sábado, 3 de junio de 2017

EL POTAJE DE ESOPO 2

EL POTAJE DE ESOPO 2

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El mejor

Como la gente lee en general tan poco, parece que un servidor lee mucho. Pero no tengo un buen concepto de mí como lector. Leo libros por puro gusto —en estos momentos, El cuadern gris de Josep Pla— y libros por motivo de estudio, que no es que me desagrade leerlos —me gusta leer cualquier cosa antes que estar de brazos cruzados, y de todo se aprende, también de lo malo, y de lo malo, mucho—, pero, a diferencia de los libros de placer, para los que no tengo escrúpulos en gastar dinero, por algunos libros de estudio no quiero gastarme un euro. Y de algunos la única condición que pongo para leerlos es que sea de gorra. Si me los dejan o me los regalan, vale. Si no, puedo llegar a la eternidad sin esas lecturas en mis neuronas.
A veces, por la sana curiosidad de conocer el mundo que me rodea más allá de mis propias aficiones, leo libros que están de moda. Es el caso de Cincuenta sombras de Gray, que fue un best seller hace unos años y tal vez siga siéndolo. Sólo leí el primer tomo de la trilogía, con uno ya me hice una idea del libro, que comenté en su día en desayunos y sobremesas. Ahora he leído La nueva educación. Los retos y desafíos de un maestro de hoy de César Bona, editado por Plaza y Janés. Me lo han dejado. En la portada del ejemplar que tengo se anuncia en una pegatina redonda y roja que el libro va por la 14.ª edición y que se han vendido más de cincuenta mil ejemplares.
Antes de comentar el libro, diré que me he molestado un poco en buscar información sobre César Bona en Internet: tiene 45 años, es aragonés y está en la lista de los mejores maestros del mundo del Global Teacher Price de 2104, un concurso para saber quién es el mejor maestro del mundo. Como Bona es el único español que por lo visto ha llegado a esa lista, es calificado por algunos medios de comunicación como el mejor maestro de España. Sinceramente, hasta el momento no tenía ni idea de que existiera ese premio. Lo otorga una fundación con sede en Londres, la Varkey Foundation, y al ganador le dan un millón de dólares que, la verdad, no es moco de pavo.
Bona no se llevó los dólares, pero estar en la lista le ha lanzado a la fama y, hombre, algún dinerillo extra a la nómina de maestro estará sacando. De momento, en la segunda entrevista que le hace Andreu Buenafuente, Bona, al que de aquí en adelante llamaremos de vez en cuando El mejor, confiesa que está en excedencia y que aprende mucho viajando por el mundo —entendemos que a gastos pagados—, hablando con mucha gente y dando conferencias, muchas de ellas promovidas por instituciones privadas que serán generosas con los emolumentos del conferenciante, supongo. Todo es un suponer, tengamos la fiesta en paz.
He podido ver y oír algunas entrevistas o conferencias de El mejor en La Sexta Noche, en Tutorías en Red y en otros vídeos de You Toube. De Bona no he leído Las escuelas que cambian el mundo ni una adaptación que tiene del Quijote. Si alguien me los deja, los hojearé con mucho gusto. Pero creo que, para lo que voy a comentar aquí, con La nueva educación y los vídeos me es suficiente.
Procederé por partes, las partes que me salgan. Lo haré sin mucha planificación, como parece que Bona da sus clases y escribe los libros.
Bona está encantado de conocerse a sí mismo. Es normal, vivir con El mejor a toda hora, dentro de él, debe de ser muy agradable. Yo nunca he tenido esa experiencia. Desconfío de la gente que insiste en demasía en la humildad como hace Bona cada vez que abre la boca. Me recuerda a futbolistas, como Ronaldo, o a pilotos de Formula 1, como Fernando Alonso, que insisten en que ellos no son nada sin su equipo, en que hacen lo que pueden, en que no son los mejores. ¿Alguien se cree la humildad que estos tipos profesan con los labios apretados? Por lo visto, Bona llega a la lista de los mejores sin él quererlo, porque otros vieron que él era El mejor y lo presentaron al susodicho concurso casi con nocturnidad. Bona, si uno no quiere, no se mete en esos jolgorios, que conste.
He de decir que Bona es un maestro. Conoce la práctica docente y lo que dice, cuando baja un poquito a lo concreto, es propio de alguien con horas de clase entre niños. Esto lo digo a su favor, porque hay por ahí sujetos, como José Antonio Marina, que se atreven a opinar de educación, aunque en su vida nunca hayan metido una fila en clase o nunca hayan cuidado un recreo; se nota que no tienen ni idea de la cuestión, pero venden libros; son un fraude. Bona no, Bona es maestro de Primaria.
Bona suele decir generalidades: que el niño participe, que el niño descubra, que colabore la familia con el profesor, que el niño venga contento a clase, que no le coartemos su creatividad, que la escuela sea un lugar de encuentro y crecimiento, que el maestro también aprenda de los niños, etc. Todo esto está muy bien, Mr. Bona, nadie se lo va a negar. Eso se viene diciendo desde los tiempos de Comenio y, si me apura, desde Sócrates. Pero El mejor no necesita remontarse tan atrás en el tiempo. La Escuela Nueva y otros psicopedagogos son más recientes: María Montessori, Decroli, Piaget, Vigotsky, Giner de los Ríos, Constance Kamii, Freinet, etc. ¿Los conoce usted? ¿Los ha estudiado a fondo? Jamás los menciona. ¿Qué menos si uno tiene el atrevimiento de hablar de una nueva educación? Pero que por esto no se preocupe  El mejor, porque la ignorancia de la historia es uno de los males más extendidos de nuestra sociedad. Por cierto, no parece que El mejor haya trabajado en equipo jamás, es un francotirador. Ni para bien ni para mal, menciona nunca a algún equipo pedagógico, claustro o colectivo de maestros.
Las generalidades difusas no aportan nada a la mejora de nuestro enfermo sistema educativo. Y crean una opinión simple y falta de análisis, tan de moda en nuestra ágora o espacio público. Cuando Bona pase de moda, si te he visto, no me acuerdo. Tiempo al tiempo. Esta ilusión escolar al gusto del oyente hace más daño que beneficia. En España hay muchos colegios cuyas dinámicas internas dependen fundamentalmente del barrio donde están y de su población escolar, y hay lugares realmente complicados, heridos me atrevo a decir, cuya “cura” requiere algo más que un caldo de gallina pedagógico. No todo son colegios y maestros chachis frente a colegios y maestros cutres. Bona, ese es un dualismo burdo, una simplificación peligrosa, que lanzada en los medios de comunicación sólo puede crear expectativas falsas. El amor a la escuela, la dedicación a este noble oficio o arte, requiere frecuentemente sufrimiento en el docente, y eso usted, por lo visto, no lo conoce. Hay ambientes educativos, realidades duras y dolorosas, que Mr. Bona no ha pisado. Y esos alumnos también son ciudadanos con derechos, con los mismos derechos que los demás.
Y es que a El mejor todo le sale bien. En la sarta de experiencias o, mejor dicho, anécdotas que se relatan en el libro, todo le sale bien. Y el ramillete de dificultades que se encuentra El mejor lo resuelve con gran habilidad y acierto. A veces eleva algunas anécdotas, como la de que un niño le enseñó a tocar el cajón, a la categoría de tratado pedagógico. En el libro me encuentro con un picoteo o selección de colegios y anécdotas de clase que parece sacado de los mejores momentos de la historia de la educación.
Para Bona la palabra didáctica no existe. La impresión que me da el libro es que El mejor trabaja por ciencia infusa y por impulsos místicos. No hay sistema. Y cuando hablamos de sistema, Bona, no nos estamos refiriendo a una estructura cerrada como un cerrojo. Pero ir a lo que se nos ocurra todos los días es tan malo como no moverse un milímetro de una programación. Me gustaría saber las metodologías que emplea El mejor para la enseñanza de la matemática básica, para promover el pensamiento científico o favorecer el desarrollo de la expresión y el gusto artísticos. Ya sabemos, compañero, que el sujeto es quien aprende, que el maestro crea las condiciones para que eso suceda, para que el niño construya el aprendizaje. Pero de cómo lo hace usted, no dice nada de nada. Y, si algo cuenta al respecto, se trata de técnicas que ya no tienen nada de novedosas.
Dos cosas que no me gustan de su clase: esa lista negra y los anónimos que recoge un cabecilla de sublevados. Ambas estrategias me parecen de dudosa moralidad. Lo de colocar a los alumnos en equipos es más antiguo que comer con los dedos; eso lo hace bien. Hay más cosas que no me gustan de su clase como el rincón y la figura de la abogada. Tendríamos que comentarlo en directo.
De los problemas reales de la educación en España usted no habla. Tengo la impresión de que el libro, que está escrito muy correctamente, que se lee rápido y bien, que es cómodo para el lector, es un producto editorial bien hecho, en la línea de la literatura de autoayuda que tanto prolifera hoy en día. Habría que saber qué parte es de Bona y qué parte es de los correctores de estilo de la editorial. Es un libro que no crea problemas en las librerías donde se vende, en los programas de televisión y en las conferencias que El mejor da en las facultades de magisterio o pedagogía. Plaza y Janés jamás se atrevería a publicar La escuela del entretenimiento.
¿Cómo remato yo esto?, me pregunto. Estimados lectores, hago un alto en el camino. Voy a hacer la comida y a comer, y a ver si se me ocurre algo. Hoy es sábado, ahora mismo son las 13:30 h y estoy solo en casa. Voy a hacerme unos espaguetis salteados con ajo y beicon. Me tomaré también un vaso o dos de vino blanco fresquito que tengo en la nevera. Y un kiwi de postre, que es bueno para el estreñimiento. Tomaré un café con leche condensada, que me gusta mucho. Luego vuelvo.
Ya estoy aquí. Ahora son las 19:25 h. He comido bien, no me he desviado ni una pizca del menú que he anunciado líneas más arriba. Me ha dado tiempo en este lapso a hacer la compra semanal y a plancharme unos pantalones. Las tareas domésticas también forman parte de la vida diaria.
Dicho todo lo anterior, imagino que Bona es un tío majo y, seguramente, haríamos buenas migas. Yo he aprendido lo que sé, la pedagogía ratonera o la pedagogía de supervivencia, que es la buena y la que me saca de los apuros —algunos pasamos muchos apuros—, fundamentalmente de mis compañeros, de mis vecinos de aula, y, por supuesto, de mis alumnos, que son mis compañeros de trabajo más inmediatos. No he tenido que ir a recorrer el mundo a ver qué pescaba. He tenido la fortuna de tener a buenas maestras a mi lado. Y digo maestras porque en mi ya larga vida docente sólo en una ocasión he tenido un compañero de nivel. Y cuando más he aprendido y mejor he trabajado ha sido cuando hemos podido trabajar en equipo. Por lo visto, El mejor no ha tenido tanta suerte.
Lectores del blog, in mente tengo dos futuras entradas: El niño, un ciudadano con derechos y Una escuela de francotiradores. Pero ahora viene el siempre frenético final de curso. Lo dejaremos para después del verano.

Carlos Cuadrado Gómez