

Mi experiencia como maestro ha sido muy enriquecedora. La escuela me ha hecho crecer como persona y me ha dado mucha estabilidad. Puedo decir, sin exageración ni cursilería, que soy y he sido muy feliz como maestro, a pesar de los muchos pesares y amarguras. Me siento una persona afortunada. He recibido mucho más de la escuela de lo que yo le he dado, y le estoy sumamente agradecido.

Carlos Cuadrado Gómez

Leganés, 17 de febrero de 2024

(Primera redacción: 17 de septiembre de 2023)