EL POTAJE DE ESOPO 5
Deambulación tercera
¿Es la escuela una estafa?
¿Es la escuela una estafa?
En la sección
de opinión del periódico El País del 18 de febrero de 2018, apareció el
artículo de Moisés Naím: ¿Cuál es la mayor estafa del mundo? La educación. Se
puede leer completo en:
https://elpais.com/elpais/2018/02/17/opinion/1518885620_434917.html
https://elpais.com/elpais/2018/02/17/opinion/1518885620_434917.html
Antes de
comentar el artículo, quiero hacer tres aclaraciones:
1. Una
estafa, según el DRAE, sería un delito en el que, mediante engaño y con ánimo
de lucro, se consigue dinero de alguien.
2. Moisés
Naím es un columnista venezolano de origen judío, uno de esos individuos que a
nivel mundial opinan sobre las cosas que nos afectan a todos y que tienen
un halo de buenos tipos. Es doctor por el MIT y fue ministro de Fomento en
Venezuela a lo largo de nueve años, durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez.
Se mueve como pez en el agua en los organismos internacionales del tipo
ONU. Seguramente será un buen tipo, lo que pasa es que últimamente dudo mucho de
la gente que pica tan alto y que ha picado así de alto desde muy joven. De
todas formas, lo que dice en el artículo no le desprestigia ante mis ojos.
3. El
Banco Mundial es un banco con sede en Washington D. C. que dicen que se dedica
a asistir financieramente a países en desarrollo (países pobres), dando
préstamos a bajo interés. Lo que hace Moisés Naím en su artículo es comentar un
informe reciente de dicho banco: Informe sobre el desarrollo mundial.
Según el
informe, del 5% de la economía mundial, que es lo que cuesta tener a 1.500
millones de niños y jóvenes escolarizados, la mayor parte se está malgastando, fundamentalmente
porque los resultados de la inversión en educación son patéticos en los países
pobres, tal como sucede en Kenia, Tanzania, Uganda, la India rural, Brasil y
Uruguay.
Las
causas de este desastre en los países del tercer mundo son cuatro:
1. La
ignorancia de los profesores y la corrupción sindical del sector en países como
México y Egipto.
2. El
absentismo del profesorado.
3. La
malnutrición del alumnado.
4. La
falta de material escolar básico (libros y cuadernos).
Moisés
Naím, que es un tío majete, bien comido y optimista, sugiere cuatro vías de
solución:
1. Medir o
evaluar lo que pasa.
2. Dar más
peso a la calidad de la educación.
3.
Escolarizar en edades tempranas.
4. Usar
las tecnologías de manera selectiva y no como solución mágica.
Moisés Naím piensa
que los pobres no están condenados al desastre irremediablemente porque, si
Corea del Sur y Vietnam han sido capaces de implantar un sistema educativo de
calidad, los demás también pueden.
Estoy de
acuerdo con Moisés Naím en que la escolaridad sin aprendizaje es una
oportunidad perdida y una injusticia para los pobres de la Tierra. Y también
coincido con él en que escolarización no es lo mismo que aprendizaje.
Siempre
que he visto imágenes de aulas en África, llenas de niños —casi nunca hay niñas—,
que escuchan a un maestro que tiene una vara en la mano y una pizarra detrás,
he pensado que eso no sirve para nada, o sólo sirve para que el periodista
cobre el reportaje a precio de oro. Este artículo confirma mis sospechas.
Realmente de esa manera es imposible que haya aprendizaje.
El
progreso de las poblaciones pobres, sean países completos, sean regiones, sean
barriadas de una ciudad del primer mundo, no se consigue tocando sólo un palo —y,
por lo visto, el de la educación se toca mal—, sino con intervenciones
globales, orientadas a que la gente de a pie tenga trabajo y riqueza en sus
casas. Por llevar cuatro ordenadores a una aldea africana o a una barriada marginal,
no van a salir del pozo. En ese sentido el artículo de Moisés Naím es
tendenciosamente parcial, pues en este mundo todo está interconectado. Y la
educación no sucede en el aire, sino en un contexto social y político concreto.
¿Qué otras medidas deberían acompañar a la escolarización?
Me llama
la atención que no diga ni una palabra de Venezuela en su artículo. Él ha sido
ministro de ese país. ¿Por qué no habla de su propia casa? ¿Qué opinaba del asunto
cuando era político en activo? Estoy un poco cansado de ancianitos cargados de
ética y razones que descubren la luz cuando se jubilan y pretenden sacarnos al resto
del error. Las cosas hay que decirlas cuando se está en activo, cuando denunciar
la injusticia nos puede acarrear disgustos o cosas peores.
Discrepo
de que experiencias como las de Corea del Sur y Vietnam sean extrapolables a
otros contextos. Tendría que conocer la evolución de estos países en su
conjunto para valorar sus progresos educativos. Dicho a vuela pluma, como lo
dice Moisés, suena muy bien, muy chachi piruli, pero sólo apunta a un optimismo
mendaz.
Ahora
aterricemos en nuestra propia escuela.
Nuestra
situación social, política y escolar no es la de esos países mencionados del
tercer mundo. No soy catastrofista ni populista. Compararnos con esas
situaciones de extrema pobreza es inexacto y una falta de respeto hacia las
personas que las sufren. Por algo arriesgan sus vidas en pateras para llegar a
nuestro mundo. El fenómeno migratorio no se produce en sentido contrario.
Pero también
aquí se malgasta en gran medida el presupuesto para educación. En las aulas de
la escuela pública están más de diez años nuestros niños, adolescentes y
jóvenes con muy poco resultado. Los informes PISA, con todos los peros que
queramos ponerles y que realmente tienen, reflejan esta situación de fracaso
generalizado del sistema público de enseñanza. Hay muchas causas de este
fracaso. Con más inversión en educación seguramente mejoraríamos, pero, partiendo
de una inversión base mínima, no todo se resuelve con dinero. Pongamos un par
de asuntos sobre la mesa. No sé si una inversión mayor disminuiría las energías
que emplean los docentes en campear los graves problemas conductuales que hay
en las aulas, que son terribles. En muchas aulas de nuestro país es casi
imposible dar una clase con unas condiciones mínimas —respeto entre iguales y silencio—
para que se produzca el aprendizaje. Así no se puede aprender. El segundo
asunto: el magisterio no está formado ni tiene ganas de formarse en serio una
vez que ha metido la cabeza en la institución pública.
Evidentemente,
escolarización no es lo mismo que aprendizaje. Nuestro sistema enseña a
aprobar, como he dicho tantas veces, y, aunque siempre algo se aprende, se pierde
el tiempo miserablemente en “estudiar para el examen”. No, amigos, debemos
estudiar para saber, para crecer, para disfrutar, para ser más humanos, para
hacer un mundo mejor, para ese tipo de cosas, no para rellenar un formulario de
evaluación y que nos pongan un tres, un seis o un diez. Habría que rediseñar el
currículo y perder menos tiempo en contenidos secundarios que no interesan a
nadie y en programaciones absurdas que nadie lee.
Voy concluyendo,
que esto se me alarga más de lo que yo quería.
De facto,
en nuestra sociedad ya hay una red privada de centros, donde va la gente con “cierto”
nivel económico y cultural, y una red pública, donde va quien no tiene otro
sitio adonde ir. Esto es una generalización, hay excepciones en todos los
lugares, pero creo que más o menos la cosa es así. En la red privada no se
producen tres fenómenos ajenos al currículo y a la didáctica que, en mi
opinión, menoscaban la calidad de la enseñanza en la escuela pública y, por lo tanto, malbaratan de alguna manera la inversión en educación:
1. En los
centros privados se suelen impartir todos los niveles educativos de la enseñanza
obligatoria. El alumno pasa de la Primaria a la Secundaria sin tener que
cambiar de centro. Sin embargo, los alumnos de la enseñanza pública irremediablemente
sufren una transición “salvaje” del colegio al instituto con sólo once o doce
años.
2. En los
centros privados no hay jornada continua; salvo que sea por imperativo legal,
la jornada es partida. En la enseñanza pública muchos centros son de jornada
continua. Sigo pensando que la jornada continua no beneficia a los alumnos de los
niveles de Educación Infantil y Primaria.
3. El
profesorado no tiene “moscosos”, que es la última conquista sindical en la
enseñanza pública, al menos en la Comunidad de Madrid. Creo que es algo caído
del cielo que puede enrarecer la vida de los colegios e institutos. De momento,
estoy desorientado con el “logro” sindical, ya diré algo más consistente cuando
pase el tiempo y vea qué sucede.
El
artículo de Moisés Naím me ha parecido interesantísimo y ha sido la causa de
estas reflexiones.
Te
recuerdo, estimado lector, que todo lo anterior es una deambulación, y como tal
debe tomarse.
Carlos Cuadrado Gómez