EL MAESTRO, AGENTE
COMERCIAL
Vaya por delante mi antipatía
hacia la ley Wert de educación por muchos motivos. Me propongo hacer un análisis
más detallado del texto legal en breve, pero no me queda más remedio que
avanzar algunas críticas a propósito de la presente reflexión, en la que me
refiero en todo momento a la Educación Primaria. Imagino que todo lo que digo
es extrapolable a la Educación Secundaria.
No soy el único que piensa que,
detrás de la ley Wert, entre otros intereses, están los de las editoriales. Sin
duda, las editoriales españolas que se dedican al libro de texto han bajado su
volumen de ventas en los últimos años. ¿Por qué? Por varias razones: los
colegios públicos tienen, después de unos años de inversiones, sus propios
fondos de libros para prestar; y las familias, en tiempos de crisis, dan menos
importancia a “estrenar” libros y se intercambian de modo natural los libros de
texto. Fuera de los libros de usar y tirar de Educación Infantil y del Primer
Ciclo de Educación Primaria, los libros se están aprovechando de un año para
otro como antiguamente, sin tapujos y sin complejos. Los libros de texto, en
general, son un dinero que acaba en la basura, porque nadie los colecciona ni los
mantiene mucho tiempo en la estantería. Son raras las excepciones.
¿Cómo mantener el negocio?
Comprendo que las editoriales son empresas que viven de vender libros, pero,
dada la gran tirada que se hace de cada edición de libros de texto, los precios
son abusivos. Es normal que la gente, que se aprieta el cinturón en las cosas
más básicas, como la alimentación, intente ahorrar en este “artículo” de tinta y
papel. Tradicionalmente, las editoriales “cambiaban de método” cada cierto tiempo;
en muchos casos, la renovación consistía en un cambio de pastas o en una nueva
ordenación del índice temático. Eso suponía nuevas compras. ¿Responsables
últimos? Los maestros, que son quienes aprueban los cambios de editorial en los
colegios.
El libro de texto es una
herramienta muy cómoda que te da resueltos el día siguiente, el trimestre y el
curso entero. Pienso que los contenidos de la cultura básica cambian muy poco
de un año para otro, no es razonable tanta novedad editorial. Por ejemplo, en
geografía: ¿Dejará de pasar el río Tajo por Toledo y de desembocar en Lisboa?;
¿o se intercambiarán los polos del planeta Tierra? Sin duda, acabo de decir un par
de simplezas, pero a veces las simplezas reflejan lo que ocurre con más claridad
que un circunloquio que pretenda no ofender. El problema del maestro es,
fundamentalmente, la didáctica, y esa corre de su cuenta. El equipo editorial que
elabora los libros de texto acaba siendo la mente pedagógica, para bien y para
mal ‒en absoluta sintonía con el legislador‒, y el maestro es su mano
ejecutora. Con todo, hay colegios en los que se acepta cualquier “versión”,
antigua o moderna, del libro de una editorial. Se trata de maestros que piensan
en la economía de las familias y, sin mucho esfuerzo, planifican sus clases
teniendo en cuenta que sus alumnos tienen diferente paginación en los libros. Parece
antiguo que en los tiempos de Internet hablemos así de los libros de papel,
estoy de acuerdo, pero es la realidad.
La ley Wert es la cobertura
legal para tener que cambiar los libros, sí o sí. En Primaria hay varias
novedades claras en este sentido: el Conocimiento del Medio se desdobla en
Ciencias de la Naturaleza y Ciencias Sociales y aparece una asignatura nueva
alternativa a la Religión, Valores Sociales y Cívicos. Evidentemente, las
editoriales son las primeras que se adaptan a los cambios legales, siempre van
un paso por delante del magisterio. Se está vendiendo el cambio con un eslogan
contundente: A rey muerto, rey puesto. En el curso 2014/2015 la ley
entra en vigor en los cursos impares: 1.º, 3.º y 5.º. Los nuevos productos
editoriales están ya en el mercado, y los agentes editoriales los están
mostrando a marchas forzadas a los maestros.
Los maestros, en estos días, a
las puertas de acabar el curso, se encuentran en la tesitura de decidir una
nueva editorial o continuar con la anterior. Además hay una “amnistía” con la
nueva ley, que permite hacer cambios editoriales sin aguardar los cuatro años
de permanencia a que obliga la legislación en esta materia. Vino nuevo en
odres nuevos, pero con importantes novedades comerciales. Los libros llegan
con una licencia digital que permite al alumno, mediante una clave,
acceder al libro digital de la editorial. Hay editoriales que venden esa licencia
por un curso escolar, de modo que el libro de papel se puede reutilizar, pero
para acceder al libro digital hay que pagar una nueva licencia curso a curso. Ignoro
cómo será la calidad de los libros digitales, pero esto me parece una
tomadura de pelo y un abuso comercial. Sinceramente, no sé en qué parará este
laberinto especulativo, tan contradictorio en la era del software libre.
Oyendo a los comerciales de las
editoriales, me siento un agente comercial más. En el fondo, admitir este juego
mercantil es colaborar con un planteamiento lucrativo de la educación, que
considera la educación un negocio y no un derecho fundamental de la persona. El
maestro que entra en esta lógica se convierte en un agente comercial, y,
a veces, en comisario político del legislador.
Lo siento, pero soy pesimista.
Esta nueva campaña comercial está calando en un maestro “menor de edad”, con
complejo de inferioridad, por la inseguridad que siente ante lo cultural y
pedagógico, y con pocas ganas de complicarse la vida. En la actualidad,
circulan dos falacias muy relacionadas entre sí: la primera es que todo
aprendizaje o conocimiento que no pase,
de una forma o de otra, por lo informático es menor; la segunda es que,
igualmente, todo aprendizaje o conocimiento que no se exprese en inglés
está cojo, dándose por supuesto que el mejor vehículo para el saber es la
lengua inglesa, las otras son una herramienta lingüística sucedánea. Ambas
falacias se están afincando en el magisterio como verdades sólidas. Este clima
es un buen caldo de cultivo para el negocio editorial.
¿Dónde está el niño en todo este
entramado comercial? Quizás le estamos condenando a ser un consumidor pasivo de
unos productos de baja calidad. Los libros hay que acabarlos como sea ‒si no,
pregunten a cualquier maestro a estas alturas de curso (estamos en junio)‒, lo
cual es en detrimento de la calma y la experimentación que el niño requiere
para aprender. Como hay que acabar el libro y, si no hay fichas y tareas para casa, parece que no se hace nada en clase, se está volviendo a los deberes como
un fin en sí mismos. Así que el aprendizaje se vive como un trabajo fatigoso, como
un castigo, como algo que cuesta mucho esfuerzo. ¿Dónde queda la alegría de descubrir
y de aprender? Funcionamos a base de bandazos, pasamos de la laxitud a los trabajos
forzados como del salón a la cocina de la casa, y así nos va.
No perdamos la calma. Como decía
Ignacio de Loyola, en tiempos de turbación no hacer mudanza, o no hacer mucha
mudanza. ¿Cuánto durará en vigor la ley Wert? Está sujeta al próximo resultado electoral;
en 2015 habrá elecciones, y ya veremos. Mientras tanto, hagamos bien nuestro trabajo,
y no nos precipitemos ni desgastemos en discusiones puramente coyunturales, seamos
prácticos. El complejo de la ignorancia se supera con estudio y trabajo de calidad.
En eso no dependemos de nadie, la solución está en nuestras manos.
Carlos Cuadrado Gómez
Hola Carlos,
ResponderEliminarQué grandes verdades cuentas. Ya veo que se me acaba el chollo de buscar los libros de texto de segunda mano, que fastidio, no me jorobaba tanto cuando el dichoso libro no lo utilizaban en todo el curso. Qué cierto es que los profesores/colegios deberían imponerse en el tema de decidir si utilizarlos y cómo hacerlo. Todo esto me recuerda a los médicos cuando te mandan una cosa u otra tras pasarse por su consulta el farmaceutico (o quien sea) de turno.
Un saludo