CARTAS A RAMÓN
Segunda carta
2 de noviembre de 2020
Querido Ramón:
Algunas labores y penas familiares me han tenido alejado de la escritura en este tiempo que ha ido de septiembre a noviembre. Las malas rachas no me impiden leer, pero, sin un mínimo de estabilidad interior, me cuesta escribir.
En medio de la tormenta sanitaria y mediática
que vivimos, la escuela primaria sigue su curso. Los niños son maravillosos. Tienen
una capacidad de adaptación y unas ganas de estar contentos admirables. Superan
con naturalidad dificultades que a un adulto le amargarían la vida. A los que
estamos con ellos trabajando en la escuela nos ayudan y nos llevan en volandas.
Ahora bien, puedo quejarme, sin miedo a
ser quisquilloso, de la administración educativa, que escurre el bulto cuando
se trata de tomar decisiones reales sobre problemas reales de la escuela real.
Hay dos cuestiones peliagudas en este curso
escolar.
La primera fue establecer los criterios
para formar los grupos mixtos. ¿Qué alumnos de un grupo de 25 o 27 unidades se
desgajan de su grupo de referencia para formar un grupo nuevo con alumnos
desgajados de otro u otros grupos? La complicación ha sido mayor en colegios de línea
uno, en los que ha habido que mezclar alumnos de distintos niveles: primero con
segundo, tercero con cuarto, quinto con sexto; en Educación Infantil el grupo mixto se ha hecho reuniendo niños de 3, 4 y 5 años. Claustros y equipos directivos
han demandado a la inspección educativa unos criterios claros para hacer estas
agrupaciones. La respuesta ha sido evasiva: apliquen ustedes los criterios que
consideren mejores. ¡Hombre, dennos alguna normativa a la que agarrarnos por si
protestan las familias, que pueden hacerlo con razón! Ustedes verán, fue la contestación,
dentro de la tradición que tristemente inició Pilatos con su memorable lavado
de manos. A día de hoy, después de aplicarse vigorosamente el jabón con un
estropajo, Pilatos se las habría rociado y frotado con un chorro generoso de gel hidroalcohólico. Los
colegios, a las alturas a las que estamos de trimestre, ya han resuelto los
agrupamientos con más o menos acierto, no les ha quedado otro remedio.
La segunda cuestión no está aclarada y
puede estallarnos en las manos en breve. ¿Qué hacemos con los alumnos que no
asisten a clase por miedo a un contagio? El miedo es libre y, en la situación
actual, bastante comprensible. ¿Son casos de absentismo? Las familias avisan de
que los niños no vienen por miedo, sin que medie ningún certificado médico. Sabemos
que estos niños pasan el día en su casa, los tenemos localizados. ¿Tomará
alguna medida la fiscalía de menores? ¿Irá la policía a buscarlos y los traerá
de oficio al colegio? A todos nos parecería exagerado viendo la que está
cayendo. Pero ¿cómo resolvemos esta patata caliente? Por ejemplo, ¿cómo se les
evaluará cuando acabe el trimestre? Preguntada por activa y por pasiva la
inspección educativa, después de dar mil rodeos citando artículos de la
legislación educativa —todo muy bonito—, acaba respondiendo lo que a la
cuestión anterior: «Ustedes verán».
A día de hoy, no tengo una información
nueva que desdiga lo que acabo de decirte. Ramón, no puedo estar contento con
las autoridades educativas, me ponen de mal humor.
El día a día lo llevamos como podemos,
perdiendo bastante tiempo en las medidas higiénicas, con las que hay que ser
estrictos, por supuesto. Los alumnos las cumplen escrupulosamente, sin necesidad
de que los docentes tengamos que subir el tono de voz (esa es mi experiencia). Pero
se pierde diariamente media hora sólo con la entrada y la salida —pues se hacen escalonadamente por grupos de clase— y en el almuerzo. Como
no se puede sacar comida a los patios, se almuerza en las aulas un cuarto de
hora antes del recreo. Añádase a eso las frotaduras colectivas de gel
hidroalcohólico, cinco como mínimo al día: al entrar, antes y después del
almuerzo, a la vuelta de recreo, al salir.
A pesar de todo, servidor da clase y se
empeña en que los niños aprovechen el tiempo que pasan en la escuela, que
aprendan y que crezcan como personas.
Se nota que hemos estado cuatro meses
sin clase, que, empalmados con los dos meses de vacaciones estivales, suman
seis meses sin pisar la escuela. Hay hábitos intelectuales y de trabajo escolar
que sólo se aprenden in situ, cara a cara, en la escuela presencial. Y, cuantas
mayores carencias culturales y sociales tengan los alumnos, más importante es
su contacto directo con los maestros.
Con todos nuestros fallos, la
institución escolar es un lugar ordenado, con reglas que se cumplen, un lugar
vivo, de convivencia estrecha, donde niños y adultos comparten un proyecto
común, del que depende en gran medida que nuestra sociedad sea mejor ahora y en
el futuro. Así lo veo yo.
Nadie sabe qué pasará dentro de unas
semanas, no sólo en la escuela, sino en el conjunto de la sociedad. El coronavirus
y la mala gestión de nuestras autoridades nos están haciendo mucho daño a
todos. Pero confiemos en nuestro instinto de supervivencia y en tantas personas
buenas —de todas las edades— que nos rodean. Gracias a ellas el daño será
menor.
Te seguiré informando, Ramón, sin dejar
tanto tiempo entre una carta y otra.
Siempre tuyo:
Carlos
Cuadrado Gómez