EL POTAJE DE ESOPO 1
Juego simbólico
Algunas lectoras del blog me reprochan
que hace tiempo que no escribo entradas nuevas, que se meten en él y que van a
dejar de hacerlo, porque desde el 9 de octubre de 2016 no hay nada fresco. Me
defiendo diciendo que últimamente no tengo mucho que decir, que estoy en otras
escrituras y que estoy dejando la pedagogía como quien deja de fumar o de beber,
que es una adicción todavía peor. Pero tienen razón.
Como quien ha dejado el vicio del tabaco
y teme que, si fuma un cigarrillo, continuará fumando una cajetilla tras otra,
tengo miedo de empezar de nuevo a hablar de educación. Soy un maestro en activo
y temo que, cada vez que hablo o escribo del tema, alguien cercano pueda darse
por aludido o pueda ofenderse. Nunca es mi intención, pero no me puedo sacudir
la impresión de que ese peligro acecha a mi puerta. No obstante, caeré en la
tentación y cargaré con las consecuencias.
En esta nueva etapa del blog, no quiero
hacer entradas muy largas ni muy sesudas, como algunas del histórico, a
las que dedicaba bastante tiempo para documentarme y ofrecer una información
contrastada y rigurosa. A partir de ahora hablaré de lo que me venga en gana,
opinaré libremente de los temas que me vayan surgiendo a salto de mata. En
boca cerrada no entran moscas y quien tiene boca se equivoca, por lo
tanto, no estoy libre de errores y meteduras de pata. Si estuviera calladito,
eso no me pasaría. De antemano, perdonen las molestias.
Un poco de humor —si es que alguna vez
consigo que ese rasgo adorne mi prosa, yo que no tengo ni pizca de gracia como
me dicen y repiten mis allegados— y unas risas nunca vendrán mal. La educación
es una cosa muy seria, pero con un poco de humor parece que la verdad —la mía,
claro— duele menos. Con todo, no renuncio a la tristeza y al dramatismo cuando
vengan a cuento, que de todo hay y habrá.
Aviso que me enrollaré de mala manera. Y
me desdiré sin ningún pudor. Sin ir más lejos, la primera en la frente: las
entradas no serán sesudas, pero podrán ser largas. Montaigne en sus Ensayos
habla de lo que le da la gana, sin mucha planificación que digamos. Machado en
su Juan de Mairena va desgranando meditaciones a lo Séneca,
aparentemente a lo mecagüen diez. Josep Pla en su Cuadern gris
cuenta su vida y la vida según le va sucediendo, a toro pasado. Pues, salvando
las distancias, un servidor irá en esa línea.
¿De dónde me saco lo de El potaje de
Esopo? El potaje es una comida en la que se mezclan legumbres,
verduras y alguna cosilla más, y es aplicable a mixturas variopintas. Mi
primera idea era llamar a esto miscelánea, que significa mezcla de cosas,
y en literatura, obra en la que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas
(DRAE). Entre ambas palabras, prefiero potaje, que es más popular y
tiene más gracia. ¿Esopo? Desde hace años, cuando voy al Museo del Prado, me
paro sin falta a mirar el Esopo de Velázquez. Me
recuerda a mi tía Filomena, que tenía una pose parecida al hombre del cuadro,
que sé que es un hombre por el rótulo que puso Velázquez, porque, si no nos
dicen el sexo del personaje, podríamos decir de él que es hombre o mujer
indistintamente. La cara del personaje es para mí la viva imagen de la
sabiduría; es la cara de alguien entrado en años, con ojeras, con sufrimiento
acumulado y con la comprensión de la vida que da vivir con los ojos abiertos.
La sabiduría, que no tiene sexo, nos hace más humanos, nos hace conocer y conocernos
—que es lo mismo— y nos conduce al desencanto. Todo eso refleja la cara de
Esopo. Esopo lleva un libro en la mano, tiene los pies deformados, suponemos
que del mucho caminar de acá para allá, y un barreño a su vera, posiblemente
para meter los pies en agua caliente con sal para relajarlos y luego rasparles
las durezas. Me parece que un maestro o una maestra debería ser una especie de
Esopo reencarnado, si es que realmente quiere servir de algo a sus alumnos. En
conclusión, que El potaje de Esopo es un buen título, sonoro y sugerente,
para estas meditaciones o comentarios a vuela pluma, pienso yo.
Vayamos al tema de hoy. Últimamente tengo
la sensación de que los colegios son grandes centros en los que se practica el
juego simbólico a toda hora y por parte de todos los sectores. Se juega a la
escuela como se juega a los astronautas, a las casitas o a las tiendas. Imagino
a niños y a niñas jugando juntos, descreo de los juegos simbólicos por sexos.
Los niños y las niñas juegan a preparar
su mochila en casa, y luego a ponerse en la fila, sacar cuadernos y libros,
anotar deberes, hacer como que atienden, levantar el brazo cuando se pregunta,
jugar en el recreo, hacer exámenes, recibir refuerzos sociales, soportar
castigos, etc. Pero realmente al niño no le llega la cultura, no se le brinda
la oportunidad de pensar, él cumple con el rito, pero todo se queda en el rito.
Está recogido unas horas en el colegio y aprueba exámenes, pero aprende poco.
Los padres y las madres juegan a ser
padres y madres con niños y niñas que van al colegio. En el mejor de los casos,
preparan con ellos las mochilas, les dan un consejo antes de que entren al
colegio, los esperan a la salida, les preguntan qué tal el día y por los
deberes, les recuerdan que tienen que estudiar. Pero realmente viven al margen
del aprendizaje de su hijo. Quieren que no venga con problemas y que apruebe
los exámenes, con buena nota, por supuesto, que nadie se meta con él, que no
sufra mucho o nada para aprobar. Van a entrevistas escolares y reuniones
generales, rellenan autorizaciones y se wasapean con otros padres y madres para
comentar cosas del colegio. Con eso viven tranquilos, pues interpretan cabalmente su
papel. Ante el maestro aparentan mucho interés y preocupación por su hijo, pero
luego no les duelen prendas que el niño se pase la tarde entretenido con
videojuegos y que en la casa no haya un clima de sosiego y estudio. Muchos
niños se tiran horas haciendo deberes, cuando los podrían hacer en un rato
corto si el ambiente fuera el adecuado. No entro aquí en la cuestión deberes, que
es harina de otro costal.
Y los que más juego simbólico juegan son
los maestros y las maestras. Juegan a escribir sus programaciones —cómo venga
el inspector…—, subir y bajar filas, dar las lecciones del libro de texto,
poner exámenes y corregirlos, poner notas, hacer semanas culturales, salir de
excursión, acudir a las sesiones de evaluación y del claustro, participar en algún
curso de formación. Pero realmente están en otra órbita. No son transmisores ni
facilitadores del acceso a la cultura. Sufren, porque sufren un montón, porque el oficio
es duro y con muchas aristas, pero educan poco. Tienen sensación de fracaso, de
no obtener buenos resultados de su esfuerzo, pero rehúyen una vida dedicada al
estudio y no toman medidas profesionales valientes que supongan esfuerzo y
constancia. Es difícil que se adopten medidas colectivas de calidad en un
colegio. Mantienen las apariencias, cumplen con ritos que no les complican la
vida y no se meten en los charcos en los que puedan ensuciarse de barro. Los
ritos pueden cumplirse con un sumun de prudencia, una prudencia estéril.
La Administración no se escapa del juego
simbólico. Juega a planificar recursos humanos y económicos. Juega a
inspeccionar el sistema educativo, que no se diga que no están pendientes. Y
juega a hacer evaluaciones externas a los centros, a hacer estadísticas, a
escribir medidas de mejora que nunca se ponen en práctica.
Todo esto es una simple sensación, que me
deja amargor en la boca, como una almendra amarga o el vino amargo de Rafael
Farina. No me hagan mucho caso, soy consciente de que opino de modo sesgado.
Pero, si se animan, comenten la entrada, sería interesante.
Para abrir boca en esta sección bautizada como El
potaje de Esopo, es suficiente por hoy.
Carlos Cuadrado Gómez
Esopo
Velázquez (Museo del Prado)
Don Carlos estas algunas lectoras le agradecemos la vuelta a este blog que nos encanta leer.
ResponderEliminarPues sí, está muy bien que hayas vuelto a tus andadas y que nosotras las disfrutemos. No es por consolar pero estos juegos simbólicos también se dan en otros contextos profesionales. A ver si os creéis que los docentes y el mundo escolar tienen la exclusiva. Gracias por escribir de nuevo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuenas tardes Carlos.
ResponderEliminarEfectivamente, vivimos en un mundo imperfecto. Muchos rituales sustituyen actos valientes. Como dice Teresa, no solamente en el ámbito educativo sino en cualquier entorno social.
Y estoy totalmente de acuerdo contigo en que es difícil que se adopten en un colegio medidas colectivas que redunden significativamente en una mayor calidad. Probablemente porque al igual que todos los colectivos, nosotros los maestros también somos un colectivo heterogéneo, formado por personas dispares, con distintas formas de ver la realidad y con diferentes grados de implicación.
Si un hecho me parece llamativo en los profesores de mis hijos (están en 1º y 3º de la ESO) es que creo que la mayoría han renunciado a educar a los chavales. Su actuación me lleva a pensar que son meros instructores. No van más allá.
Pero si como dice el viejo refrán africano "para educar a un niño es necesaria toda la tribu" y los padres están en una buena parte sobreviviendo con trabajos cada vez más precarios y la familia extensa de hace unas décadas (tíos, abuelos, primos,...) se disuelve por momentos...
¿Dónde está la tribu?
La tribu se está disolviendo en los LED´s de las televisiones y en los botones de las nintendo.
Nadie dijo que vivir fuera fácil. Vivir es peligroso. Pero también apasionante.
Saludos a todos los componentes de este blog.
Gabriel
De acuerdo en lo fundamental. Un único apunte: no tengo claro si los maestros tenemos realmente la función de educar como labor profesional. Sospecho que lo nuestro es esencialmente la enseñanza, admitiendo que ella forma parte del proceso educativo. Es simplemente una cuestión de matiz; no niego que seamos agentes educadores, pero lo que nos distingue de otros es lo específico de nuestra tarea: enseñar en sentido amplio (si se quiere) o más estricto (sospecho que esto es lo más común entre los docentes, aunque con un éxito perfectamente descriptible en España).
ResponderEliminarUn abrazo.
Ramón.