Un lector
del blog (maestro en activo en un colegio público de Madrid-Capital) ha
realizado el siguiente comentario tras la lectura de la entrada El gobierno
de los centros. La función directiva (1).
En primer
lugar, le expreso mi agradecimiento por su comentario y por la sinceridad de
sus palabras, que comparto cien por cien. En segundo lugar, me ha parecido tan
interesante y tan clarificador de la situación que vivimos en la escuela
pública que he considerado útil publicar el comentario tal cual. Compartirlo
con todos los lectores del blog me parece una obligación y, en cierta forma, mitiga el posible aire de
corporativismo que pueda desprenderse de mi entrada, como alguna lectora ya me
ha comentado. En tercer lugar, este comentario favorece el debate a “calzón
quitado” y, ojalá, provoque, cuando menos, alguna conversación en el café del
recreo o al final de alguna reunión de ciclo.
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Nada que objetar
Nada que
objetar. Estoy totalmente de acuerdo con tus comentarios y críticas. Poco
podemos hacer para que los políticos cambien, pues, como bien dices, me temo
que gane quien gane esto va a cambiar poco. Me gustaría equivocarme.
La alternativa, esto es, que la vida en los
centros educativos fuera una apuesta ética, con el telón de la democracia de
fondo y el compromiso como principio, me temo que queda lejos de nuestra
realidad. La situación acomodaticia del profesorado y que nos dejen tranquilos
dominan la atmósfera de la vida académica, y, lo que es peor, esto no tiene
visos de cambiar.
¿Podría haber buenos directores con estas
leyes? Sin duda sí, y seguro que los hay. ¿De qué depende, entonces,
que los haya o no? Desde luego, la Administración no sólo no lo favorece, sino que
ni siquiera le interesa la cuestión. Sus intereses son otros. Para empezar, por
mucho que diga la ley y determine un procedimiento, nada ni nadie puede impedir
que un claustro debata sobre el perfil que debería tener el director de “ese
centro”; nada ni nadie puede impedir que se llegue a consensos y que se
proponga un candidato, el candidato de verdad del centro. Si esta dinámica no
se da en los centros, es porque nuestra dinámica democrática no es lo
suficientemente sólida: nada ni nadie puede impedir que aquel candidato que se
considere a sí mismo idóneo para ser director presente al claustro su plan, su
proyecto, y solicite la aprobación del claustro. Lo tendría que hacer extraoficialmente,
claro. A estos extremos tenemos que llegar: Lo que debería ser normal no nos
queda otra que hacerlo extraordinario.
Me gustaría
saber cuántos candidatos a directores se presentan ante sus claustros para
recibir el visto bueno.
Contra todo
esto, está el procedimiento “habitual”: presentar directamente el proyecto ante
la Administración y, a toro pasado, informar al claustro, y, si acaso, facilitar
el proyecto que ya ha sido aprobado por la Administración, sin posibilidad de que
se haga ningún comentario. ¡No deja de ser “su” proyecto, el proyecto del
candidato! Si el candidato supera el proceso de selección, el centro
pasará a ser “su” centro y nosotros
seremos “sus” maestros. Esto es exactamente el retrato de mi colegio, mejor
dicho, ya no mío, sino de “su” colegio. Se ha secuestrado la voluntad del
claustro.
Me pregunto:
¿Alguien, sea la Administración, sea el candidato a director que decide puentear
al claustro, que viola intencionadamente los principios más elementales de la
democracia puede creer en el valor de la educación en su sentido más amplio? Mi
respuesta es que no. Es triste decir que de la educación nos servimos, pero no
la servimos cuando esto sucede.
Ante esta
situación, lo normal es que los maestros miremos para otro lado, cumplamos con
lo estrictamente necesario, pero no nos impliquemos en impulsar dinámicas
pedagógicas renovadoras, y nos refugiemos en nuestra aula, sin querer saber
nada de lo que pasa un milímetro más allá.
¿Qué director, a la hora de presentar su
proyecto, se pregunta qué puedo aportar yo al colegio, a la comunidad
educativa? Imaginen la
respuesta. Por el contrario, yo sí veo claro lo que la institución le
aporta al director: salir del aula y cobrar un buen plus (unos mil euros al mes
entre la dirección y el comedor), además de un amplio horario para tener
“reuniones” supuestamente con otros directores, con ausencias del colegio
“justificadas” y sin ningún tipo de control. Los directores pueden quedar para
comer y no volver por la tarde al centro. ¿Qué sabe nadie?
Un criterio
de evaluación del director podría ser: ¿Qué pasaría si un día el director no
fuera al colegio? Sin embargo, ¿qué pasaría si un día un maestro no fuera al
colegio?
El director
sabe que sólo le evalúa la inspección y lo hace en base a unos papeles donde él
puede poner lo que le dé la gana, y todos tan contentos. La dirección es una
correa de transmisión de mentiras, a sabiendas por parte de todo el mundo de
que lo son.
El método, en
la concertada, será similar —yo soy maestro de la escuela pública—, pero dudo de
que se llegue a los extremos del “todo vale”: el deterioro de la imagen del
centro sería fulminante, y ahí sí se juegan la alubia. Nosotros, por el
contrario, no nos jugamos nuestra alubia, pero sí la alubia de nuestros
alumnos, es decir, su futuro
Insisto en
que habrá directores comprometidos, pero se ha abierto la puerta exageradamente
a quienes quieran aprovechar la situación para hacer de su capa un sayo.
¿Quién gana con todo esto? Es duro
pensar que con todo esto pueda ganar alguien, pero sí, ganan los políticos que “malgestionan”
nuestra maltrecha educación: ahora no tienen problemas de candidatos para ser
directores, y estos candidatos saben que el único precio a pagar es hacer de
cortafuegos, para que las llamas no les lleguen a los de arriba. A cambio de
eso, son los dueños del corral, mejor pagados y menos trabajados. Pido perdón,
una vez más, a aquellos directores que se dejan la piel en su trabajo, que los
hay.
Nada de
extraño hay en todo esto que no se corresponda con los niveles de deterioro
social e institucional que estamos viviendo. A fin de cuentas, la escuela es
una parte más de la sociedad, ¿por qué habría de ser diferente? ¿Por qué los
niveles de deterioro ético que se dan en la sociedad no habrían de darse en la
escuela? La escuela hace tiempo que dejó de ser motor de cambio social (si es
que alguna vez lo fue). Hoy son más motor las redes sociales, Internet, la
televisión. Hemos sido centrifugados a la periferia, y los que tienen la
escuela como “modus vivendi” así lo prefieren, pasan más desapercibidos y eso
les permite diluir su responsabilidad. A fin de cuentas, el que quiera formarse
que vaya a una academia y luego se pague un máster: la escuela es otra cosa,
amigo. ¿Entonces, qué es la escuela? A estas alturas no lo sé. Lo que pensaba
de ella yo, ignorante de mí, estaba equivocado.
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