EL POTAJE DE ESOPO 7
Deambulación quinta
Paidocentrismo
Paidocentrismo
Nos parecería absurdo decir que en la escuela
infantil y primaria el niño no es el centro. Si el centro de la escuela no es
el niño, ¿entonces quién? Evidentemente, sin niños y sin maestros no hay
escuelas, pero las escuelas existen para educar a niños y no para venerar a
maestros. Es de Perogrullo afirmar que la razón de ser de la escuela es el niño
y que el paidocentrismo o “niñocentrismo” debe ser su principio rector. Cuando
el niño no es el centro, la escuela pierde su sentido y se convierte en una
mentira.
Parece ser que Comenio, una persona bastante
sensata, dijo algo parecido en el siglo XVII. El movimiento de la Escuela
Nueva, casi tres siglos más tarde, a finales del XIX y principios del XX,
rescató el paidocentrismo como brújula de la educación. El niño deja de ser un
individuo imperfecto y defectuoso al que hay que limpiar de taras innatas y
pasa a ser considerado un ser humano completo, integro, con sus peculiaridades
evolutivas propias, como propias son las particularidades de un sujeto de setenta
años. La evolución de la persona (psicología evolutiva) dura toda la
vida, no se detiene hasta que, con el último suspiro vital, nos vamos al otro
barrio.
El paidocentrismo, con gran acierto en mi
opinión, postula que la intervención educativa debe partir del momento
evolutivo del alumno, de su estructura de pensamiento, de cómo aprende, de cómo
aprehende la realidad circundante, de cómo interactúa con ella, de cómo son sus
relaciones sociales, etc. Son una buena ayuda en este sentido Piaget y Vigotsky,
cuyas investigaciones siguen siendo válidas en su conjunto, fundamentalmente
como orientación o rumbo por el que debemos transitar. Las didácticas, que son
responsabilidad única del docente, se han de encaminar a favorecer el
aprendizaje significativo del niño, y es significativo cuando se tiene en
cuenta su momento evolutivo y se conecta con sus intereses reales. Digo reales,
que no es lo mismo que comerciales.
Las didácticas que no tienen en cuenta al niño,
sino que se guían por intereses mercantiles o de otro tipo, dificultan el
aprendizaje e incluso pueden llegar a eliminar la ilusión por el conocimiento. A
pesar de todo, es casi imposible anular la capacidad de aprender del ser
humano, que aprende incluso en condiciones adversas y absurdas. Pero no estamos
aquí para amargar la vida a los niños, sino para facilitar su crecimiento, digo
yo.
Tengo dos autoras de referencia: María
Montessori (Ideas generales sobre el
método. Manual práctico) y Constance Kamii (El niño reinventa la aritmética). El aire de Montessori y de Kamii es el que procuro llevar a la
práctica a diario.
El lector adivinará que mi preocupación es que
en la escuela española de 2018 el paidocentrismo es una entelequia. Está
presente en algunos docentes, pero en el sistema me temo que brilla por su
ausencia. La práctica docente paidocentrista cuenta con muchas dificultades y,
tristemente, es un ejercicio de heroísmo en muchas ocasiones.
A continuación, me referiré al libro de texto y
a la evaluación.
Mis alumnos actuales son de 1.º de Educación Primaria.
A lo largo de 2018 cumplieron seis años. Tenemos un libro de texto, del que no
cito la editorial, porque lo mismo me da que me da lo mismo la editorial que se
elija. No analizo el material concreto que manejo directamente, lo que digo es
válido para cualquiera de los libros de texto escolares que están en el
mercado. Son libros fungibles, para escribir en ellos, divididos en tres trimestres, con más de doscientas páginas
por tomo, abigarradas con dibujos —¡olé por los dibujantes, ya los querría yo
para mí— y actividades al por mayor de todas las áreas, menos de inglés. Con
contadísimas excepciones, en España los niños de esta edad no tienen capacidad
para realizar estas actividades de modo autónomo. Están todas ellas
descompensadas, no están pensadas para niños que tienen que descubrir por sí
mismos el conocimiento de modo satisfactorio. Necesitan del adulto para
sacarlas adelante sin frustraciones y disgustos. El primer escollo es buscar la
página, digamos la 114, por decir alguna: muchos tardan siglos en encontrarla
(evolutivamente están en otro momento) y otros muchos piden mi ayuda, que se la
doy sin más y sin comentarios añadidos. El soporte-formato material ya es una
dificultad: el niño no maneja esa cantidad de hojas (a veces, el libro se abre
mal para más inri) y se pierde en “informaciones ruido” antes de acometer la
tarea principal. Cuando llega a la página, ha perdido la concentración (por sus
ojos han podido pasar más de cien dibujos en el minuto o dos minutos que tarda
en encontrar la página en cuestión). ¡Y trabajamos con veinticinco niños a la
vez, cada uno de su padre y de su madre! No sé el tiempo que perdemos sólo para
llegar a la página 114.
Para evitar, como digo, la frustración de mis
alumnos, hago las hojas con ellos de principio a fin. Un niño bloqueado
emocionalmente, y más si es por un motivo absurdo y gratuito, es un niño que no
aprende. Sólo me faltaba que los niños pensaran que son incapaces, cuando son completamente
capaces.
Si yo hago “religiosamente” las doscientas
páginas, no hago otra cosa en todo el trimestre. Pero me encuentro con un
conflicto personal si no hago “unas pocas bastantes”. Las familias han pagado
unos 120 € por este material. “Algo bastante” tiene que llegar hecho a casa.
Puedo usar el material como “libro de deberes para casa”, y que allá se las
apañen, pero eso no me parece nada elegante, por no usar otro adjetivo.
Los contenidos del libro están descompasados
con el momento crítico ideal para el aprendizaje de la lectoescritura y las
matemáticas básicas de un niño de seis años. En el primer trimestre se ventila
a ritmo de paso legionario todas las sílabas directas e inversas, incluidos los
dígrafos (ll, ch, qu). Se da por supuesto que el niño escribe como un adulto y
que comprende unos textos instruccionales como si fueran ingenieros
aeronáuticos (pienso que ese gremio tiene una gran capacidad para comprender
instrucciones complejas). ¿Y las matemáticas? Sin haber dominado perfectamente
la descomposición de los números de una cifra, se mete en la decena como el que
entra en una tienda de chuches a comprar una bolsa de pipas. ¿Nos quejamos
luego de que muchas personas adultas aborrezcan la lectura y las matemáticas?
Como tantos otros maestros, practico un sistema
dual. Se aprende con las actividades que yo planifico y de las que yo diseño el
material, y luego rellenamos esas páginas diabólicas. ¿Soy coherente? Eso me
pregunto todos los días. El sistema dual es causa de muchas esquizofrenias,
empezando por la mía.
El proceso de aprendizaje de la lectoescritura
en sus fases iniciales es enemigo de las prisas. Realmente aprende uno solo a
leer, siempre que se esté en un ambiente alfabetizado en el que se favorezca el
descubrimiento del fascinante mundo de la lectura. En un ambiente favorable, se
produce el “clic de la lectura” de modo natural, casi sin emplear una
enseñanza sistemática. En todo caso, la enseñanza del maestro perfecciona eso
que ya se sabe. Un texto libre con estos alumnos lleva mucho tiempo. Más de dos
horas se emplean en que, en asamblea, cada uno cuente, por ejemplo, su fin de
semana: ¡Texto oral, que es la madre de todos los textos! Luego lo dibujan
(texto visual) y, en último lugar, escriben un texto con letras (texto
escrito). Este ritmo es incompatible con el dichoso libro de texto. Pienso que
en este “texto libre” practicamos el paidocentrismo.
La matemática creativa también lleva su tiempo.
¡No todo es ficha y ficha y ficha! Una sesión con regletas de Cuisenaire
componiendo y descomponiendo números o una sesión de lógica con los bloques de
Diennes, por poner un par de ejemplos, no se ventila en diez minutos y no tiene
por qué terminar haciendo una ficha. La verbalización de lo que se hace y se
descubre es una de las bases del pensamiento matemático. En este tipo de
actividades, el maestro orienta o pone en situación, pero el protagonista del
aprendizaje, de su propio aprendizaje, es el niño, que, además, si lo dejamos
en paz, avanza según su propio ritmo. Esto que digo, aunque sea un poquito, se
acerca al paidocentrismo.
Lo que acabo de exponer son muestras o catas,
la vida escolar tiene muchas más dimensiones y acciones. No conozco todavía a
ningún niño que esté pasivo ante estas actividades o que no le gusten: se
entregan con pasión a lo que hacen y es maravilloso escuchar sus razonamientos
y conclusiones.
Por supuesto, en la escuela tiene que haber
actividades más rutinarias, que afiancen los conocimientos adquiridos y que,
bien llevadas, resultan muy gratificantes. Doy por supuesto que un especialista
en Educación Infantil y Primaria conoce los intereses del niño y, por eso, crea
ambientes y situaciones en los que es posible el aprendizaje. El paidocentrismo
ni su primo hermano el constructivismo no son un ir a lo que salga. Dan más
trabajo que el “libro de texto-misal”, que sólo exige pasar a la página
siguiente. La enseñanza hay que diseñarla a medida, como los trajes de boda o
de torero. Los modistos se adaptan al cuerpo del cliente, no practican el prêt-à-porter de las factorías chinas, y así de bien les queda la ropa. El
paidocentrismo sería enseñanza de sastrería, valga la comparación. Las medidas
las da el niño, su momento evolutivo, sus intereses, sus aptitudes. El niño es
el que más tiene que decir sobre su aprendizaje, hay que escucharlo. En esta
bella profesión, nuestros principales maestros son los propios niños.
Sobre la evaluación, también hay mucho que
decir. Creo que en la escuela seguimos sin un modelo propio de evaluación. Las
sucesivas leyes educativas han impuesto un modelo empresarial que nada tiene
que ver con el objeto y el sujeto de la educación. Se pretenden evaluar los
resultados del proceso educativo como hacen el Corte Inglés o el Alcampo, que
minuto a minuto tienen una estadística exacta de lo que han vendido y del
volumen de la venta. En esas empresas esos datos son un indicador valiosísimo
para valorar sus estrategias comerciales, los gustos del consumidor, la
relación calidad-precio, etc. El batiburrillo de objetivos, estándares de
evaluación y rúbricas en que está metida la evaluación educativa son la
expresión más evidente de este modelo empresarial en la escuela y, en mi
opinión, un error mayúsculo. ¿Dónde queda el niño en ese marasmo de datos y
estadísticas académicas?
La educación no puede medirse con los criterios
de una fábrica de ropa o de embutidos ibéricos. Tras este tipo de evaluación,
se realiza una clasificación de alumnos-producto —los alumnos son tratados como
productos mejores o peores— y de centros-escuela-comerciales en buenos,
regulares y malos, para que los clientes, que son los padres, elijan según sus
intereses el centro-escuela-comercial que más les convenga. Esta elección en la
práctica es mentira, pero el planteamiento es el expuesto. ¿Qué tiene que ver
todo esto con el paidocentrismo? Ya casi ni nos acordamos, sin salir del
artículo, de que hablamos de niños que se educan, que han de crecer como
personas en un ambiente de descubrimiento y alegría, que deben ser felices en
la etapa de la vida en la que están. ¿De qué hablamos? Una observación tan de
“ojo de amo”, un salpicar la actividad docente de exámenes a toda hora, un
estado de permanente “echar cuentas” desnaturaliza el ambiente escolar, hace
sufrir a muchos niños, crea un espíritu de competición innecesario y dificulta entre
el maestro y el alumno el clima de confianza que se requiere para el
aprendizaje significativo. Por otro lado, este planteamiento no está mejorando
el estado de nuestra escuela, que empeora en caída libre. Esa es mi percepción.
La evaluación es imprescindible en cualquier
actividad humana. En la educación lo importante es el individuo: el niño
concreto que está creciendo con nosotros. Revisar lo que hacemos para mejorar
nuestra labor docente es una tarea ineludible e imprescindible. Lo cualitativo
debe primar sobre lo cuantitativo. Claro que las estadísticas tienen una
innegable utilidad, pero analicemos qué buscan, cómo se diseñan y cómo se
manejan o esgrimen una vez hechas. Este es otro punto pendiente en nuestro sistema
educativo. ¡Cuántos puntos pendientes! La evaluación no es ajena al proceso
educativo en su conjunto y, por lo tanto, el paidocentrismo debe ser también su
principio más importante.
Me parece que tenemos difíciles las
conclusiones de este artículo. Una escuela acomodaticia como la nuestra se deja
llevar por la corriente y es incapaz de plantear alternativas propias.
Alternativas que partan del paidocentrismo no quiere decir que sean a vuela
pluma o producto de un éxtasis iluminativo; pienso en alternativas técnicas,
rigurosas, planteadas por profesionales que conocen a fondo el medio y que
tienen formación suficiente para no proponer patochadas.
Esta escuela acomodaticia dice que sí a todo lo
que viene de arriba de modo acrítico, pero luego actúa como le da la gana en
todos los niveles del sistema, en general de modo chapucero. El modelo
academicista, tan implantado en el sistema y en nuestras cabezas, no sirve,
está obsoleto y no da respuesta a las necesidades educativas de nuestros
alumnos; los estrella contra un muro de aburrimiento y frustración. Los alumnos
más desfavorecidos son marginados directamente dentro de la misma escuela y,
tras años de sentarse en un aula, salen al mundo exterior tan marginados como
entraron. Han pasado la enseñanza obligatoria sin hacer nada de nada. Y, cuando
no se educa, se deseduca.
El que tenga ganas y fuerzas que tire hasta
donde pueda. Que se hagan bien las cosas, aunque sea en el pequeño mundo de tu
clase, con tus alumnos, es mejorar el mundo en que vivimos. Es importante que
no se pierda del todo un modo de hacer escuela paidocentrista. ¡Que no se
apague del todo la llama! Ya vendrán tiempos mejores, sin duda. La historia da
muchas vueltas, para mal y para bien.
Carlos
Cuadrado Gómez