Carnaval versus laboratorio
¿Es que son incompatibles
el carnaval y el laboratorio? Teóricamente son compatibles, pero en la práctica
el carnaval es sagrado y el laboratorio languidece de pena. El fiel de la
balanza se inclina claramente del lado del carnaval, que es quien consume el
mayor porcentaje de “energía escolar”, en tanto que el laboratorio se tiene que
conformar con los residuos. No creo que haya un ataque consciente al
laboratorio en cuanto tal (cualquier docente reconocerá la importancia de la
ciencia, faltaría menos), sin embargo, el estilo de escuela que el carnaval
representa ha acabado con la razón de ser del laboratorio y, por lo tanto, con
el laboratorio mismo. El carnaval es divertido
per se; para que el laboratorio llegue a ese grado de diversión, hay que dedicarle muchas horas, tener un gran interés
por la ciencia y una formación cultural que no se consigue en un cursillo de
treinta horas. El carnaval concluye la misma tarde de su celebración, el
triunfo está asegurado y la gratificación es inmediata. Por el contrario, el
laboratorio supone un compromiso y un trabajo dilatados en el tiempo, a lo largo
de muchos cursos; es una tarea que nunca se concluye, y el éxito no está
garantizado o es difícil de percibir con nitidez.
No obstante,
si se quiere, todo tiene su justificación. ¿Podemos negar que durante el
carnaval no se saque algo positivo? Hay dimensiones de la educación del niño
que evidentemente se potencian en un carnaval: la expresión corporal, lo
musical, las manualidades, la convivencia social, lo festivo, etc. Ese no es el
problema. En mi opinión, el problema radica en que lo periférico se ha
convertido en lo central. Y el ambiente de estudio que requieren las
matemáticas, por ejemplo, se ve turbado en las semanas previas al carnaval,
cuando el jolgorio y el bullicio son los reyes. Los defensores del carnaval
recurren a lo que tiene de positivo para blindarlo, argumentando que toda
opinión es relativa y que la suya vale tanto como la de los que son contrarios.
También emplean justificaciones del tipo “así creamos colegio y damos una
imagen de unidad”. Algunos nos preguntamos: ¿Es que
acaso no podemos “crear colegio” con una buena planificación de lengua o de
matemáticas?
¿Qué nos queda después del carnaval? ¿Cómo lo recordarán
nuestros alumnos dentro de diez o quince años? Sé que preparar bien este tipo
de eventos conlleva un gran esfuerzo y sostener una tensión agotadora durante días,
pero, aunque nos duela, eso lo puede hacer perfectamente cualquier asociación
de tiempo libre. Sin embargo, como acabamos de decir, mantener en funcionamiento
un laboratorio es mucho más difícil y requiere un maestro formado. ¿No
estaremos desaprovechando al cuerpo de maestros en fuegos de artificio?
(Extracto del capítulo 3)