EL POTAJE DE ESOPO 6
Deambulación cuarta
El carnicero
El carnicero
Hace unos días, tomando unas pizzas con unos
amigos, les anuncié el título de esta deambulación: El carnicero. ¡Qué ocurrente eres!, me dijeron echándose unas
risas. La combinación de El carnicero
con la educación, tema central de este blog, les evocaba películas de terror
del tipo Viernes 13, Los chicos del maíz o
Pesadilla en Elm Street. Enseguida se
les ocurrieron los títulos de una saga: Carnicería
en la escuela, El carnicero 2, El regreso del carnicero, etc. La gente
siempre tiene la mente preparada para el humor negro, y cuanto más negro mejor.
Esperé a que pasara el estallido de jolgorio y me expliqué lo mejor que pude,
soportando la media sonrisa burlona de mis interlocutores. Ya, ya, bien, bien,
sigue, sigue.
Suelo comprar en una carnicería del mercado Sanabria de Leganés, que está muy cerca de mi casa.
Desde niño, me quedo embobado mirando al carnicero: cómo le pasa la cheira al
cuchillo, cómo da el corte limpio a una pieza de carne para sacar un filete
perfecto, cómo trocea unas costillas de cerdo, cómo vuelve a pasar la cheira de
modo tan natural, cómo separa chuletas de cordero lechal, etc. Un circo para
mí. Ser carnicero no es una cuestión baladí, para nada. Es un oficio que
requiere aprendizaje específico y años de práctica para ejercerlo con maestría.
También me fascinan los mostradores de las carnicerías, con sus bandejas
higiénicas y sus productos cárnicos, que parece que dicen cómeme. Antes de que
esos manjares lleguen al mostrador, el carnicero habrá despiezado una ternera o
un cerdo, para lo cual seguramente necesitará más pericia que para cortar un
entrecot. Eso yo no lo veo, pero me gustaría.
Tengo una afición desmedida por navajas,
cuchillos, espadas y hachas. No sé de dónde me viene, pues soy un claro
pacifista (al menos de boquilla, que por algo se empieza). Me admiran los
carniceros por su destreza con esas herramientas maravillosas y bien afiladas.
¿Y los conocimientos técnicos que tienen? Saben de todo: tipos de cuchillos,
tipos de corte, tipos de carne, modos de conservación, ¡qué se yo! Y, para más
abundamiento, dominan el arte de la morcilla, de la hamburguesa y del adobo.
¿Qué más se puede pedir?
Me dicen que también son muy hábiles los
pescaderos y los polleros. Y es cierto, pero tienen menos glamur. El más bajo
en la escala para mí es el pollero. Lo siento.
Pues bien, cuando veo al carnicero no puedo
evitar que me asalte este pensamiento: «Yo no puedo hacer lo que hace un
carnicero. No podría llevar una carnicería ni dos horas seguidas. Sin embargo,
este carnicero, a poco que sepa de números y de letras, podría meterse en una
clase y salir del paso. Y, en unas semanas, pasado el primer trago amargo, se
bandearía con algo de soltura».
Puedo parecer exagerado, pero no es así. Veamos
algunas evidencias:
Una. Cualquier ser humano
tiene la capacidad de enseñar a otro ser humano. El contenido del aprendizaje
potencial es incalculablemente múltiple. El requisito más básico, diríamos de
Perogrullo, es que el que enseña sepa un poco más que el que aprende.
Dos. Consecuentemente, quien
lea o haga las cuatro reglas puede enseñar a otro a leer, a sumar y a restar,
que son, grosso modo, los
conocimientos elementales de la escuela primaria.
Tres. El personal ayuda a sus
hijos a hacer los deberes. Con más o menos acierto, los menores reciben el
apoyo docente de sus padres, que hacen de profesores particulares sin gastarse
un euro. Si una persona en casa ejerce el magisterio sin necesidad de tener la
carrera de Magisterio, es lógico que piense que cualquiera puede hacerlo. Antiguamente,
en muchas aldeas y cortijos, era el abuelo el que enseñaba a leer, o se
contrataba a un maestro itinerante que enseñaba a la chiquillería del lugar las
primeras letras a cambio de la manutención y un saco de garbanzos. No creo que
aquellos maestros itinerantes fueran doctores en filosofía o científicos de
renombre. El trueque era elemental: letras a cambio de garbanzos.
Cuatro. La metodología de
muchos maestros de primaria y profesores de secundaria consiste en seguir el
libro de texto como el manual de instrucciones de una batidora —párrafo
siguiente, página siguiente—, en mandar deberes y, en el mejor de los casos,
corregirlos con el solucionario que les proporciona la editorial de turno. No
parece que hacer esto sea muy complicado.
Ignoro cuándo socialmente ser maestro fue
considerado una profesión. Evidentemente la función de enseñar es antiquísima,
pero su conversión en oficio como hoy lo conocemos es más reciente. No
obstante, dicho lo dicho, a pesar de las diplomaturas o los grados de
Magisterio que se cursan en la universidad, tengo mis dudas de que en nuestra
sociedad, como profesión de peso, ser
maestro tenga entidad. Por el contrario, todo el mundo reconoce que ser carnicero es
una profesión en toda regla.
¿Ser maestro es una profesión? Gran pregunta.
Me voy al DEL
(Diccionario de la Lengua Española). En la acepción 5.ª de maestro, que es maestro
de primera enseñanza [sic], se dice: Persona que tiene el título de enseñar en las escuelas de primeras
letras las materias señaladas en la ley, aunque no ejerza. Profesión se define como empleo, facultad u oficio que alguien ejerce
y por el que percibe una retribución. Busco profesional y me
encuentro con muchas acepciones. Me llaman la atención dos: (1) Que practica habitualmente una actividad,
incluso delictiva, de la cual vive; (2) Que
ejerce su profesión con capacidad y aplicación relevantes.
De estas indagaciones —me apasiona zambullirme
en los diccionarios, ¿qué le voy a hacer?—, deduzco que uno es maestro porque da
clase, porque lo hace de modo habitual y porque cobra una nómina por esa
actividad. Paso por alto que, según el DEL, se es maestro sólo con tener el
título, aunque no se ejerza, y descarto que enseñar a leer y escribir sea una
actividad delictiva. Llamemos a esta actividad docente magisterio, que puede
significar (DEL), entre otras cosas, enseñanza
y gobierno que el maestro ejerce con sus discípulos. Prefiero “alumnos” a
“discípulos”, creo que es más exacto. Informaré a la Real Academia Española.
Vuelvo al carnicero. Si el carnicero es
apañado, mañana mismo podrá ejercer profesionalmente el magisterio como yo lo
hago yo, siempre que le paguen. No necesita mucho más. Si tiene el título,
mejor; si no, tampoco pasa nada. Hasta hace unos años, a las oposiciones de
magisterio podía presentarse un abogado, un enfermero o un perito industrial.
En la actualidad, hay que tener el título de Magisterio. Ahora bien, si yo
quisiera ser carnicero profesional, tendría que entrar en un largo periplo de
aprendizaje antes de enfrentarme a la regencia de una carnicería.
¿Qué podría diferenciarme a mí de un carnicero
en una clase de primeras letras? Esta pregunta me la hago muchas veces, lo juro. Para responder tengo que
agarrarme de un hilo del DEL, cuando dice que un profesional es quien ejerce
su profesión con capacidad y aplicación relevantes. ¿Y qué es ejercer el
magisterio con capacidad y aplicación
relevantes? Otra pregunta que me hago casi a diario.
Estimado lector, ahora mismo no sé cómo saldré vivo de esta
deambulación, pero lo intentaré, por todos mis
compañeros y por mí el primero.
¿Cuál sería el perfil de alguien que se dedica
al magisterio con ciertas garantías de calidad? Puedo hacer una lista de
bondades fantásticas propias de Las mil y
una noches. Me contendré y me limitaré a enumerar sólo algunos requisitos
que considero importantes para ser maestro. Con una mano de requisitos creo que es suficiente:
Uno. Debe ser un buen
estudiante. Estar bien preparado en psicología, pedagogía y en las materias que
imparta, letras o ciencias. Hay que
añadir en la actualidad un manejo mínimo de las TIC. Creo en el maestro renacentista, inmerso en el momento
cultural que le toca vivir. Debe ser un apasionado de la cultura en general, la cultura tiene que formar parte de su vida. Nadie enseña lo que no sabe.
Dos. Debe conocer a fondo la
legislación educativa.
Tres. El maestro o la maestra ha de ser alguien con una capacidad innata para empatizar con los niños, con facilidad
para conducir un grupo y para trabajar en equipo. Si afectivamente es
equilibrado, mejor que mejor, aunque todos somos humanamente imperfectos. Seres
prácticamente perfectos en todo como
Mary Poppins hay muy poquitos. ¡Gran batalla interna la del equilibrio!
Cuatro. Es fundamental el
dominio de las didácticas, que es un pilar básico de esta profesión. No vale
enseñar como toda la vida. Estemos al
día de los avances que se producen en este terreno. Las lecturas y los cursos
de formación están para algo, y ese algo es mejorar la práctica docente a pie
de aula.
Cinco. El itinerario vital del
maestro o la maestra es capital. Uno es el maestro que va siendo. Nadie llega
sabiendo. Este oficio se aprende con la práctica directa, no hay otro modo. Se
necesita una actitud de aprendizaje, de humildad, de ser una esponja de todo lo
que mejora nuestra docencia. Y, ligado a esta actitud, está el amor a este
trabajo, sin el cual es difícil soportar los muchos sufrimientos que conlleva.
Sin amar esta profesión, es imposible ejercerla bien.
Amigos, si el carnicero reúne todas estas
condiciones, olé por él (de momento, no digo tacos en este blog).
El menosprecio que padece la profesión de
maestro posiblemente nos la hemos ganado a pulso desde dentro. Desde fuera,
puesto que la cultura y la educación son intereses secundarios en nuestra
sociedad, se fomenta a diario el desapego hacia la escuela y sus maestros. En
los medios de comunicación opina todo el mundo sobre educación menos los
maestros. Jamás se entrevista a uno que esté en activo. Las leyes educativas
las hacen, en el mejor de los casos, aficionados que en su vida han pisado un
aula. Esto es triste, muy triste.
Con buena fe, por supuesto, hay gente que me
dice lo bien que yo estaría trabajando en secundaria. Se lo agradezco de
corazón, no sé qué verán en mí. Pero es que yo soy maestro de primaria, mi
profesión es ser maestro de niños. Se mete en el mismo saco a todo el que pisa
una institución educativa. Es como si dijéramos que, como todos son tenderos,
son la misma profesión el frutero, el pescadero, el panadero o el carnicero. Yo
soy maestro de infantil y primaria, que es para lo que llevo preparándome desde
los dieciocho años y es lo que intento hacer con capacidad y aplicación relevantes. Otra cosa es que lo consiga.
Tengo amigos de la profesión que, vista la
mediocridad de la institución escolar, en la que incluyo a los docentes como
principal factor de esa mediocridad, desaconsejan a la gente joven que estudie
Magisterio, principalmente porque les espera una vida profesional con muchos
sinsabores y sufrimientos. Si el chico o la chica son intelectualmente
brillantes, lo desaconsejan con más ahínco: ¡Vas a desaprovechar tu talento y
tu vida, estudia otra cosa! Yo discrepo. A Magisterio tiene que llegar lo más
excelente de nuestro alumnado. Necesitamos estudiantes sobresalientes y con
unas habilidades sociales estupendas, personas con ganas de comerse el mundo.
Yo los animo si les gusta esta profesión, para mí una de las más bellas y
emocionantes. Sé que la carrera de Magisterio los va a desilusionar —otro día tocaremos esta
cuestión—, pero el modo más eficaz de mejorar la escuela, a corto, medio y
largo plazo, es que ellos saquen su título y vengan a trabajar con los que ya estamos, y que ellos sean el relevo.
Estamos estrenando el nuevo curso escolar. Es
el momento de afilar los cuchillos.
¡Mucho ánimo a todos!
Carlos
Cuadrado Gómez
Gracias Carlos.
ResponderEliminarEspectacular entrada! Si yo fuera maestra me sentiría llamada a dignificar este bello y maltratado oficio.
ResponderEliminar¡Qué grande eres compañero!
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