Tengo un poco seca la fuente de la meditación
pedagógica. Campanuda frase para comenzar esta deambulación que voy a dedicar a
mis lecturas, que, más que
hacerme pensar o aumentar mis conocimientos, me dan compañía en el desierto de
la vida. He pasado de lo campanudo a lo ampuloso. Perdonadme, estoy verborreico.
Hoy mis comentarios se refieren a los libros que
últimamente he leído o a los que tengo ahora mismo entre manos. ¿Cuáles son los
límites de ese últimamente? Son
imprecisos, digamos un mes, mes y medio o dos meses.
Procederé por géneros.
En estos momentos, estoy releyendo la novela Don Segundo Sombra del argentino Ricardo
Güiraldes. Es un clásico de la literatura gauchesca junto al Martín Fierro de José Hernández, ese
largo cantar de gesta, que es la biblia de los argentinos. He vuelto a Don Segundo Sombra por casualidad. Como
tengo la rodilla derecha perjudicada, voy a diario a una sesión de
magnetoterapia: me tumbo en una camilla media hora y me ponen encima de la
rodilla un arco magnético. Yo no siento nada, pero algo hará el aparato. La
hora de comienzo es las cinco de la tarde, una hora muy torera. Los primeros
días llegué con la intención de dedicar la media hora a la lectura. ¿Qué leo?
Miré en mi biblioteca y tomé el volumen de Güiraldes porque el formato del
libro es pequeño, es de esas colecciones de cuasi-mini-libros, con las
cubiertas en piel roja, manejables para leer tumbado. Yo paseo el libro de mi
casa a al centro de rehabilitación, pero realmente dormito la media hora, a lo
sumo leo un párrafo. Ahora bien, como Don
Segundo Sombra me ha enganchado, lo leo por
los rincones de mi casa, de día y de noche, que es como se leen los libros que gustan.
Esta novela y El viaje del Beagle de
Charles Darwin son los responsables de mi afición a los caballos y de que, hace
cinco años, decidiera aprender equitación en el Club Hípico Leganés. Y ahí
sigo.
Recientemente he leído dos novelas: Todo el mundo sabe de Guillermo M.
Schrem y La novela de Pepe Ansúrez de
Gonzalo Torrente Ballester.
La novela de mi amigo Guillermo es policíaca.
Pasadas las primeras veinte páginas, entré en un estado de lectura compulsiva, que no me abandonó hasta llegar al desenlace. Supongo que es lo que pretende quien cultiva este
género. Guillermo lo consigue.
El día de la presentación de Todo el mundo sabe, que fue en una
cafetería del Carrascal (Leganés), salí de la magnetoterapia y, camino de la
cafetería, paré en la biblioteca Julián Besteiro para hacer tiempo. La
biblioteca estaba abarrotada de estudiantes empollando sus apuntes. Me di una
vuelta por la sección de novelas y tomé en préstamo La novela de Pepe Ansúrez. Es una vacilada de don Gonzalo, pero
¡tan bien hecha! Don Gonzalo nunca defrauda. ¡Es formidable!, tal vez el mejor
novelista en lengua española del siglo XX.
Concluyo la sección de novela con mi César Aira. Lo descubrí por casualidad,
viendo el programa de televisión Página
2, un programa que es un escaparate descarado de las grandes editoriales. El
presentador me parece tópico, típico y patético. Pero ese día entrevistó a
César Aira, y yo estaba allí. Aira es un novelista y ensayista argentino que en
ambos géneros ha conseguido hacer algo distinto, algo profundamente distinto. Sus
obras son breves, entre ochenta y ciento veinte páginas, y se van construyendo
sobre la marcha, o esa es la impresión con que se queda el lector. Parece que
ni el propio autor sabe qué pasará dos páginas más adelante. Y todo con una imaginación
espectacular y una prosa prodigiosa. Lo último que he leído ha sido El sueño, donde se cruzan los destinos
de vendedores de periódicos, madres solteras de un centro de acogida, monjas de
carne y hueso y monjas cibernéticas. ¿Quién da más? Lo primero que leí de Aira
fue La costurera y el viento. En
espera tengo Varamo.
Hay obras de Francisco Umbral que no sé
catalogar. Es el caso de Mortal y rosa y
Diario de un escritor burgués. La segunda
obra es la que acabo de leer. Me decanto por incluirla en el género de
literatura de dietario. El gran dominador del género es Josep Pla, pero últimamente no he leído nada de él y,
por lo tanto, no hago ningún comentario sobre su obra. Umbral cuenta más o
menos su vida durante uno de los años de la transición española a la
democracia, siendo presidente de gobierno Adolfo Suárez. Umbral fue un cronista
excepcional de esa época, con agudeza, mordacidad y sentido del humor. Es uno
de los mejores prosistas de la segunda mitad
del siglo XX, un escritor con una sensibilidad exquisita, en lo que dice y
en cómo lo dice. Umbral es sencillamente genial. De vez en cuando, acudo a él
para leer literatura de calidad y encontrar algo de sosiego como lector. Es un
puerto seguro.
Paso al ensayo. Estoy con Soren Kierkegaard. Más
adelante diré por qué. A algunos os sonará de aquello que decían Faemino y
Cansado: «¡Qué va, qué va, qué va, / yo leo a Kierkegaard!». Comencé con El concepto de angustia y ahora leo Migajas filosóficas. Mis referencias de Kierkegaard
vienen de que es uno de los filósofos principales del existencialismo y de que influyó bastante
en el pensamiento de Miguel de Unamuno. En El
concepto de angustia me parece un filósofo menor. Creo que en la obra peca
de psicologismo barato, y no consigue que al lector le quede claro ninguno
de los conceptos que intenta explicar. Mi impresión es que él no se comprende a
sí mismo. Simultáneamente he releído San
Manuel Bueno Mártir de Miguel de Unamuno. En la cincuentena, que es el
periodo de la vida en el que estoy, don Miguel me ha parecido un novelista
notable, pero con un pensamiento religioso muy inmaduro. Las Migajas filosóficas me están interesando
más, por el hecho de que se habla de Sócrates, Platón y otros filósofos griegos,
que siempre son atractivos. Cuando acabe las Migajas filosóficas, leeré Temor
y temblor, y ahí lo dejaré.
Salí de las pasadas Navidades con María Montessori
y sus Ideas generales sobre el método
bajo el brazo y continué con El método de
la pedagogía científica. Son ensayos pedagógicos. Buscaba algo de luz para mi profesión, maestro de escuela, y regresé a una de mis pedagogas favoritas. Montessori es un faro en
estas tinieblas pedagógicas en que vivimos. Sí que me ha iluminado, por el sentido pedagógico de su método y por
dos o tres cosillas concretas, que intento llevar a la práctica en mi trabajo
diario. Tengo pendiente tomar algunas notas y pergeñar algunos esquemas.
Hace un par de semanas he concluido La lengua y el género, del académico
Pedro Álvarez de Miranda, donde se aborda la cuestión del lenguaje no sexista o
lenguaje inclusivo, que es uno de los debates lingüísticos que se están
produciendo a pie de calle. Álvarez de Miranda, con rigor filológico y buen
humor, explica la estructura del español en relación con el género de las
palabras y analiza los posibles derroteros evolutivos de nuestra lengua en este terreno. Hay que dar tiempo al tiempo antes de tirarse a la piscina,
porque los fenómenos lingüísticos, para que supongan cambios estructurales y no
se queden en modas pasajeras, necesitan precisamente tiempo. Recomiendo su lectura para
evitar ciertas ideas preconcebidas y prejuiciosas que tienen poca base gramatical. De paso, el
lector repasará la gramática española que estudió en la escuela y en el instituto, cosa
que nunca está de más y que siempre viene bien.
Termino con la poesía.
El libro de Modesto González Lucas Poetas en la sierra de Gredos, que he
tenido la suerte de presentar con el autor en dos ocasiones, me ha abierto la
puerta a poetas ignotos para mí, entre ellos Ramón de Garciasol y Víctor Pérez.
El poeta principal del libro, en su parte ensayística y en su parte antológica,
es Miguel de Unamuno. Por eso, he releído San
Manuel Bueno y Mártir y estoy con Kierkegaard. De rebote, por aquello de la
mala costumbre de comparar a los poetas y, por lo tanto, considerar a Antonio
Machado el mejor poeta de la Generación del 98, estoy releyendo apasionadamente
la poesía completa de Machado. ¡Ay, don Antonio, qué bueno eres! En un rapto de
entusiasmo, proclamo que Campos de
Castilla deberíamos memorizarlo todos por devoción, y, si no hubiere
devoción —hay gente para todo—, por obligación. No os podéis imaginar lo que
estoy disfrutando con Machado. Habrá que dedicarle una deambulación
monográfica.
De mi amigo Modesto ayer mismo concluí El cuenco de los haikus. Muy interesante.
Todavía es un borrador. No sé si terminará en libro impreso. Mi ignorancia
sobre la poesía japonesa es supina. Sólo he leído haikus sueltos y el libro de
Luis González Carrillo En la frontera.
Habrá que explorar esta veta.
Un poeta al que sigo y del que procuro leer todo
lo que publica en castellano y en catalán es Pere Gimferrer, uno de esos grandes
sabios que tenemos en España y que tan poco conocemos. Su último libro de
poesía es Las llamas. ¡Extraordinario!
Como me ocurre con otros poetas, entro un poco frío en sus libros. Los primeros
poemas parece que pasan sin pena ni gloria, como una cosa anodina, pero, a medida
que avanzo, la temperatura sube progresivamente muchos grados, y no me queda
más remedio que admirar al poeta y volver a aquellos primeros poemas fríos. Y me los encuentro desafiantes y calientes,
y reprochándome mi mediocridad de lector. ¡Cuántas lecciones recibe uno y
cuántas me quedan pendientes!
Tengo que mencionar el Poema del cante jondo de Federico García Lorca. El pasado 22 de febrero
de 2019 celebré con unos amigos el día de Andalucía, que es el 28 de febrero,
con la palabra, el vino y el cante. Recité unos versos de este libro del gran
Federico, que nos tocaron el corazón y nos emocionaron. Federico tiene magia y duende
en sus versos, ¡qué le vamos a hacer!
Termino. Estoy esperando como agua de mayo el
nuevo poemario de mi amiga Eloísa Pardo Castro, autora de Pronto será oro el membrillero y Besos de nitroglicerina en el corazón. No dejéis de visitar su
blog. Creo que el poemario se titulará Piel.
¡Cuánta falta nos hace!
Carlos Cuadrado Gómez