Algunos amigos me han comunicado la muerte de don Mario Vargas Llosa: ayer, domingo 13 de abril, a los 89 años. Hoy ha llegado la noticia a los periódicos nacionales. En los telediarios será una noticia destacada y todos darán informaciones de su vida literaria y de su vida personal. Estos amigos me han dicho: "Cuenta algo tú de tu puño y letra". Aparco durante un rato la redacción de Ocho días en Marruecos y me pongo con ello.
De Vargas Llosa he leído toda su obra literaria: novelas, ensayos y teatro. Es un merecido premio Nobel y premio Cervantes, no me cabe duda. En persona le he visto en varias ocasiones. En una Feria del Libro de Madrid tuvimos la suerte de que firmara en la caseta de Punto y Coma, una de las librerías de Leganés. Fernando, el librero, consiguió que don Mario estuviese en ese espacio-embajada cultural de nuestro pueblo, lo cual hay que reconocérselo como un gran logro. Me firmó mi ejemplar de Conversación en la Catedral. En el salón de actos de la RAE estuve en la sesión de ingreso de Félix de Azúa: don Mario llegó acompañado de Isabel Preisler y leyó la contestación al discurso del nuevo académico.
No olvido la anécdota que me contó mi amigo Andrés, hijo de mi amigo Vidal (el padre me la ha contado más veces que el hijo), cuando en esa feria del libro, o en otra, se acercó a que don Mario le firmara un libro, no sé cuál. Andrés era un niño y don Mario le preguntó:
-¿Lees mucho?
-Sí, leo mucho -respondió Andrés.
-Yo de niño era un lector voraz -le dijo don Mario-. Nunca pierdas esa afición.
Don Mario ha sido un lector voraz ("vorás" en su elegante pronunciación peruana) de niño y hasta el momento de morirse. Aparte de su calidad literaria, reconozco su amor incondicional a la literatura y una capacidad de trabajo titánica.
No me interesa la vida privada de los escritores. Admito que Vargas Llosa ha pasado por el mundo "con pena y con gloria", su existencia no ha sido anodina. Pero me es igual que se casara con su tía Julia, luego con Patricia (su prima hermana), luego se enrollara con Isabel Presiler, luego volviera con la prima Patricia. También me son indiferentes sus peleas con García Márquez, sus aventuras en la política peruana, cuando fue candidato a la presidencia el año que ganó Alberto Fujimori, o sus opiniones neoliberales de última hora. Si don Mario pasa a la historia y ahora estoy hablando de él, no es por ese cachondeo biográfico, sino por sus libros.
Toda la producción de Vargas Llosa, desde Los jefes a Le dedico mi silencio, tiene un nivel profesional y una calidad innegables. Bien es cierto que en Le dedico mi silencio don Mario está flojo y abusa de trucos y triquiñuelas de escritores cansados, pero es tan bueno lo anterior que se lo perdonamos.
En mi opinión su mejor novela es Conversación en la catedral. Es una novela de dictadura, no es una novela de dictador (ese género lo cultiva en La fiesta del chivo): Vargas Llosa bucea en los entresijos del funcionamiento de una dictadura y los saca a la luz con una maestría literaria indiscutible. Él siempre ha reconocido que es su mejor libro y el que más le costó escribir. En esta novela están muy presentes la técnica de William Faulkner y, por supuesto, la de Las olas de Virginia Woolf, que es uno los principales referentes de los escritores del Boom latinoamericano.
Después estaría para mí La guerra del fin del mundo, una especie de novela histórica de la guerra de Canudos, sucedida al norte de Brasil a finales del siglo XIX. Es una epopeya que recrea el proceso de mitificación de líderes religiosos en un mundo de miseria, los intereses y los métodos de los poderosos y la violencia de la guerra. Es llamativo el empleo de las técnicas cinematográficas para narrar desde distintas perspectivas algunas batallas que suceden en el libro.
Me divertí mucho con la novela policíaca Lituma en los Andes. En lo más perdido de los Andes, en una zona minera, el cabo Lituma investiga tres crímenes terribles, con poca o nula ayuda del estamento superior. Para mí tiene un valor sentimental esta novela porque se la regalé a mi madre cuando cumplió 60 años, y no quiso leerla antes que yo: "Léela tú primero, hijo". Ya habíamos compartido la lectura de ¿Quién mató a Palomino Molero? Disfrutamos mucho comentando los detalles. Esa época también leímos juntos Mazurca para dos muertos de Camilo José Cela. Ignoro si la relación de ambos escritores se limitó a compartir algunos actos académicos o fue más allá.
Fonchito y la luna es un libro para niños precioso. Cuando se publicó, lo llevé a mi colegio y lo he leído con mis alumnos muchas veces. Pienso que el personaje del niño Fonchito lo saca don Mario de su novela Elogio de la madrastra y de Los cuadernos de don Rigoberto, dos novelas eróticas en las que Fonchito está en las antípodas de la inocencia infantil. ¡Que no se nos cruce un Fonchito de esos en el camino! Pero, tranquilos, quien lea Fonchito y la luna comprobará que es un libro apto para todos los públicos.
Siempre he aconsejado la lectura de la obra de Mario Vargas Llosa. Quien se acerque por primera vez a él que no empiece por Conversación en la Catedral, es un libro que exige mucho al lector. Tal vez debería comenzar por La tía Julia y el escribidor o Pantaleón y las visitadoras. Ahora bien, cualquier comienzo es bueno, y un lector valiente puede con todo.
¿Se leerá a Mario Vargas Llosa dentro de cien años fuera de los círculos académicos? Es imposible hacer un vaticinio semejante. ¿Acaso los contemporáneos de Virginia Woolf pensaban que su obra tendría una trascendencia fundamental en la historia de la literatura o que la mencionaríamos en esta nota funeraria? Pues no. Ahora es el momento de leer a don Mario, dentro de cien años el autor de esta nota y sus lectores seremos polvo de huesos o cenizas envasadas, y todo nos dará igual. Oye, ¡y no pasa nada!
Carlos Cuadrado Gómez