La escuela actual: centro de la reflexión
La escuela actual
es el centro de esta reflexión. Soy maestro y llevo más de veinte años dedicado
a este bello oficio. ¿Cuál es mi estado de ánimo en el momento de escribir
estas páginas? Es de desencanto, un desencanto matizado, como se irá viendo
[i]. No
quiero subirme al carro de los pesimistas, a pesar de que los pesimistas rara
vez se equivocan: suelen tener motivos claros y son agoreros que casi siempre
aciertan. Pero mejoran poco o nada la realidad. Los optimistas fantasiosos
tampoco la modifican. El motor de todo cambio es la insatisfacción, el deseo de
transformar algo que no va bien y la ilusión por hacerlo. La realidad es como
es, y no siempre es la alegría de la huerta. Cerrar los ojos nunca es la
solución, es preciso abrirlos y aguantar la bocanada de frío o de calor que nos
llegue. Ya sé que la objetividad perfecta es una ficción inalcanzable, que
nadie está en posesión de la verdad absoluta; por eso, esta reflexión no
pretende ser el Oráculo de Delfos, sino tan solo una humilde aportación.
Este ensayo,
opúsculo, folleto o panfleto, no sé bien cómo llamarlo –me inclino por breve
ensayo–, es una catarsis personal en la que me muestro más de lo que recomienda
la prudencia. Me guía la buena fe. Y es una manera de compartir inquietudes y,
ojalá, abrir un debate sobre la escuela, que considero más necesario que comer.
[i] «El
hombre, cada hombre, se encuentra siempre en un estado de ánimo. Ahora bien: el
estado de ánimo en que nos encontramos condiciona y colorea nuestro mundo de
percepciones, pensamientos y sentimientos. […] Nuestra cambiante luz interior
ilumina unas veces esta, otras aquella cara del mundo; la realidad se nos
aparece así como un reflejo del talante. Es una experiencia común por la que
todos estamos continuamente pasando». Cf. José Luis López Aranguren:
Catolicismo y protestantismo como formas de
existencia, Madrid, 1998, Biblioteca Nueva, p. 7.
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