jueves, 29 de mayo de 2014

EL MAESTRO, AGENTE COMERCIAL

EL MAESTRO, AGENTE COMERCIAL

Vaya por delante mi antipatía hacia la ley Wert de educación por muchos motivos. Me propongo hacer un análisis más detallado del texto legal en breve, pero no me queda más remedio que avanzar algunas críticas a propósito de la presente reflexión, en la que me refiero en todo momento a la Educación Primaria. Imagino que todo lo que digo es extrapolable a la Educación Secundaria.
No soy el único que piensa que, detrás de la ley Wert, entre otros intereses, están los de las editoriales. Sin duda, las editoriales españolas que se dedican al libro de texto han bajado su volumen de ventas en los últimos años. ¿Por qué? Por varias razones: los colegios públicos tienen, después de unos años de inversiones, sus propios fondos de libros para prestar; y las familias, en tiempos de crisis, dan menos importancia a “estrenar” libros y se intercambian de modo natural los libros de texto. Fuera de los libros de usar y tirar de Educación Infantil y del Primer Ciclo de Educación Primaria, los libros se están aprovechando de un año para otro como antiguamente, sin tapujos y sin complejos. Los libros de texto, en general, son un dinero que acaba en la basura, porque nadie los colecciona ni los mantiene mucho tiempo en la estantería. Son raras las excepciones.
¿Cómo mantener el negocio? Comprendo que las editoriales son empresas que viven de vender libros, pero, dada la gran tirada que se hace de cada edición de libros de texto, los precios son abusivos. Es normal que la gente, que se aprieta el cinturón en las cosas más básicas, como la alimentación, intente ahorrar en este “artículo” de tinta y papel. Tradicionalmente, las editoriales “cambiaban de método” cada cierto tiempo; en muchos casos, la renovación consistía en un cambio de pastas o en una nueva ordenación del índice temático. Eso suponía nuevas compras. ¿Responsables últimos? Los maestros, que son quienes aprueban los cambios de editorial en los colegios.
El libro de texto es una herramienta muy cómoda que te da resueltos el día siguiente, el trimestre y el curso entero. Pienso que los contenidos de la cultura básica cambian muy poco de un año para otro, no es razonable tanta novedad editorial. Por ejemplo, en geografía: ¿Dejará de pasar el río Tajo por Toledo y de desembocar en Lisboa?; ¿o se intercambiarán los polos del planeta Tierra? Sin duda, acabo de decir un par de simplezas, pero a veces las simplezas reflejan lo que ocurre con más claridad que un circunloquio que pretenda no ofender. El problema del maestro es, fundamentalmente, la didáctica, y esa corre de su cuenta. El equipo editorial que elabora los libros de texto acaba siendo la mente pedagógica, para bien y para mal ‒en absoluta sintonía con el legislador‒, y el maestro es su mano ejecutora. Con todo, hay colegios en los que se acepta cualquier “versión”, antigua o moderna, del libro de una editorial. Se trata de maestros que piensan en la economía de las familias y, sin mucho esfuerzo, planifican sus clases teniendo en cuenta que sus alumnos tienen diferente paginación en los libros. Parece antiguo que en los tiempos de Internet hablemos así de los libros de papel, estoy de acuerdo, pero es la realidad.
La ley Wert es la cobertura legal para tener que cambiar los libros, sí o sí. En Primaria hay varias novedades claras en este sentido: el Conocimiento del Medio se desdobla en Ciencias de la Naturaleza y Ciencias Sociales y aparece una asignatura nueva alternativa a la Religión, Valores Sociales y Cívicos. Evidentemente, las editoriales son las primeras que se adaptan a los cambios legales, siempre van un paso por delante del magisterio. Se está vendiendo el cambio con un eslogan contundente: A rey muerto, rey puesto. En el curso 2014/2015 la ley entra en vigor en los cursos impares: 1.º, 3.º y 5.º. Los nuevos productos editoriales están ya en el mercado, y los agentes editoriales los están mostrando a marchas forzadas a los maestros.
Los maestros, en estos días, a las puertas de acabar el curso, se encuentran en la tesitura de decidir una nueva editorial o continuar con la anterior. Además hay una “amnistía” con la nueva ley, que permite hacer cambios editoriales sin aguardar los cuatro años de permanencia a que obliga la legislación en esta materia. Vino nuevo en odres nuevos, pero con importantes novedades comerciales. Los libros llegan con una licencia digital que permite al alumno, mediante una clave, acceder al libro digital de la editorial. Hay editoriales que venden esa licencia por un curso escolar, de modo que el libro de papel se puede reutilizar, pero para acceder al libro digital hay que pagar una nueva licencia curso a curso. Ignoro cómo será la calidad de los libros digitales, pero esto me parece una tomadura de pelo y un abuso comercial. Sinceramente, no sé en qué parará este laberinto especulativo, tan contradictorio en la era del software libre.
Oyendo a los comerciales de las editoriales, me siento un agente comercial más. En el fondo, admitir este juego mercantil es colaborar con un planteamiento lucrativo de la educación, que considera la educación un negocio y no un derecho fundamental de la persona. El maestro que entra en esta lógica se convierte en un agente comercial, y, a veces, en comisario político del legislador.
Lo siento, pero soy pesimista. Esta nueva campaña comercial está calando en un maestro “menor de edad”, con complejo de inferioridad, por la inseguridad que siente ante lo cultural y pedagógico, y con pocas ganas de complicarse la vida. En la actualidad, circulan dos falacias muy relacionadas entre sí: la primera es que todo aprendizaje  o conocimiento que no pase, de una forma o de otra, por lo informático es menor; la segunda es que, igualmente, todo aprendizaje o conocimiento que no se exprese en inglés está cojo, dándose por supuesto que el mejor vehículo para el saber es la lengua inglesa, las otras son una herramienta lingüística sucedánea. Ambas falacias se están afincando en el magisterio como verdades sólidas. Este clima es un buen caldo de cultivo para el negocio editorial.
¿Dónde está el niño en todo este entramado comercial? Quizás le estamos condenando a ser un consumidor pasivo de unos productos de baja calidad. Los libros hay que acabarlos como sea ‒si no, pregunten a cualquier maestro a estas alturas de curso (estamos en junio)‒, lo cual es en detrimento de la calma y la experimentación que el niño requiere para aprender. Como hay que acabar el libro y, si no hay fichas y tareas para casa, parece que no se hace nada en clase, se está volviendo a los deberes como un fin en sí mismos. Así que el aprendizaje se vive como un trabajo fatigoso, como un castigo, como algo que cuesta mucho esfuerzo. ¿Dónde queda la alegría de descubrir y de aprender? Funcionamos a base de bandazos, pasamos de la laxitud a los trabajos forzados como del salón a la cocina de la casa, y así nos va.
No perdamos la calma. Como decía Ignacio de Loyola, en tiempos de turbación no hacer mudanza, o no hacer mucha mudanza. ¿Cuánto durará en vigor la ley Wert? Está sujeta al próximo resultado electoral; en 2015 habrá elecciones, y ya veremos. Mientras tanto, hagamos bien nuestro trabajo, y no nos precipitemos ni desgastemos en discusiones puramente coyunturales, seamos prácticos. El complejo de la ignorancia se supera con estudio y trabajo de calidad. En eso no dependemos de nadie, la solución está en nuestras manos.
Carlos Cuadrado Gómez