jueves, 5 de diciembre de 2024

Como Lady Whistledown

 


COMO LADY WHISTLEDOWN

Los seguidores de la serie televisiva Bridgerton saben que en la segunda temporada la autora de unos panfletos de cotilleos sobre la alta sociedad londinense de principios del XIX está un tiempo en silencio sin publicar nada. Los panfletos que escribe Lady Whistledown, que es el seudónimo que protege en el anonimato a la autora, son una especie de revista del corazón, parecida al Hola, que siguen con pasión los lectores de la nobleza y que reporta importantes beneficios a su autora oculta. Yo adoro los spoilers cuando soy la víctima, pero no haré ninguno en esta entrada del blog. ¿Quién se oculta tras el seudónimo de Lady Whistledown? Tendrán que ver la serie.

Como Lady Whistledown, llevo unos meses en silencio. He publicado algunos cuentos y poesías en el blog de Cuentos para Pablo y Paula, pero aquí ni una línea. No me pasa nada, estoy bien y muy libre, dedicado a mis labores, entre las que está la escritura de La escuela despistada, que me está llevando más tiempo y esfuerzo del que esperaba. Va muy avanzado el libro. Espero que en los primeros meses de 2025 vea la luz. Tal vez vaya publicando extractos para no perder la atención de los lectores de este blog, pero no me comprometo a nada. Lo que sí puedo asegurar es que La escuela despistada se publicará, quede como quede. Con este tipo de libros uno tiene el temor de que se queden en panfletos baratos, como largas homilías mal escritas y predicadas en el desierto. Ya veremos.

Sobre educación pocas entradas más escribiré en el blog. Si no se pisa la arena de los patios de recreo y a veces se coge un puñado para frotarse las manos como un gladiador, poco se puede opinar sobre lo que pasa en los colegios. Seré consecuente. Pero en este blog también la cultura, sobre todo los libros, han tenido y tendrán un espacio importante.

Ser lector es un modo de vivir. Hay lectores de ocasión, que está muy bien y posiblemente es el mejor modo de leer, y lectores de cuerpo entero, que se pasan la vida con un libro en las manos, como algunos de mis personajes favoritos de los Bridgerton: Penélope y Eloise. Por cierto, ambas han leído el Quijote de Cervantes. Cuando les escuché la conversación, di un respingo en el sofá (mi sofá es muy incómodo y poco atractivo, pero es el único asiento que hay frente al televisor). Me ganaron el corazón para siempre. He de decir, amable lector, que en vida de Cervantes la Primera Parte del Quijote se tradujo al inglés, con gran éxito editorial. 

Para los lectores de cuerpo entero, como mi amigo Guillermo M. Schrem, la lectura forma parte del día a día de la misma forma que el aseo, la comida o el mismísimo respirar. No importa la cantidad de libros que uno lea, eso es lo de menos, sino la convivencia diaria con otros seres humanos, vivos o muertos, que se han molestado en escribir cosas de todo tipo, algunas muy interesantes, algunas muy tediosas, otras muy bonitas, y que con suavidad nos alivian la pesadumbre del existir y el miedo a la soledad. ¿Qué más podemos pedir?

Estoy releyendo el Romancero gitano de Federico García Lorca. Siento que no me lo merezco. Qué calidad y qué magia. ¿Cómo no va a estar Federico en la historia de la literatura universal? Lo que lamento es que se me está acabando y me voy a quedar como vacío y desolado cuando lea el último verso. Otro poeta vendrá a rescatarme. ¡Pero es que es tan bueno Federico!

Recomiendo tener varios libros abiertos a la vez, de distintos géneros, ir pasando de uno a otro según las ganas y el momento del día. Es mejor tener varios compañeros de camino que uno solo, así el fastidio de unos se compensa con las alegrías de otros. Ahora no tengo entre manos ninguno aburrido. Mejor.

Comencé hace años y dejé aparcado Gramáticas de la creación de George Steiner. Lo he recuperado y lo estoy leyendo con pasión a poquitos, no es libro de atracones. Esta vez llegaré al final del ensayo, que es extraordinario.

¿Narrativa? Lo he pasado fenomenal con Los amores equivocados de la gran Cristina Peri Rossi. Nunca defrauda, da igual el género que toque, poesía, ensayo o narración. Los once cuentos del libro, algunos con un contenido erótico descarado y directo, son impresionantes, cómo bucean en lo más íntimo del ser humano. Por algo la Peri Rossi tiene el premio Cervantes, no es por casualidad.

Y me está encantado La amiga estupenda de la italiana Elena Ferrante. Una maravilla sobre la amistad de dos niñas napolitanas, cuyo entorno es un mundo hostil pero emocionante, donde vivir es una aventura y un reto diarios. No he llegado al primer tercio de la novela, y contento, no tengo prisa. Cuando un libro me gusta, suelo demorarme para que me dure. 

Y como el niño Vicente era tan repelente que se quedó con el mote de el repelente niño Vicente, aquí lo dejamos. A ver si por excesivo pierdo lectores que, con razón, me manden lejos, por ejemplo a freír monas.

Seguiremos en contacto.

Carlos Cuadrado Gómez

martes, 14 de mayo de 2024

Maestros en el cine

MAESTROS EN EL CINE

Recientemente he visto dos películas en las que los maestros son los protagonistas: El maestro que prometió el mar (2023), dirigida por Patricia Font, y María Montessori (2023), película francesa dirigida por Léa Todorov.

Ambas me han impresionado positivamente. Cada una en su estilo, serían películas para ver con maestros y no maestros, por supuesto, y hacer a continuación un cinefórum. 

Mi intención es animar a que se vean y, por lo menos, sean tema de conversación tomando un café con leche o una taza de té con pastas. Las comentaré brevemente.

En La lengua de las mariposas (película de 1999, dirigida por José Luis Cuerda), el protagonista es un niño, Moncho, y un maestro de la Segunda República en los tiempos previos a la Guerra Civil, don Gregorio, interpretado por Fernando Fernán Gómez. El guion se escribió adaptando unos cuentos de Manuel Rivas. Don Gregorio es un personaje literario cuya figura refleja el interés de aquella generación de maestros republicanos por enseñar de otra manera, renovando los métodos y la concepción misma de lo que es la educación, dentro de la corriente de la Escuela Nueva que se estaba propagando por Europa. El final de la película es trágico. Don Gregorio acaba arrestado y fusilado por los fascistas.

A diferencia de La lengua de las mariposas, Antoni Benaiges, que es el protagonista de El maestro que prometió el mar, fue un maestro de carne y hueso que, como don Gregorio, también acabó arrestado, torturado y fusilado por los fascistas del bando nacional. Hay bastantes paralelismos entre ambas películas: los personajes son maestros republicanos que ponen en práctica una pedagogía innovadora, centrada en el niño y transformadora de la sociedad de aquel tiempo, una sociedad atrasada en muchísimos aspectos. Antoni Benaiges fue el maestro de la escuela nacional mixta de Bañuelos de Bureba, provincia de Burgos, desde 1934 hasta 1936. A ese pequeño pueblo burgalés llega el método de Freinet de su mano. En la imprenta escolar imprime una serie de cuadernillos o publicaciones de sumo interés. Uno de los últimos se titula El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. Parece cierto que planeaba hacer una excursión con sus alumnos a verlo a su pueblo natal en la provincia de Tarragona. No pudo ser porque en julio de 1936, como he dicho, lo mataron.

La película se mete en el aula de un maestro freinetista, muestra cómo sería el trabajo en el aula, la relación del docente con sus alumnos, la convivencia entre los niños, las tensiones con las "fuerzas vivas" de la localidad, la vida del maestro fuera del horario escolar, etc. Me parece sumamente interesante. Por supuesto, se toca también la cuestión de la represión franquista a los docentes republicanos, el problema de las fosas comunes y las tensiones actuales a propósito de la exhumación de dichas fosas. El cuerpo de Benaiges no ha sido recuperado y se ignora dónde fue enterrado después de su fusilamiento. El final de la película es muy similar al de La lengua de las mariposas.

Uno de mis principales referentes como maestro es María Montessori, a quien siempre he admirado y admiro. La pedagogía realmente cambia con ella, con su método, con sus innovaciones, con sus materiales escolares, con su paidocentrismo, con el modo como concibe el proceso de enseñanza-aprendizaje. La película María Montessori se centra en sus primeros años de trabajo con alumnos de Educación Especial en Roma. 

María Montessori es la primera mujer que estudia medicina en Italia. Es una pionera en muchos sentidos y, como tal, la vida de esta médica y pedagoga no fue un camino de rosas. 

En la película se puede ver cómo trabaja directamente con niños discapacitados, para los que va diseñando un ambiente y unos materiales que seguimos utilizando hoy en día. La película toca aspectos de su vida personal que yo ignoraba. Supongo que los guionistas habrán sido rigurosos con los datos biográficos que se conocen de ella. Para mí hay un momento especial en la película, que puede pasar desapercibido, pero que me parece de suma importancia: cuando comprende (no voy a reventar la película a los futuros espectadores) que el método que ella emplea con niños discapacitados es extensible y aplicable a niños sin discapacidad, que las diferencias sólo están en el nivel de autonomía de su uso. No digo más.

Confieso que me he emocionado viendo ambas películas. ¿Alguna lágrima furtiva? Sí, alguna, y dos y tres. Pero eso queda para mí. 

Para quien quiera profundizar en Montessori, Freinet y Benaiges hay bibliografía de primera calidad. Se encuentra fácilmente.

Veo complicado lo del cinefórum, pero queda en pie lo del café y la tertulia, que es más fácil.

Carlos Cuadrado Gómez

sábado, 17 de febrero de 2024

La escuela despistada. Prólogo

 


La escuela despistada
PRÓLOGO

En 2013 publiqué La escuela del entretenimiento (Ediciones QVE), un ensayo sobre la situación y los problemas de la educación en aquel momento. Diez años después, me enfrento al reto de escribir La escuela despistada.

En esta última década, muchas de las cosas que me llamaban la atención han permanecido desgraciadamente intactas. Otras han cambiado o son nuevas, marcadas por una tendencia decadente. Aunque pueda parecer un periodo corto de tiempo, en diez años han evolucionado bastante la sociedad y la escuela.

Definía la escuela del entretenimiento como «aquella cuyo principio rector es no aburrir y guardar las apariencias. Para conseguirlo, se ofrecen al alumno uno conjunto de actividades, supuestamente divertidas, que lo distraen y lo privan del ambiente y sosiego necesarios para la conquista de la cultura básica. Se antepone la distracción al método y al esfuerzo que hay detrás de todo conocimiento valioso, de manera que lo periférico se convierte en lo central, y viceversa» (p. 13). La escuela del entretenimiento y la escuela de la distracción eran y son equivalentes.

A día de hoy, la escuela del entretenimiento no ha pasado página, sus secuelas son vigorosas. Pero, en mi opinión, lo más resaltable en estos momentos es el despiste: la escuela no sabe a dónde va, no sabe qué contenidos debe enseñar ni cómo, ni siquiera sabe cuál es el papel del maestro, si es que todavía hacen falta maestros en un mundo en el que todo gira alrededor de la tecnología. No me refiero a individuos concretos, porque hay maestros y maestras que no están tan confusos, sino a la institución escolar como tal.

¿Qué ciudadano debemos formar para que sobreviva en este mundo y en el inmediatamente venidero? ¿Un manejador de aplicaciones? Padecemos una complejidad social artificial, creada en gran medida por el mercado capitalista. ¿Entendemos que hoy pueda haber un ser humano sin teléfono móvil? Es más, ¿podríamos manejarnos en la vida sin un móvil en la mano? Se mueven ingentes cantidades de dinero en torno a la tecnología informática. ¿Qué significa “la sociedad conectada”? Conectada tecnológicamente, ¿y en otras dimensiones del ser humano? La escuela no es ajena a esta realidad ni puede serlo, porque la escuela forma parte de la sociedad, no existe flotando en un mundo ideal.

Fuera de los círculos docentes, de la escuela ni se escribe ni se habla mucho. Lo que oímos en los medios de comunicación viene de la boca de individuos que ignoran lo que sucede en los centros educativos. No se da la palabra a los docentes en ejercicio, ni siquiera a miembros del cuerpo de inspectores. De medicina oímos hablar a médicos; de educación oímos a opinadores.

En la última campaña electoral al Congreso y al Senado, en julio de 2023, la cuestión de la escuela, de la educación en cualquiera de sus niveles, estuvo literalmente ausente. Su mención en los principales debates televisados fue cero o casi cero, por no pillarme los dedos.

También es cierto que los maestros no se prestan a hablar o escribir sobre educación, cuando son ellos, junto con los alumnos, los principales actores de la educación fuera del seno familiar. El “hecho escuela” se produce en sus vidas y en las de sus alumnos, en las aulas, en los patios y en las horas de preparación de clases, de corregir trabajos, de hacer los “deberes” en casa. En ese ecosistema y sólo en él sucede el “acto educativo”, sucede “la escuela” de cada época de la historia desde que esta institución social existe. Incluso por omisión, sea en el tiempo o en el espacio, el trinomio escuela, maestro, alumno es un bloque indisoluble.

Los maestros conviven con los niños de hoy, que serán los adultos de mañana. Es inevitable. Todo ser humano es en presente y en futuro, o sea, es en proceso. Por eso y mucho más, la escuela es tan importante.

Cuando escribo este prólogo estoy con un pie en el estribo de los sesenta y, con ellos, mal que me pese la palabra, en la jubilación. Me pasa como a las folclóricas: no me gusta decir mi edad. Tampoco se la pregunto a nadie, que conste. Es la primera vez que escribo el prólogo de un libro antes de enfrentarme a su composición. Cuando lo acabe y lo publique, el prólogo ya estará hecho y seguramente yo tendré los malsonantes sesenta.

Me siento como aquel maestro ilusionado que con veintidós años entró por primera vez en una clase del colegio público de Majadas de Tiétar (Cáceres). Era un 3.º de Educación Primaria. De la mayoría de los nombres de mis alumnos, con el paso del tiempo, me acabo olvidando, pero de las caras, nunca. Con poco esfuerzo, recuerdo aquellas primeras caras y el tono melodioso del acento extremeño de las voces de los niños. El primer amor no se olvida, no se olvida el primer beso y no se olvida la primera escuela.

Para poder decir algo de sustancia sobre la escuela, hay que tocar pelo, es decir, hay que subir una fila y entregar unos niños a sus familias a la salida a diario. De lo contrario, se dirán naderías y generalidades de observadores externos. Si no se saber hacer en la práctica lo que se predica, no me vale. Por eso, lo que he tenido y tengo que decir como maestro lo estoy diciendo en el blog La escuela del entretenimiento, que durante años ha sido un banco de pruebas para escribir este ensayo.

Estoy harto de la gente que descubre la pólvora el día que se jubila, cuando sin riesgo puede opinar lo que quiera. ¿Por qué no lo dijiste antes, cuando estabas en activo? Se vuelven muy listos cuando abandonan el partido y se retiran a las gradas. Esta actitud la he criticado siempre y no quisiera caer yo en el mismo error. Con este libro cierro una etapa personal.

El libro se divide en dos partes.

En la primera, pongo por el escrito las reflexiones y el análisis que he venido haciendo sobre la escuela en los últimos tiempos: ¿Qué nos pasa y por qué?

La segunda parte es una selección de artículos sobre educación del blog La escuela del entretenimiento, que he subido y que se han podido leer a partir de la publicación del libro mencionado: cartas a Ramón, el Potaje de Esopo, notas de verano, etc. De momento, no pienso poner fin al blog, donde en adelante predominarán los artículos de tipo cultural.

¿Es pesimista el tono del libro? Muy posiblemente. Lo escribo porque no me gusta el panorama que tenemos, pero, como siempre, hay matices. El falso optimismo es tan estéril como el pesimismo derrotista. Busco el equilibrio. Sin embargo, como creo que estamos en un periodo de decadencia y nadie sabe cuántos años estaremos en bajada, ese tonillo amargo es inevitable.

De pocas cosas estoy convencido, pero una de ellas es que cualquier tiempo pasado no fue mejor. No obstante, me parece que en la España y la Europa de los años ochenta hasta el año dos mil —siglo XX— se vivió un breve periodo ascendente, de sociedades que salían de los coletazos de la Segunda Guerra Mundial y de la dictatura franquista y que querían progresar superando lastres económicos, políticos y morales de las generaciones anteriores. Tuve la suerte de vivir parte de mi juventud en ese periodo. En la primera década del siglo XXI comenzó poco a poco, sin brusquedades llamativas, la decadencia deslizante que padecemos en los años veinte actuales. La historia humana, mal que nos pese, pasa por ciclos, por las subidas y bajadas de una montaña rusa temporal. Por azar vivimos en el momento histórico que nos toca, no lo elegimos: en ese momento y en un lugar determinado vivimos nuestra existencia y nuestras experiencias, personales y únicas. Son tan inútiles las miradas de añoranza al pasado, retropías que suelen ser erróneas, como las esperanzas fantasiosas de un futuro lejano y maravilloso.

A pesar de todo, soy práctico y optimista. ¿Por qué? Porque, igual que las generaciones anteriores a nosotros no tuvieron más remedio que, tras las caídas y los trompazos colectivos, tirar hacia delante y resolver los retos que tenían ante sí, las generaciones actuales y venideras harán lo mismo. De eso estoy seguro. Ninguna generación es más torpe ni más lista que las que la precedieron, ni que las que la sucederán. Creo en la gente de cualquier momento histórico, especialmente en la gente joven: hoy están dando la talla en el mundo difícil que vivimos, como han sido difíciles todos los momentos del pasado, y la seguirán dando como lo han hecho sus antepasados. Los maestros jóvenes se enfrentan a los retos permanentes de esta profesión y a los propios de la sociedad actual. Algunos serán luchadores y creativos, otros serán comodones y conformistas, pero tendrán que optar y actuar, quieran o no, en la escuela que tengan entre manos.

Mi experiencia como maestro ha sido muy enriquecedora. La escuela me ha hecho crecer como persona y me ha dado mucha estabilidad. Puedo decir, sin exageración ni cursilería, que soy y he sido muy feliz como maestro, a pesar de los muchos pesares y amarguras. Me siento una persona afortunada. He recibido mucho más de la escuela de lo que yo le he dado, y le estoy sumamente agradecido.

Carlos Cuadrado Gómez

Leganés, 17 de febrero de 2024

(Primera redacción: 17 de septiembre de 2023)

domingo, 7 de enero de 2024

Cartas a Ramón: El estribo y el pie (7 de enero de 2024)

  CARTAS A RAMÓN

 Dibujo de Cartas y sobre pintado por en Dibujos.net el día 13-05-15 a las  16:15:35. Imprime, pinta o colorea tus propios dibujos!
Decimotercera carta
7 de enero de 2024
El estribo y el pie
Querido Ramón:
     A punto de poner un pie en la escuela, mañana a las nueve subimos la fila, hoy sí que te digo, tomándole prestado a Cervantes, "con un pie en el estribo". Cervantes añade: "con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo". Es la dedicatoria de su Persiles a don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos. Evidentemente, gracias sean dadas a quien corresponda, yo no me estoy muriendo, ni tengo prisa, pero sí estoy en mi último trimestre como profesional pagado de este bello arte que es la educación. Yo tampoco me lo creo, digo, dando por hecho que tú has pensado: ¡Parece mentira! Es fácil que me equivoque, pero me haría ilusión que tuvieras esa reacción mental frente mi noticia, que, como bien sabemos tú y yo y tantos otros, va siendo de dominio público.
     Pero, en tanto llega la hora, el presente se impone y me da igual lo que me quede, daremos la batalla día a día a brazo partido, que es como hay que tomarse esto. A finales del año pasado, me mandó mi amigo David Gallardo, que es joven, divertido y gallardo, tanto o más que su apellido, una frase del emperador Marco Aurelio: "A toda hora, preocúpate resueltamente de hacer lo que tienes entre manos con puntual y no fingida gravedad, con amor, libertad y justicia". Me gustó tanto que la imprimí y la tengo frente a mi escritorio y en una pared de mi clase. ¡Es insuperable! Esta siempre ha sido, Ramón, nuestra filosofía de vida, pero Marco Aurelio lo expresa "como un emperador", también de la palabra, y creo que tiene razón. 
     ¿Seguiré escribiendo en el blog? ¡Por supuesto! Mientras tenga un pie en el estribo, mejor dicho, los dos pies en los estribos, puedo reflexionar sobre educación. Más adelante, ya veremos, porque, como hemos dicho tantas veces, para hablar de educación hay que estar con las manos en la masa, subiendo filas y cuidando recreos. De lo contrario, uno opina sin conocimiento directo de causa, y estamos hartos de opinadores que no han pisado un aula en su vida, o la han pisado poco, o la pisaron y opinan a toro pasado, cuando el toro no les puede cornear; se vuelven muy listos cuando ellos no son los actores directos de eso que opinan. ¡Aj, vade retro! O sea: ¡Atrás!, como dijo Diego el Cigala blandiendo un pañuelo blanco.
     ¡Tantas cosas hay que decir de la educación! ¡Tantas preocupaciones sobre ella tenemos los de dentro y los de fuera! ¡Tantos retos asoman por el horizonte! Mi preocupación principal, como la todos los que trabajamos en colegios e institutos, es hacer lo mejor posible nuestro trabajo, que les sirva positivamente a nuestros alumnos, que les ayudemos a crecer en todos los sentidos, que disfruten aprendiendo, que sean personas autónomas y comprometidas con los demás. Esa es la principal aspiración de un maestro, desde el primero al último día que pisa un aula. Por eso, el ejercicio diario de nuestra profesión es un presente insoslayable e intenso, que se centra en el minuto, aunque también deba tener la vista puesta en el futuro.
     Tengo entre manos el ensayo La escuela despistada, que será la segunda parte o la continuación de La escuela del entretenimiento, que publiqué hace diez años, los años que tiene este blog. En tres meses no la terminaré. Me está dando más trabajo de lo que pensaba, de modo que tendrá que esperar un poco. No obstante, quiero que vea la luz antes de que acabe el año. Lo que sí haré será publicar en breve el prólogo, que ya lo tengo madurando en el cajón. Es la primera vez que escribo un prólogo antes de acabar el libro. Me saltaré esa particular norma mía y lo subiré al blog antes del Carnaval de este año.
     Y poco más, Ramón. 
     De libros y lecturas, hablaremos otro día, hoy no procede o no corresponde. Elige tú el sinónimo más apropiado.
Siempre tuyo:
Carlos Cuadrado Gómez

miércoles, 16 de agosto de 2023

NOTAS DE VERANO (2) ABN

 NOTAS DE VERANO (2)


ABN

    Hace dos años, en agosto de 2021, leí el libro Enriquecimiento de los aprendizajes matemáticos en Infantil y Primaria con el Método ABN, publicado por Ediciones Pirámide en 2019. El libro lo escriben Jaime Martínez Montero, que es el creador del Método ABN, y Concepción Sánchez Cortés, que es la maestra pionera en la aplicación de dicho método. En la contraportada del libro se indica que Martínez Montero fue inspector de educación durante 37 años, desde 1977 hasta 2014, año en que se jubiló; Sánchez Cortés en el curso 2005-2006 probó el método ABN en Infantil y en el curso 2005-2006 lo inició con alumnos de Primaria. Ambos trabajan en la editorial Anaya en el proyecto Matemáticas ABN: Martínez Montero lo dirige y Sánchez Cortés es coautora —supongo que de él— de todos los materiales que se editan.
   Este artículo quizás es más técnico que otros de este blog. Es el análisis de un método, el ABN, para el aprendizaje del cálculo en Educación Infantil y Educación Primaria. Los docentes, estén o no de acuerdo con mis opiniones, están familiarizados con el lenguaje didáctico y con los materiales que circulan por los circuitos educativos. No obstante, el artículo también está orientado al público que no es docente, pero que, por ejemplo, tiene hijos en edad escolar que trabajan con este método, o simplemente le interesa todo lo relacionado con el mundo de la educación.
   Este artículo debería haber visto la luz hace un par de veranos. El boceto ha estado en un cajón esperando hasta ahora. Nunca pretendo molestar ni crear polémica por el simple gusto de polemizar, por eso, me parecía que debía tomar distancia con el boceto y probar el método con mis propias manos antes de opinar sobre él. 
   Profesionalmente, trabajé con los libros de Anaya de este método ABN en el curso 2021-2022. Estas decisiones se toman antes de que acabe el curso anterior. Yo dije que “de acuerdo” sin haber estudiado a fondo la propuesta. Asumo el error. Fue en verano cuando me puse a estudiar el método acudiendo a la fuente más directa: el libro del autor. Sinceramente, me disgustaba a medida que iba leyendo, tomando notas y haciendo los ejercicios. Me consolé pensando que ya haríamos nosotros nuestro propia adaptación o sincretismo, como hacemos tantas veces, para favorecer el aprendizaje de los alumnos más allá de los libros de texto de turno. Ya tendríamos tiempo que replantearnos la decisión para cursos sucesivos.
   Comenzaré por mis primeras impresiones.
   Lo primero que me llamó la atención es la ausencia total de bibliografía de otros autores, justificada así en la introducción: «Hemos renunciado a realizar un listado amplio de libros y artículos, que en la mayoría de los casos no ayudan demasiado». En la didáctica de las matemáticas se viene trabajando y bastante bien desde hace mucho tiempo. Otra cosa es que en las aulas no se pongan en práctica de modo sistemático las didácticas que partieron de la Escuela Nueva y que se han ido mejorando con las aportaciones de otros autores. Lo mismo sucede con otras materias, como el aprendizaje de la gramática, de un segundo idioma o de las Ciencias Naturales. 
   Como digo, en un libro dirigido a profesionales que presenta un método supuestamente nuevo es imprescindible exponer la bibliografía que se ha estudiado. No se menciona a autores como Piaget, Vygotsky, Montessori, Cuisenaire, Dienes, Kamii y Fernández Bravo, entre otros. El método ABN parece surgido de la mente de su autor a partir de la nada.
   Martínez Montero contrapone el método ABN (=Abierto Basado en Números) frente al método CBC (=Cerrado Basado en Cifras, o “método tradicional”). Sin embargo, no se nos especifica en qué consiste el “método tradicional”, nos lo tenemos que imaginar. En cualquier caso, el método tradicional es malo per se y en todo, y, para salvar al niño de esa “caspa”, llega el método ABN. Lo que Martínez Montero nos pide encarecidamente es que tengamos “fe” en que esto del ABN funciona maravillosamente, como si estuviéramos hablando de dogmas religiosos. Por otro lado, las investigaciones que se presentan ad hoc, por supuesto siempre a favor del método, son trabajos de alumnos de máster. Pienso que es preferible menos fe y más rigor epistemológico, si no, mal vamos.
   Se insiste en que le hace falta al niño mucho “entrenamiento” para aprender con este método. El niño “entrenado” parece la alternativa al niño que “construye o reinventa las matemáticas" de Kamii. En el aprendizaje de las matemáticas es fundamental que el niño construya, que el niño piense. Las matemáticas no son un mero ejercicio o gimnasia mental. ¿Realmente qué son las matemáticas? Es la pregunta que se hacen tantos matemáticos y educadores sin conseguir dar una definición concisa, pero, desde luego, no son un pasatiempo o un modo de agilizar la mente a base de entrenamiento.
   En mi opinión, es excesiva la importancia que se da al cálculo mental, con unos algoritmos prolijos, que pueden ser válidos como iniciación de una unidad didáctica, pero que complican los itinerarios mentales sin necesidad y cuyo dominio es el punto final del proceso. Tengo la sensación de que este abuso del cálculo mental, que no deja de ser una gimnasia, no desarrolla el pensamiento creativo del alumno, preocupado en automatizar unos pasos algorítmicos, y que no favorece que el niño “construya” el número y desarrolle la lógica mediante la manipulación y la exploración de los algoritmos. Creo que el ABN “se lo da todo hecho” e impide esa construcción que permite comprender y expresar el mundo en que vivimos. Si tenemos calculadoras y hojas de cálculo, ¿es necesaria esa obsesión por el cálculo mental?
   Aunque pueda parecer un método manipulativo, no lo es “tanto”. Algunos ejemplos de problemas visuales me parecen mal planteados o equívocos. El niño prácticamente no manipula: la manipulación es un paso que hay que ventilar cuanto antes en este método. Y son tan farragosas las manipulaciones que “se piden” que no veo la autonomía del alumno por ningún lado: sin una guía muy estrecha del adulto, el niño difícilmente descubre “eso que queremos que descubra”.
   Además, me parece que con el ABN no se facilita una transición fluida entre unidades de orden menor y orden mayor del sistema decimal.
   Evidentemente, hay muchas estrategias para resolver una operación. Lo ideal sería que pudiéramos dejar que el niño investigara y construyera sus propias estrategias y algoritmos. ¡Dejarle pensar y descubrir! En mi opinión, por ejemplo, debería plantearse antes la división que la multiplicación, porque es una acción/operación más natural en la vida diaria del niño, que se pasa el día viendo y haciendo repartos de distintos tipos. 
   En definitiva, el ABN es un método tan artificial como lo es el método tradicional que se pretende superar.
   A pesar de lo expuesto hasta aquí, hay “cosas” que me han gustado, aunque no sean tan novedosas como el autor cree, que se pueden aprovechar o integrar en un planteamiento más constructivo de la didáctica de las matemáticas. Enumero algunas:
—Algunas técnicas de contaje.
—Cómo se trabaja con la recta numérica.
—Las tablas de sumar y restar, pero de un modo más sencillo.
—Los dobles y las mitades, de lo cual ya hablaba Kamii.
—Los complementarios de 10, 100 y 1000.
—Coincido con ellos en que el cartel numérico comience en 1 y acabe en 100, y que los números avancen de izquierda a derecha.
—La resta por comparación.
—La clasificación de tipos de división de cara a la resolución de problemas, si bien el algoritmo que se propone me parece desconectado del concepto y del proceso mismo de dividir.
   Retomo los inconvenientes que veo a este método.
   Por ejemplo, ¿qué hacemos cuando un alumno se bloquea con este método? Creo que para alumnos con problemas de discalculia el ABN dificulta todavía más las estrategias de mejora (apoyo y refuerzo escolar). Con este método me parece complicado trabajar con alumnos con necesidades educativas especiales. Intuyo que favorece la frustración de muchos alumnos con reticencias, por el motivo que sea, a las matemáticas. Tienes que ser un niño muy ágil para conectar con el método. Contemplo caras concretas cuando digo esto.
   No he visto un planteamiento adecuado en la estrategia de solución de problemas. Algunos ejemplos que se emplean me parecen trasnochados y demasiado artificiales. Por supuesto, no se habla nada de geometría, que es un componente capital e imprescindible de las matemáticas. Lo justifico porque, al fin y al cabo, el método ABN está dirigido al cálculo.
   Considero que, si se aplica el método ABN con el rigor que pide el autor, fácilmente se puede agobiar a un porcentaje alto de alumnos y a sus familias si pretenden ayudarlos, porque para entender el ABN hay que echarle mucho rato y estar muy fogueado en la enseñanza de las matemáticas.
   Con una clase de veinticinco alumnos, con cuatro o cinco niveles de rendimiento, el ABN puede ser una locura y una desesperación. Hay que ser un profesional muy hábil para ser eficaz y salir airoso del trance. Y que no nos vengan contando películas de cómo llevar una clase, y menos gente que ha pisado poco el aula. Perdón por este tono coloquial, pero a veces es el que se entiende bien.
   Los autores no nos confiesan ninguna dificultad a la hora de aplicar su método, todo les sale redondo; tampoco se menciona la clase social de los alumnos con los que “han probado” su método en las fases iniciales del proyecto. ¡Qué diferencia con Constance Kamii, que no tiene inconveniente en confesarnos sus fracasos y decepciones, su búsqueda, a veces angustiosa, de soluciones a los problemas que le salen al paso! El libro de Martínez Montero tiene un tono presuntuoso y sectario muy desagradable, al menos para mí.
   Podría seguir entrando en más detalles: mi libro está lleno de subrayados, anotaciones y comentarios en los márgenes. Pero me parece suficiente con lo dicho.
   Opino que el método ABN en su conjunto tiene un planteamiento equivocado de lo que son las matemáticas y su didáctica, y observo fallos epistemológicos suficientes como para desecharlo como método base de aprendizaje de las matemáticas en un centro escolar. Por mucho que diga el autor, me parece complicada la transición del mundo ABN al “mundo normal” de los alumnos formados con este método. 
   Los niños inteligentes aprenden con cualquier método y a pesar de los maestros. No creo que a Newton o a Emmy Noether los enseñaran en la escuela o en casa con unos métodos especiales y refinados. Por eso, hay que ser muy cautelosos con los estudios de resultados de estos métodos. Posiblemente, los niños del tipo Newton o Noether tendrán buenos resultados con el método ABN, con el método tradicional, con el constructivista ortodoxo o el constructivista heterodoxo.
   Pienso que el método ABN, a día de hoy, es una apuesta comercial de la editorial Anaya, que ofrece algo que parece novedoso y que puede hacer sentirse “especiales” a los que se suben a ese carro, pero intuyo que es una propuesta que pasará de moda en unos años, si es que no lo ha hecho ya.
   Concluyo con la siguiente preocupación, al margen del ABN. Con la didáctica de las matemáticas, igual que con otras áreas del saber, hay un debate candente por la llegada masiva a nuestras vidas de las tecnologías cibernéticas (las TIC). Se han impuesto en nuestro mundo: es un hecho incontestable que nos han invadido para quedarse. ¿Cómo encajamos las TIC en nuestros currículos, en nuestras didácticas? El debate no se puede soslayar ni demorar, querámoslo o no. Y lo peor que podemos hacer es mirar para otro lado.
Carlos Cuadrado Gómez

viernes, 14 de julio de 2023

NOTAS DE VERANO (1) Le temps retrouvé

  NOTAS DE VERANO (1)

 

Le temps retrouvé

    El pasado 28 de junio de 2023 terminé la lectura de la obra de Proust: À la recherche du temps perdu. Me pilló de improviso. Estaba leyendo las últimas páginas de Le temps retrouvé, que es la última de las siete novelas que componen el conjunto de la obra, pensando que me faltaban todavía unas cincuenta páginas, cuando me encontré con la palabra FIN. Di un suspiro y me quedé como vacío, como huérfano. ¿Ya se acabó?, me pregunté asombrado. Mi sensación era que Proust iba terminando la novela, pero con Proust uno nunca sabe dónde acabará un capítulo y comenzará el siguiente. Él es capaz de jugar con las palabras, las frases y los párrafos con una maestría tan abrumadora que el lector nunca sabe dónde se producirá el corte. La palabra FIN, que se escribe de igual modo en francés y en castellano, me sacó de súbito de uno de esos momentos maravillosos que a veces se producen en el lector, de los que uno nunca querría salir. ¿Ya se acabó? Como me costaba creerlo, di a la tecla de avanzar de mi libro electrónico.    Efectivamente, la novela había concluido, el resto de las páginas se dedicaban a índices y resúmenes.
    Para mí terminar À la recherche du temps perdu ha sido un acontecimiento personal importante, ha sido el final de una etapa como lector, que comenzó cuando estudiaba 3.º de BUP y que retomé cuando era estudiante de magisterio con 18 o 19 años. El inglés ha llegado a mi vida siendo adulto; antes llegaron el francés, el latín y unas pizcas de griego. Después del inglés, en 2013, aprendí por mi cuenta el catalán para leer a Josep Pla. De todas formas, donde me encuentro en casa es con el español, mi lengua y querida lengua materna, que es el pilar en el que asienta este batiburrillo de idiomas. Pero la primera lengua que, siendo niño, me sacó de mi zona de confort fue el francés, por el que siento un gran aprecio, por qué negarlo.
    En 3.º de BUP trabajamos en clase el famoso pasaje de “la magdalena”, y recuerdo perfectamente el comentario del profesor sobre la memoria sostenida y evocada por los sentidos del olor y del gusto.
    Estudié la carrera de maestro en la Universidad Autónoma de Madrid, cuya escuela de magisterio, llamada Santa María, estaba entre la glorieta de Embajadores y la puerta de Toledo, en unos edificios prefabricados que había en unos jardines: se decía que habían sido propiedad de Godoy.
    Una de las pocas cosas que aprendí en la carrera fue precisamente la lengua francesa, de la mano de Madame Ten, una excelente profesora, que incluso hablaba el español con acento francés. Sus clases de fonética francesa eran excelentes. Por primera vez me daban las clases en francés a tiempo total y yo me veía forzado a hablar y escribir en francés. Fue una experiencia intelectualmente muy enriquecedora. Lamentablemente Madame Ten no era la profesora de literatura francesa. Una de las críticas que hacíamos a “esa profe” es que no daba las clases en francés, se limitaba a darnos unos apuntes, que eran aceptables, y a mandarnos algunos trabajos de escritores franceses. Allí tuve mi segundo contacto con Proust, que me ganó para siempre. Un trabajo que hice sobre él, específicamente sobre Les plaisirs et les jours, una obra de juventud, me valió una de las pocas “matrículas” de la carrera. Entonces de Proust era muy complicado encontrar obras enteramente escritas en francés: se tenía acceso a párrafos, pero los libros al alcance de la mano estaban traducidos al español.
    No sé en qué momento leí de un tirón Du côté de chez Swan, la primera de las siete novelas sucesivas que componen el conjunto de À la recherche du temps perdu. Posiblemente antes de acabar magisterio en un volumen de la biblioteca de la escuela, pero no estoy seguro. Por supuesto, lo leí en una traducción al castellano de Pedro Salinas de la editorial Alianza, que era la que se encontraba en cualquier biblioteca pública. Me costó, no disfruté tanto, fue un ejercicio de disciplina, lo reconozco, pero esa prosa compleja, con unos periodos tan largos, tenía algo que me atraía poderosamente.
    El primer libro que compré con mi dinero fue el segundo de la serie: À l’ombre de jeunes filles en fleur. Por supuesto, traducido al español también por Pedro Salinas. La musicalidad del título en francés es impactante. Los amores juveniles en un verano de playa son el núcleo de la novela. Aparece por primera vez la bella y misteriosa Albertine, de la que, como el protagonista, me enamoré, literariamente hablando.
    No puedo precisar la cronología de mis lecturas. Entre unas novelas y otras han pasado años. Como he dicho, Proust exige esfuerzo al lector, como lo pueden exigir la Eneida de Virgilio o la Divina comedia de Dante, y comenzar una nueva novela requiere un estado de ánimo decidido en el lector. De Le Côté de Guermantes, que leí en una traducción comenzada por Pedro Salinas y continuada por José María Quiroga Pla, recuerdo confusamente que Proust podía dedicar páginas y páginas a una sola tertulia de salón, donde se discutía de lo humano y lo divino, y concretamente sobre el caso Dreyfus, que tuvo a la sociedad francesa revuelta en los primeros años del siglo XX. Como simple dato informativo, añado que el resto de los libros de la editorial Alianza, del cuarto al séptimo, están traducidos brillantemente por Consuelo Berges.
    En 2009 viajamos a París Teresa y yo con nuestros hijos. Un viaje inolvidable. En ese viaje “pagué” varias deudas que tenía conmigo mismo y con París. Me era difícil no asociar parques, avenidas y edificios con pasajes de los tres libros que ya había leído. Lamentablemente los apartamentos donde escribió Marcel el grueso de la obra o ya no existían como tales o no supimos cómo visitarlos, aunque fueran recreaciones postizas. 
    Encontré una enorme paz interior cuando el 15 de julio de 2009 compré la obra completa en francés, en el FNAC del centro comercial Forum-Les Halles, en una sala del tercer sótano. La edición de Éditions Gallimard es un volumen de 2.408 páginas, con una letra minúscula y abigarrada, que contiene los siete libros de la obra. Me costó 30 € cabales. De paso compré de Proust Les plaisirs et les jours y Nôtre Dame de Paris de Víctor Hugo. Por la tarde, nos fuimos los cuatro al último piso de la Torre Eiffel, donde esperamos para subir la mayor cola que yo haya soportado en mi vida, porque un ascensor estaba averiado. Reconozco que mereció la pena la espera y la vista de París desde arriba.
    El libro de Gallimard me acompaña desde entonces en una estantería del salón. Su presencia callada es una compañía imprescindible, como lo pueden ser un cuadro o una fotografía de familia. Sé que allí está, en la lengua original de Proust, y con eso me basta.
    En ese tocho, a partir de la página 1.205, ya en francés, he leído Sodome et Gomorre, donde Proust aborda sin complejos y sin pelos en la lengua la realidad de la homosexualidad masculina de su tiempo, con abundantes detalles —en Proust todo está “al detalle”— sobre las estrategias de seducción, el amor físico y los vaivenes emocionales de los amantes. Albertine reaparece en esta novela y comienza un amor apasionado y celoso entre ella y Marcel, el alter ego de Proust. Qué bella y qué interesante es Albertine. ¡Y Marcel Proust gana tantos puntos en francés! No importa la dificultad que supone su vocabulario exquisito y sus largos periodos —para algo tenemos los diccionarios—, te envuelve y te cautiva en cada frase. 
    En el mismo volumen, diría que en los últimos cinco años de mi no muy bien aprovechada vida, he leído La Prisonnière y la mitad de Albertine disparue, donde he pasado mucha angustia con los celos patológicos de Marcel hacia Albertine, por lo que sucede el tiempo en que transcurre la novela y por los amores lésbicos de Albertine en su vida anterior. Proust también aborda la homosexualidad femenina de su época sin tapujos, con naturalidad, y, en algunos personajes, tanto masculinos como femeninos, la bisexualidad, vivida con mentiras y remordimientos en una sociedad tolerante e intolerante a la vez, quizás hipócrita. No sabría decir.
    No me extraña que Albertine —considero que en un rapto de cordura— abandone a Marcel y lo deje con dos palmos de narices. El sujeto se merece que la chica abandone el piso donde viven juntos y se libere de esa prisión de celos que la estaba destruyendo. La pena es que más tarde se mate galopando en un caballo por la campiña.
    La segunda mitad de Albertine disparue y Le temps retrouvé los he leído en un libro electrónico. Para leer en el tocho que compré en París hace falta un atril de catedral o un facistol de monasterio: pesa lo suyo y, cuando se pasa de la mitad del libro, es muy incómodo tenerlo abierto y que no se cierren las páginas si no se sujetan con las dos manos. En una página/web “pirata”, pero fantástica, de internet —¡nos la han cerrado para siempre, qué lástima!—, me descargué por la patilla, o sea, gratuitamente, À la recheche du temps perdu, lo cual me ha permitido leer en cualquier lugar a Proust, incluso en la cama.
    No quiero destripar al lector de este artículo todo el argumento y los detalles principales de las novelas de Proust, ni abusar de datos eruditos que puede encontrar buceando un poco por internet. Sólo quiero resaltar lo que me ha apasionado de estos dos últimos libros: la estancia en Venecia de Marcel y los paseos que se da por el París nocturno y a oscuras de la Primera Guerra Mundial, especialmente unas páginas que dedica a lo que sucede en un local de sadomasoquismo homosexual. Realmente Proust es valiente y claro cuando aborda estos temas.
    Ha sido casi al final de la lectura de esta gran obra cuando he comenzado a disfrutar como lector, creo que porque me he acostumbrado al lenguaje proustiano y he ido enlazando unos personajes con otros, unas escenas con otras. Por eso, me dio tanta pena cuando de improviso, sin esperármelo, leí la palabra FIN.
    ¡De Marcel Proust hay tanto que aprender y tanto que admirar! Junto con Virginia Woolf, creo que ha marcado un punto de inflexión en la historia de la novela y, posiblemente, del ensayo. Lo cotidiano, lo más trivial, lo que pensamos, sentimos y recordamos, todo ello sin excepción es importante y objeto de una obra literaria. El estilo más depurado y bello de escritura puede estar al servicio de ese contenido inmejorable que es la vida diaria de cada ser humano, cómo la vive y cómo la recuerda: el tiempo del pasado, desde la niñez, se puede recuperar en cualquier momento y es un protagonista indiscutible de la experiencia personal del hoy. 
    La influencia de Proust es muy notable en la literatura posterior. Añado que, en manos de un gran escritor, cualquier realidad humana y su evocación a lo largo del propio tiempo biográfico se convierte en obra de arte. Marcel Proust escribió de lo que quiso y como quiso: ahí radica su originalidad y su genialidad.
    Me encontré con Proust leyendo el Cuadern gris de Josep Pla, quizás nuestro mejor escritor de lo que él mismo denomina “literatura de observación”: Pla es otro innovador y otro genio. Hacia el final del libro Pla comenta sus influencias literarias. Por supuesto, primero menciona a Montaigne por sus Ensayos. Pero en mi mente, pasadas las primeras veinte o treinta páginas, notaba sobre todo a Proust, con la diferencia de que Pla “no inventa” los hechos que narra, aunque lo haga con su personal visión o hermenéutica —eso es inevitable en Pla y en cualquiera— y Proust afirma que todo es “inventado”, con la excepción de un par de personajes y un par de hechos. Al lector de Proust le asalta la duda permanente de si el Marcel de la novela es un personaje o si es una novela autobiográfica del propio Marcel Proust. Si no lo fuera, no podemos negar que la descripción minuciosa de su mundo y la mezcla de lo que se narra con la propia biografía consiguen crear en el lector la ilusión de que está leyendo un diario personal. Más adelante Pla reconoce explícitamente la influencia de Proust y a mí me dejó tranquilo.
    Mi amigo Félix Pérez Blanco, con quien comparto la afición por À la recherche du temps perdu, me compró en Paris y me mandó por correo desde Cáceres una joya proustiana, que es un número monográfico de 2019 dedicado a Proust de la revista Lire (Hors-serie): «100 ans après son prix Goncourt. Marcel Proust». Me he resistido a leer la revista hasta este momento, he demorado adrede este placer. Estos días la estoy degustando sin prisa, disfrutando cada artículo con la tranquilidad de “haber hecho los deberes”.
¿Qué voy a hacer con Proust de aquí en adelante? Superado el shock de llegar al final como sin quererlo, he decidido volver a leer de nuevo la obra, no se me ha ocurrido nada mejor. Ya he comenzado Du côté de chez Swan en francés, ahora que puedo. Las primeras páginas me han apresado como si nunca hubiera leído la novela. Proust es sencillamente maravilloso, una compañía inmejorable. 
Carlos Cuadrado Gómez

viernes, 16 de junio de 2023

Cartas a Ramón (16 de junio de 2023)

 CARTAS A RAMÓN
 Dibujo de Cartas y sobre pintado por en Dibujos.net el día 13-05-15 a las  16:15:35. Imprime, pinta o colorea tus propios dibujos!
Duodécima carta
16 de junio de 2023
Querido Ramón:
    Nos quedan pocos días para acabar este curso 2022/2023. 
    ¿Tendremos nueva ley de educación en septiembre? Los resultados de las elecciones generales del 23 de julio tendrán la última palabra. En los años que llevamos de democracia, no ha habido cambio de partido político en el poder sin una nueva ley de educación. El actual partido de la oposición asegura que será fiel a esta tónica reformadora y que, si gana, derogará la ley actual.
    Una de las consecuencias de esta inestabilidad legislativa es que, con excepción de la estructura del sistema educativo (etapas y ciclos), la vida escolar camina al margen de la ley de turno. El personal docente hace lo que puede con su mejor o peor sentido común y, en la mayoría de los casos, ni siquiera se lee la ley de cabo a rabo. No le queda más remedio que rehacer proyectos de centro y programaciones didácticas, pero estos documentos se quedan en un cajón y se funciona a la buena de Dios. En el curso que acaba se han retocado currículos y programaciones de los cursos impares —así ha sido en Educación Primaria al menos—, y quedan pendientes los referidos a los cursos pares para el curso que viene.
    Cada partido político debe de tener un equipo de “literatos pseudo-pedagógicos” que se encarga que renombrar con nomenclaturas y neologismos de postureo los conceptos elementales de la pedagogía. Parece que se cambia algo por transmutar “los palabros”, pero las cosas siguen igual o peor, porque realmente no se abordan los problemas que tenemos en las aulas y los retos educativos del siglo en que vivimos.
    ¡Qué aburrimiento! ¡Qué hastío! ¡Qué pérdida de tiempo!
    No estamos, amigo Ramón, en la tesitura que dice de sí mismo Cervantes en el prólogo de su Persiles: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan». Seguimos pisando el polvo de las aulas y de los patios, peleando con ilusión y con ganas. Por eso, con los dos pies y el corazón dentro de la escuela, no abandonamos la reflexión sobre la educación.
    La institución escolar, como todo en el universo, está en permanente evolución. Es su estado natural y, mientras no desaparezca de la faz de la tierra, así seguirá. Evolucionan las sociedades, las ideas, incluso el pensamiento de un mismo individuo en interacción con los sucesos de su vida y de las huellas que imperceptiblemente le deja impresas el tiempo. ¿Cómo no va a evolucionar la escuela?
    La sociedad de 2023 no es la de 1998, por sólo remontarnos veinticinco años hacia atrás. La escuela, tampoco. Yo pensaba, romántico e inocente de mí, que la escuela era punta de lanza en la transformación social y que el entorno no influía tanto en ella, sino al contrario. ¡Qué equivocado estaba, Ramón! La escuela, en el mejor de los casos, acompaña los cambios y avances del conjunto de una sociedad que está por mejorar, es un elemento más de los periodos de progreso, sin embargo, no los inicia. Siempre ayudará a individuos concretos, los protegerá o los impulsará en su crecimiento personal, pero transformar la sociedad en su conjunto es harina de otro costal.
    No nos extrañe, pues, que el laberinto de inestabilidad e indecisión social, política, científica y cultural de nuestro mundo se haya colado hasta la cocina en la institución escolar, que no sabe cómo responder a esta imprevisible y compleja situación. Los principios de la “vida líquida” formulados por Bauman son también sus principios. Podemos decir que estamos en los tiempos de la “escuela despistada”.
    La volubilidad legislativa es suficiente motivo para este despiste, pero pienso que el factor más importante en estos momentos es la inundación tecnológica de corte cibernético que se nos cuela sin piedad, que llega a los rincones más insospechados de nuestra vida diaria. Posiblemente es lo más definidor de nuestra cultura actual: en el futuro se nos recordará como la generación que comenzó la era de la cibercultura, a la que define el DRAE como «conjunto de hábitos generados por el uso continuado de los recursos informáticos».
    ¿Cómo nos afectará, fuera y dentro de la escuela, la naciente Inteligencia Artificial? Creo que nadie lo sabe, pero genera admiración y zozobra a la vez. La imposición neocapitalista o neoliberal de los últimos inventos al conjunto de la población, o inundación como he dicho más arriba, hace imposible sustraerse a estas realidades que se imponen a toda velocidad, con unos periodos de adaptación para el individuo y para las sociedades alarmantemente insuficientes.
    Uno de los pilares de la educación, el currículo, se tambalea. ¿Qué hay que enseñar? ¿Cuáles son los contenidos básicos que deben presentarse a los alumnos? ¿Qué consideramos culturalmente imprescindible hoy en día? Sinceramente, yo estoy bastante perdido y también veo perdidos a los demás. Con el pretexto de “¿esto para qué sirve?”, caminamos por un pantano de aguas movedizas.
    ¿Y el conocimiento? ¿Qué es, qué significa conocer hoy en día? ¿Todo conocimiento tiene que estar mediado por un soporte tecnológico para que sea conocimiento? ¿Se confunden camino y meta? ¿Los medios y los fines?
    También estamos desnortados en relación con las didácticas. No tendremos claro qué enseñar, pero el cómo tampoco. Proliferan programas y aplicaciones de cualquier área del conocimiento. Hay tal cantidad que es imposible conocer y dominarlo todo y, por otra parte, no contamos con medios tecnológicos físicos suficientes, ni en calidad ni en cantidad, de manera que hoy por hoy sería imposible utilizarlos con fluidez en una clase de veinticinco alumnos.
    Esto produce inseguridad y de rebote, como dice mi amiga Gema Palacios —de la que aprendo un montón, aunque ella no lo crea—, se hace un uso casposo y anticuado del libro de texto, porque, al final, es el que, por desgracia, da seguridad al docente y proporciona cierta estabilidad a lo largo de los cursos escolares. Las didácticas de la Escuela Nueva han brillado por su ausencia en tiempos pasados y siguen brillando por el mismo motivo. No hay una renovación didáctica eficaz y gratificante para alumnos y profesores, que están en tierra de nadie, a merced de ocurrencias pasajeras de no más de dos cursos escolares.
    ¡Hay tantas preguntas y debates pendientes, Ramón!
    Concluyo expresando una preocupación bastante extendida entre el profesorado: ¡la falta de atención y de concentración de los alumnos! Asociados a esa falta, son llamativos los problemas de memoria de niños y jóvenes. No estoy diciendo que se porten mal, que haya jaleo en el aula. Los alumnos pueden estar muy tranquilos, contentos de estar en el colegio, pero no atienden. Y, sin atención y concentración, es muy difícil que se produzca el aprendizaje, o, en el mejor de los casos, los aprendizajes están “entre alfileres”. Una causa muy posible de estas carencias, como vengo diciendo, es el uso abusivo e indiscriminado de las tecnologías en cualesquiera de sus manifestaciones. Hay niños y adolescentes que desperdician horas y horas al día manejando videojuegos y redes sociales. Eso no puede ser bueno. Y los adultos, que también cargan con su propia tecno-adicción en la chepa, contemplan el espectáculo con los brazos cruzados. Hay más causas, sin duda, pero esta es importante.
    Se me dirá que el problema no son las tecnologías por sí mismas, sino su uso. Un cuchillo corta, no tiene por qué ser un arma homicida. Con este aserto estoy de acuerdo sólo en parte: las tecnologías y las líneas de investigación no son neutras, ni antes ni ahora ni nunca. No lo fueron los carros del faraón de Egipto ni lo son los drones de la guerra de Ucrania. Pero ese debate lo dejo para otra ocasión.
    Llegan las ansiadas vacaciones de verano, que tanta falta nos hacen a los que trabajamos en los centros escolares: alumnos y profesores.
    Sería una pena que nuestros chicos se pasaran los días muertos frente a una pantalla, dándole a la tecla y a los reflejos. Aconsejaría que leyeran, fueran a la piscina, salieran al campo, corrieran por la playa, jugaran con los amigos, hablaran con la familia. Pero no soy optimista. Me temo que la realidad será la que será: la que viene siendo en los últimos años. Y, por supuesto, los alumnos con menos recursos económicos y, por lo tanto, culturales, serán los que más horas se pasen con una máquina entre las manos y una pantalla frente a los ojos.
    Ya te contaré en septiembre.
    ¡Felices vacaciones a todos!
Siempre tuyo:
Carlos Cuadrado Gómez