EL POTAJE DE ESOPO 11
Deambulación novena
Curso incierto
Curso incierto
Hace un mes que comencé esta deambulación, un
15 de septiembre. Al día siguiente, llegó a mis manos, quiero decir que compré,
el libro de Andréu Navarra Devaluación continua (Tusquets, 2019): me
atrajo por el comentario que sobre él se hacía en un artículo de El País.
Aparqué las notas que había tomado y leí con sumo interés este libro que se
adentra en la realidad de nuestra educación secundaria pública, una realidad
que imagino, pero de la que no tengo un conocimiento directo.
Tengo la sensación personal de que vivimos, en
comparación con no sé bien qué otros momentos de nuestra historia
contemporánea, tiempos de incertidumbre. En breve habrá unas nuevas elecciones
generales que, posiblemente, arrojarán resultados similares a los que hubo en
las pasadas, de modo que la constitución de un gobierno no está asegurada. Este
bucle de imprevisibilidad política, en opinión de la gente que dice que sabe de
dinero, perjudica gravemente nuestra situación económica, que puede verse
salpicada para mal por una nueva crisis económica mundial, por las
consecuencias del Brexit o por la guerra comercial liderada por Trump. En
Cataluña la situación es terrible, tristemente terrible, y sin duda afecta a la
estabilidad de nuestras instituciones.
¿Qué tiene que ver esto con la escuela? A
primera vista, parece que nada. Pero, con independencia de que seguimos con la
ley Wert, que es como estar sin ley, y de que el asunto educativo está fuera de
la agenda política y de los dineros públicos (no se habla de nuevas inversiones
en escuela pública), la situación de las familias de nuestros alumnos es
económicamente cada día más precaria —estos vaivenes políticos y económicos les
hunden más si cabe en la miseria— y el deterioro psicológico y social de las
familias de los barrios es muy preocupante.
Después de más de tres décadas de ejercicio
profesional, sé que no estoy en una escuela mejor que aquella en la que fui
maestro novel. La escuela de ahora no es estructuralmente mejor. Y no quiero
decir que aquella fuera una escuela excelente, porque no lo era. En España nunca ha habido una escuela de calidad que sirva de punto de referencia,
pero en estos momentos estamos peor. Lamentablemente, la mediocridad es nuestra
seña de identidad,
Y estamos peor porque la sociedad está peor. La
escuela es motor de cambio social cuando la sociedad está por el cambio social
y se apoya en ella. Si la sociedad no quiere, la escuela cambia poco lo que la
rodea.
No me gustan los falsos optimismos. Prefiero el
realismo, y, si la realidad es gris, es gris. Ya veremos cómo salimos del
atolladero, pero en el atolladero estamos. No reconocerlo es demorar la
búsqueda del remedio y, si lo hay, su puesta en práctica. Personalmente tengo
mucha esperanza en mis compañeros jóvenes, los que están llegando a la escuela
pública y, con coraje, están comenzando su carrera profesional. Yo estoy en el
último periodo de mi profesión de maestro, pero la vida sigue. Si puedo hacer
algo positivo, será con ellos, codo con codo. Y, sinceramente, creo que lo
hacemos.
El género de la deambulación permite este tipo
de excursos de corte panfletario. Los panfletos me disgustan, pero es difícil
no ser panfletario cuando se habla de educación, como veremos.
El libro de Andréu Navarra tiene dos partes
bien diferenciadas.
En la primera, Navarra hace una descripción
cruda y directa de lo que pasa en los institutos de secundaria que pone los
pelos de punta, pero que es bastante objetiva. Él ha trabajado, y no sé si
continúa trabajando, en institutos de secundaria de Cataluña, pero lo que
cuenta creo que es extrapolable al resto de España.
En algunos puntos, coincide conmigo en lo que
expuse en 2013 en el libro La escuela del entretenimiento. Estoy seguro
de que Navarra no ha leído mi ensayo, pero hay observaciones y reflexiones de
“sentido común” que compartimos.
En esta primera parte, a la que me he asomado
con mucho interés, se confirman mis sospechas o corazonadas sobre la educación secundaria.
El clima es irrespirable por la indisciplina
estructural que imposibilita dar una clase con un mínimo de silencio y de
respeto entre alumnos y profesor y entre alumnos entre sí. Ir a dar clase es un
acto de valentía y una actividad de alto riesgo psicológico y, a veces, físico.
Un sector ampliamente minoritario del alumnado impide con su conducta disruptiva
y agresiva el aprendizaje de la gran mayoría. Ahora no entro en las causas y
los remedios, simplemente constato este hecho, que es real como la vida misma.
Otras muchas cosas me llaman la atención. El
término ciberproletariado, por sí mismo describe una generación de
alumnos —en breve serán ciudadanos con voto— enganchada de modo alienante a
móviles, videojuegos y similares, con una capacidad atrofiada para el
pensamiento crítico y una capacidad de concentración muy mermada. Hay un sector
de alumnos que, sistemáticamente, entrega los exámenes en blanco: llega, se
sienta en su silla, está mano sobre mano, a la hora de comer se va a su casa, y
hasta mañana para hacer lo mismo. Es alarmante el uso de ansiolíticos en esta
población joven, que supera al alcohol y al tabaco como droga de inicio. Para
muchos alumnos de secundaria de los institutos donde trabaja Navarra, las
chucherías son la dieta básica a diario: no son un complemento de otros
alimentos cocinados o precocinados, directamente son todo lo que comen. Es una
dieta de las clases sociales más bajas, en cuyas familias no se planifica un
menú semanal, cada uno se busca la vida como puede. Y las chuches son baratas.
Estoy de acuerdo con Navarra en lo nocivo de la
burocracia inútil que tienen que rellenar los profesores, papeles para guardar
las apariencias y que nadie lee, salvo que sea para incomodar. El tiempo se va
en programaciones prolijas, proyectos, informes, estadísticas, en vez de
dedicarlo a “preparar” las clases.
Aunque más adelante se contradiga, Navarra
critica a esos seudopedagogos, impostores del tipo de Marina, que opinan
sobre cómo salvar la escuela de los profesionales que trabajan en ella, que
dicen esto se debería hacer así o asá, que lo que falta es esto o aquello, con
un lenguaje categórico y apocalíptico. Son sujetos que jamás han pisado un aula
como las que pisamos los maestros de verdad y que no tienen ni idea de
educación ni de didáctica. Saldrían corriendo a los cinco minutos de un aula de
primaria o de secundaria. ¿Qué pueden aconsejar? Eso sí, tienen unos medios de
difusión que no tenemos los demás. Los entrevistan, los contratan parar dar
charlas como expertos de no sé qué, publican libros y artículos. Hacen más mal
que bien. Mejor no escucharlos, porque a los profesionales nos ponen de mal
humor.
En la segunda parte, cuando Navarra intenta
avanzar soluciones para atajar esta preocupante situación, se vuelve tan
panfletario como los autores a los que les ha reprochado su panfletarismo.
Asombrado veo que cita a Marina y a otros como fuente de autoridad de lo que
dice. ¿En qué quedamos, Navarra? Navarra escribe muy bien, pero al libro le
sobran unas setenta y cinco o cien páginas: repite ideas en un crescendo apocalíptico
para lucimiento de su prosa. Son páginas innecesarias, y en el género del
ensayo lo redundante es una mácula.
En ese tono de “listo de la vida”, Navarra
reivindica una escuela de élites en la que él pueda dar clase a gusto y ser el
profesor chachi que todo el mundo quiere ser. Pero la realidad es más cruda.
Yo también reivindico desde hace muchísimo que
los hijos de la clase trabajadora que quieran estudiar puedan hacerlo con
garantías en la institución pública, y lo peleo a diario con uñas y dientes. No
tienen dónde ir, y tienen derecho como ciudadanos a acceder a la cultura con
garantías. Es una obligación ineludible de la escuela pública en cualquiera de
sus niveles. Pero ¿qué hacemos con los demás? ¿Qué hacemos con esa massa
damnata? También son ciudadanos.
Navarra contrapone una pedagogía tradicional,
que es la buena, a una pedagogía nueva, que es la mala y causa principal de los
males descritos y de otros muchos. Pero no define ni una ni otra, en una
contraposición maniquea de tertulia televisiva o radiofónica. Desbarra y exhibe
una ignorancia atrevida, en mi opinión, cuando afirma categóricamente que «el
constructivismo genera analfabetismo funcional». ¡Hombre, Navarra, que habías
empezado muy bien! ¿Qué sabes tú, si dices esto, de psicología del aprendizaje?
¿Cómo te atreves a juzgar tan alegremente lo que ignoras? Y desvarías
irresponsablemente cuando opinas sobre los alumnos de integración y la
educación especial. ¡Caray, un poco de prudencia, amigo!
Como ejemplo para una avanzadilla elitista que iluminaría el
camino de la futura escuela, sufragada por bolsillos de particulares, porque
«deberá ser privada» en un primer momento, Navarra mira con ojos golosos al Michaela
School de Londres, «inspirado por Katharine Bilbalsingh, quien pensaba que se
debía volver a la educación llamada “tradicional” y trabajar la autodisciplina
del alumno. La educación tradicional es la que triunfa: no hay más que observar
el caso de Finlandia». ¿Qué quieres que te diga, Navarra? Esto no tiene arreglo
por esos derroteros. ¡Qué malo es lo público!, ¿verdad, Navarra? Y qué facilito
todo si os hiciéramos caso a iluminados como tú. ¡Como los demás no tenemos ni
idea!, ¿verdad, Navarra? En cualquier caso, te agradezco el esfuerzo del libro
que, reconozco, invita al debate pedagógico, ausente incluso en los ambientes
docentes. Una prueba es esta entrada en este blog.
En fin, estimados lectores, pienso que por ahí
no llegarán los remedios. Tenemos en España una situación novedosa en nuestra
historia que no hemos sabido solucionar todavía: todo el mundo va al colegio de
los tres a los dieciséis años. ¿Cómo se da respuesta a tan variopinta
población? Reconozcamos que la cosa no es fácil. En próximas entradas, me
mojaré y expondré cómo veo yo el asunto.
Está claro que los institutos de secundaria no
han dado en los últimos años respuesta al problema. ¡Es que es muy difícil,
compañeros! Tenemos alumnos con diversos niveles de inteligencia y formación y el
café para todos no vale ni a unos ni a otros. Y el sistema tradicional de
exámenes y notas de 0 a 10 ha demostrado su fracaso total para afrontar este
nuevo escenario educativo.
Hace treinta años, los alumnos que llegaban a
los institutos de secundaria habían pasado por la criba de la EGB. Al BUP sólo
pasaban los que habían aprobado 8.º, pero ahora llegan todos. Quien no quería o
no podía estudiar se incorporaba al mercado laboral con catorce o quince años
y, por lo tanto, ya no “molestaba” más en un centro escolar. Es un panorama
nuevo que ha desbordado a una institución y un profesorado que no estaba
preparado para esta avalancha.
La indisciplina es el mayor el problema y la
mayor preocupación en estos momentos de los cuerpos docentes en todas las
etapas educativas, problema que se agrava por la actitud de muchas familias.
Evidentemente hace falta un mínimo clima de silencio y respeto para enseñar y
aprender. Ya hablé en una entrada anterior de la situación de acoso laboral del
profesorado. Posiblemente, tendríamos que tener una tolerancia cero con la
violencia en las aulas y con la indisciplina. Todo el mundo tiene abierta la
puerta del aula, siempre que no impida el trabajo y el aprendizaje del resto,
que tiene el mismo derecho.
Hay otros asuntos relacionados con el sentido
de la educación y el modo de educar en esta nueva era. Pero por hoy lo voy a
dejar aquí. En próximas entradas, como he dicho más arriba, continuaré con este
asunto, no escurriré el bulto. Ahora que estoy en activo es el momento de
opinar y de proponer soluciones.
La sociedad y la escuela, que forma parte sí o
sí de la sociedad, es algo vivo y cambiante y, en consecuencia, incierto. El
curso que ya ha comenzado, que está en su primer tramo o trimestre, se presenta
tan incierto como los que le han precedido, por todo lo que he expuesto y por
mucho más, pero hay que afrontarlo con valor y temple. Ponernos nerviosos y
derrumbarnos nos hace daño y no sirve para nada.
El principio de incertidumbre de Heisenberg es
una genialidad científica de este físico alemán, pero vivir en la
“incertidumbre” puede generar grandes dosis de ansiedad. Venga, hay que
aguantar, “hacer bien el trabajo diario” (perdón por la simpleza, pero esto es
así) y buscar remedios “reales y caseros” partiendo de la “realidad” y del
“sentido común pedagógico” (sé que no lo defino, como hace Navarra, y vuelvo a
pedir perdón).
Hoy es domingo. ¡Mañana, a clase!
Carlos Cuadrado Gómez