EL POTAJE DE ESOPO 3
Deambulación primera
Uno puede
perder los lectores de su blog por varios motivos. El primero es por no
escribir: difícilmente hay lectores de páginas en blanco y menos todavía de
páginas inexistentes. El segundo es por demorar la escritura entre una entrada
y otra: la gente acude a la página reiteradamente y, como no encuentra nada
nuevo, la abandona, y el día que hay algo nuevo no se entera o ya ha perdido el
gusto por el bloguero. Hay un tercer motivo: que el bloguero escriba en exceso
y canse a los lectores, que lo tacharán de pesado, ególatra y engreído con
razón.
En estos
momentos, me considero incluido en el segundo supuesto. Veo en las estadísticas del
blog que no falta un picoteo de lectores, y no quisiera perderlos.
Pero de
educación no tengo muchas ganas de escribir últimamente, aunque la educación es
la cuestión por la que nació el blog y por la que los lectores se conectan a él
de vez en cuando. Dudo mucho de que lo hagan por la calidad de mi escritura.
Y no me
apetece escribir de educación porque tengo una queja muy grande —que se puede
dividir en diminutas quejas— siempre que reflexiono sobre ella. Es una especie
de tristeza crónica que nace de la impotencia de cambiar las cosas siquiera un
poco.
Dejaré
los comentarios sobre educación para el final de la entrada, pero no esperéis
gran cosa.
Deambular
significa “andar, caminar sin dirección determinada”. Existe el término
deambulación, que es la “acción de deambular”. Hace tiempo que camino muchos
días y mucho rato sin dirección determinada, bastante perdido. Esto incluye mi
vida de docente. Por lo tanto, según las definiciones anteriores, podemos decir
con propiedad que deambulo por la vida, una vida la mía, dicho sea de paso,
bastante simple. Como podéis comprobar, esta entrada en el blog también es una
deambulación, un ir de acá para allá por las ideas y con las palabras sin una
dirección ni un plan determinados. Soy muy dado a poner nombre a casi todo, me
gusta hacerlo, y a esta entrada y otras similares lo de deambulación le viene
que ni pintado.
Sobre lo
de poner nombre a las cosas, diré unos ejemplos. Mi coche, que es una
furgoneta Berlingo, se llama Josefina, Josefine en francés, porque la compramos
un 19 de marzo: no creáis que me rompo la cabeza. Tengo una bicicleta de paseo,
negra y bien preparada, con sus guardabarros y todo, que se llama Bernarda y
que, por cierto, la vendo a buen precio. Con ella voy a trabajar. Ya tengo una
sustituta de la Bernarda: la Aurelia. Aurelia es blanca, con el manillar con
forma de cuernos de cabra, es más sencilla y funcional, con un solo piñón, y
más cómoda que la Bernarda para bajarla y subirla en el ascensor. Todo esto
venía por lo de las deambulaciones.
He
acabado de leer varios libros. Ayer por la mañana terminé “La banda de los
niños” del italiano Roberto Saviano. Este buen hombre está perseguido por la
camorra napolitana a causa de la publicación de “Gomorra”, un libro donde
cuenta los entresijos de las mafias violentas que controlan gran parte de la
vida económica y social del sur de Italia. “La banda de los niños” me ha
defraudado un poco, esperaba más de Saviano. “Gomorra” me parece un libro
excelente de corte periodístico, pero “La banda de los niños” patina como
novela: los personajes no están bien trabajados, los diálogos están faltos de
naturalidad y falla la verosimilitud. Saviano debería haber hecho un reportaje
sobre la formación de las bandas juveniles en Nápoles, que se le da mejor. Por
desgracia, este pobre hombre está encerrado para conservar la vida y un libro
así requiere patearse mucho la calle, y él ahora no puede. A pesar de todo, Saviano
tiene una escritura profesional, suelta y eficaz.
Otro
libro que recientemente me ha impresionado ha sido “La rebelión de Atlas” de
Ayn Rand. Según la reseña de la contracubierta, esta voluminosa novela —unas
1.300 páginas— es el libro más leído en Estados Unidos después de la Biblia. No
sé si exagera el comentarista, en cualquier caso, lo ha leído mucha gente. Los
personajes son industriales del acero, dueños de vías ferroviarias, ingenieros
y otras gentes del mundo de los negocios. Rand te lleva al corazón del
capitalismo, a su filosofía. Creo que estropea la novela un poco cuando
introduce elementos fantásticos o alarga innecesariamente algunos monólogos. De
todas formas, la novela me parece fantástica en su conjunto y, personalmente,
me ha ayudado a comprender un poco mejor el mundo en que vivimos.
Hablemos
un poco de poesía, en concreto de una poetisa de Leganés: Eloísa Pardo. Su
último poemario, “Besos de nitroglicerina en el corazón”, es de lo mejor que he
leído de poesía hace tiempo. Intento leer a poetas contemporáneos, pero
naturalmente no todo me convence. Tuve el honor de presentar a la autora —fui
el humilde telonero— en la presentación del libro en la librería Punto y Coma
(Leganés). Leyendo el libro me preguntaba de dónde había salido esta mujer.
¡Impresionante su escritura! En mí este poemario consiguió que sucediera la
experiencia poética: me acercó a la belleza y me puso en la senda del
conocimiento, del “conócete a ti mismo” de los griegos.
Si me
dais “bola” —me dirijo a los lectores—, comentaré más libros en estas
deambulaciones. No digo lo que leo en estos momentos, porque lo poco agrada y
lo mucho enfada.
Voy
cerrando esta primera deambulación. Aquí va lo de educación. Ya os he avisado
antes que no esperarais mucho, pero en las entradas de este blog no puede
faltar alguna referencia directa al hecho educativo, si bien hablar de libros y
de cultura es propio del mundo de la educación, ¿no?. Tampoco me desvío tanto.
Sólo os
adelanto algunos planes. Sigo dándole vueltas a lo del niño como
ciudadano con derechos, que puede ser una buena entrada. Tengo in mente
otra entrada que se puede titular: “Entre todos la mataron y ella sola se
murió”. La escuela pública es a la que matan y la que se muere sola. Otra idea posible
sería comentar algunos fragmentos de “Democracia y educación” de John Dewey. Me
atrae esta idea. En fin, ya veremos.
Me
gustaría que todo fuera de vuestro agrado. Si hacéis comentarios no os cortéis,
ni en los comentarios contrarios ni, por supuesto, en las alabanzas, si es que
esto y este (el menda lerenda) las merecen.
Pasad un buen lapso de tiempo de aquí a la siguiente entrada.
Carlos Cuadrado Gómez