viernes, 27 de marzo de 2020

EL POTAJE DE ESOPO 13

EL POTAJE DE ESOPO 13

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Deambulación undécima
Sobre libros (III)
Retirado en la paz de estos desiertos

Retirado en la paz de estos desiertos es el primer verso de un famoso soneto de Quevedo, que continúa diciendo: con pocos, pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con los ojos a los muertos. Otro día le daré más cancha al soneto, hoy me sirve para introducir esta deambulación dedicada a los libros, cosa que no hacía desde el pasado agosto.
El confinamiento obligado a causa del coronavirus me ha devuelto a la vida de silla, mesa y flexo, que es la base de la vida cultural. Mis últimos meses han sido de actividad frenética: una reforma integral de la casa, clases, presentaciones de libros, preparar una exposición de pintura, etc. He vivido sin vivir en mí y, lamentablemente, se ha resentido mi mundo de libros y escritura. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que estoy descentrado, buscando una reinvención personal en lo que la gente llama, con cierta grandilocuencia, vida intelectual.
Para ir calentando el ambiente, querido lector, te contaré que una exposición de pintura en la que participo con otros pintores, todos discípulos de nuestra maestra japonesa Michiko Ono, se iba a inaugurar el 13 de marzo de 2020 en la sala de exposiciones del Centro Cívico Rigoberta Menchú de Leganés, bajo el título de Friday Galaxy. Todo está dispuesto —los cuadros colgados, los carteles de cada obra a su vera, los textos explicativos en su lugar—, pero bajo llave, esperando que se levante la veda impuesta por las autoridades civiles para evitar, según parece, males mayores. Si han cerrado el Museo del Prado, para Friday Galaxy es un honor compartir con él la clausura aguardando tiempos mejores.
Te aviso, desocupado lector, que la entrada no es breve, pero ahora dispones de mucho tiempo libre para perderlo en esta deambulación.
En la paz de estos desiertos he recuperado un ritmo de lectura más constante y sistemático. La vida de un lector está salpicada de libros que se empiezan, que se tienen por la mitad, que se releen o que hay que volver a empezar porque se ha perdido el hilo. Cada lector tiene su particular universo de libros: libros de distintos géneros literarios, libros simpáticos o antipáticos, libros que se poseen físicamente y libros que son proyectos in mente. Con todos ellos establecemos una relación afectiva, que es una parte importante de nuestra biografía sentimental. El lector debe controlar sus impulsos para ser eficaz y no saltar de libro en libro, ansiando lo que todavía no ha leído, como una mariposa entre las flores.
Empezaré con Rojo y Negro de Stendhal. El club de lectura Rosa Luxemburg de Leganés —Mari Carmen es su directora y alma— me encomendó la sesión que dedicarían a esta obra en la reunión de enero (16/01/2020). Recibí el encargo con mucha alegría, porque hacía bastante tiempo que no hablaba sobre libros de autores muertos. Tener al autor muerto me daba mucha libertad, para qué negarlo. Los meses previos me entregué a la novela, manejando una edición francesa —es una delicia leer a Stendhal en su propia lengua— de la editorial Folio Classique y una edición en castellano de la editorial Cátedra. Releer Le Rouge et le Noir me hizo volver a la lengua francesa, que tanto amo. En su día, cuando la leí por primera vez, el personaje principal, Julián Sorel, me pareció un tipo egoísta y desagradable. No he cambiado la impresión sobre el sujeto. Me han llamado poderosamente la atención los personajes femeninos, la señora de Rênal y Matilde. El erotismo de la novela es muy intenso, Sorel será un egoísta indeseable, pero es un sex symbol difícil de superar, con el que disfrutan del sexo las mujeres que se cruzan en su camino. Stendhal es un mago de la narración, que domina el lenguaje en todos los registros, pero, en mi opinión, en esta novela y en otras (v. g. La cartuja de Parma) peca de precipitación, de ser “un prisas”. Si hubiera tenido más calma y hubiera corregido más, con esas cualidades innatas hubiera sido insuperable. De todas formas, seguiremos leyendo y admirando a Stendhal por mucho tiempo. Como no podía ser de otra forma, lo pasamos realmente bien en la velada del club de lectura, nos quedamos con ganas de más.
En su lengua original, el francés, sigo leyendo a Marcel Proust, con el que mantengo una relación de amistad y admiración desde hace décadas, desde que estudiaba Magisterio. Me quedan apenas treinta páginas para concluir La Prisonnière, que es la quinta novela del conjunto Á la recherche du temps perdu. Tengo pendientes Albertine disparue y Le Temps retrouvé para concluir esta magnífica obra de la literatura universal. Proust requiere un lector decidido, metódico y disciplinado. Su prosa, con largos periodos, oraciones y párrafos que ocupan muchas líneas —a veces, el lector busca impaciente el siguiente punto y aparte—, es sencillamente maravillosa. Si no se es constante, se pierde el hilo y uno anda extraviado páginas y páginas mientras, por ejemplo, el personaje pasa un par de horas en un salón parisino, observando a los asistentes o conversando fugazmente con unos y con otros. Proust es de los pocos escritores de la literatura cuya obra marca un antes y un después, merece la pena abrirse a él y tener una experiencia estética real. En La Prisonnière, el personaje de la novela, el alter ego de Proust, es presa de unos celos patológicos, perfectamente descritos, que serán la causa de que Albertine, su amada del alma, le abandone. No sé si se marchará en estas treinta páginas o si tendré que esperar a Albertine disparue. Si la chica finalmente le abandona, será, en mi opinión, con toda la razón del mundo.
Todavía tengo entre manos Paradise de Toni Morrison, a unas cincuenta páginas del final. En esta novela, que empecé en agosto, he perdido y he recuperado el hilo no sé las veces. Reniego de leer introducciones y resúmenes antes de atacar una novela nueva, por eso, voy y vengo sin rumbo por Paradise, pero maravillado por la prosa de Morrison. Es de esos escritores que da igual lo que escriban, pero que escriban. Todo lo escriben bien, no se necesita un argumento para transitar por su escritura. En Paradise un mundo de afroamericanos se debate consigo mismo. Es una novela coral en la que las protagonistas son mujeres que sufren, que buscan su identidad y que pelean con uñas y dientes por ser libres. La sociedad cerrada y convulsa que sirve de fondo a la acción arrastra el lastre de la esclavitud en Estados Unidos, y es donde Morrison explora sin tapujos la condición humana. La noche de los niños es la siguiente novela de Morrison que tengo en lista de espera.
Acabé por fin la antología de Los padres de la Iglesia (edición de José Vives, Herder Editorial), que comienza con Clemente Romano (s. I) y concluye con Atanasio de Alejandría (s. IV). Mantengo la opinión que expresé sobre ellos en El potaje de Esopo 10. Fueron cultísimos y geniales, y marcaron por siglos el pensamiento de Occidente. Eran “medularmente griegos” —en esta antología sólo hay dos escritores latinos, los demás escribieron en griego—, de modo que tradujeron sin complejos a la mentalidad griega los fundamentos del cristianismo. Interpretaron del fenómeno de Jesús de Nazaret y de su primera generación de seguidores desde sus esquemas culturales y lo reformularon con su propio lenguaje. Con posterioridad ha habido en la teología un seguidismo al pie de la letra de su teología, y realmente se ha aprendido poco de su capacidad innovadora y creativa para adaptarse a las categorías y al lenguaje de la sociedad de su tiempo. Con sus polémicas doctrinales, tan propias de los griegos, dan la impresión de que se preocupaban más de la ortodoxia que de la ortopraxia.  No les juzgo, habría que vivir en aquel mundo para comprender esta deriva obsesiva hacia lo doctrinal, en la que parece orillada la práctica de la solidaridad. Es impresionante su dominio de la filosofía griega y la retórica. Creo que, después de leerlos y subrayarlos, he entendido —lo tengo entre alfileres— aquello de que el Verbo se hizo carne y todo lo que se deriva de este aserto. La principal lección para mí es que cada generación debe hacer su propio esfuerzo de hermenéutica para que sea “hodierna” la corriente de pensamiento y de praxis representada por Jesús de Nazaret.
He vuelto a la filología después de mi reciente primer viaje a Valladolid. Toda la ciudad me ha encantado, pero destaco el Museo Nacional de Escultura —la visita es obligada— y la Casa Museo de Cervantes, que se levanta sobre el solar del inmueble donde Cervantes vivió en 1604 y 1605. Me traje de la ciudad varios libros de filología. He acabado en estos días La maravillosa historia del español, de Francisco Moreno Fernández (Instituto Cervantes, Espasa Libros, 2019). Ha sido un reencuentro con mi especialidad, que es la historia de la lengua española. El libro es una síntesis de la historia de nuestra lengua en 330 páginas, con las aportaciones en la materia de los últimos años. Está al alcance de todos los públicos, es un libro de divulgación, pensado para especialistas y no especialistas, de lectura fácil, con anécdotas sobre personajes relevantes o curiosos y sobre palabras de la vida diaria. Me gusta la visión o comprensión de conjunto que hace Moreno Fernández y, para mí, es el empujón para que regrese a “mi casa” (la gramática histórica) y me plantee dedicarme de nuevo a la investigación.
De divulgación también es el último libro de Sáenz de Cabezón: El árbol de Emmy. Emmy Noether, la mayor matemática de la historia (Plataforma Editorial, 2019). Emmy Noether es una de las principales mentes privilegiadas de la historia de las matemáticas: no sólo las entendía, sino que hizo nuevas aportaciones. Es de los pocos científicos de los que hablaba bien Albert Einstein, que la admiraba incondicionalmente. Estuvo en el equipo que dio soporte matemático a la teoría de la relatividad y sus contribuciones a la teoría de invariantes son fundamentales. Dos de sus teoremas solucionan el problema de la conservación de la energía en la relatividad general. El libro está muy bien organizado y emplea técnicas textuales propias de las redes informáticas para dar a conocer la labor de otras mujeres matemáticas. Mientras se va leyendo el libro, dan ganas de coger lápiz y papel y ponerse a hacer ecuaciones.
Del mundo de las matemáticas me ha llegado una de las mayores alegrías personales de estos primeros meses del 2020. Ha sido la publicación de la segunda obra de mi amigo Ramón Rodríguez Vallejo: Fundamentos de cálculo infinitesimal en una variable real (Editorial Tébar Flores, 2019). Es una obra de gran envergadura. No exagero, porque son dos volúmenes que suman 1.640 páginas (742 + 898). Es una obra de peso —nunca mejor dicho—, de más de cuatro años de trabajo diario, meticuloso y disciplinado. Reconozco que me emocioné cuando nos lo presentó a un grupo de amigos el pasado 20 de febrero y lo tuve entre mis manos. Desde aquí le vuelvo a dar mi enhorabuena a Ramón. Para abordar este libro de estudio y consulta, hay que aprovisionarse de lápiz y papel, y no es una metáfora. Los amantes de las matemáticas disfrutarán con él, sin duda.
Sigo con más amigos escritores.
Guillermo M. Schrem, que es una máquina de escribir, ha publicado dos libros recientemente: Abordaje y Parece que hace tanto tiempo. Soy un lector rendido a Guillermo, un incondicional que disfruta con todo lo que escribe, que espera la siguiente obra para devorarla. Esa pasión me resta objetividad, pero me da igual.
De los libros que he leído de Guillermo, Abordaje (Círculo Rojo, 2019) es para mí el de más calidad, dicho sea sin desdoro de los otros. A partir del descubrimiento fortuito de unos legajos en East End (Londres), Guillermo reproduce, mediante la ficción de transcribir los legajos, el testimonio de diferentes personajes y personajillos, transportando al lector al fantástico mundo de la piratería. Sólo alguien como Guillermo, un conocedor en profundidad de la literatura de piratas y un coleccionador compulsivo de volúmenes de La isla del Tesoro de Stevenson, puede escribir un libro así, que desprende el regusto de Borges, de De Quincey y del propio Cervantes.
Parece que hace tanto tiempo (Círculo Rojo, 2019) es la tercera novela de una serie que comenzó con El hombre del año pasado y continuó con Todo el mundo sabe. Comencé leyendo la segunda y he seguido con la primera. Con Parece que tanto tiempo he completado el ciclo. Un personaje sin nombre —un tipo moderno, pero con un lenguaje anticuado y socarrón— es el hilo conductor de la trilogía. Son novelas negras, de humor, de colgados de la vida, con las que te ríes mucho y que te tienen en vilo en todo momento.
El 5 de marzo, poco antes del confinamiento nacional por el coronavirus, en la Biblioteca Eugenio Trías, que se levanta sobre la antigua Casa de Fieras del parque del Retiro, tuvo lugar la presentación de El cuenco de los haiku (Ediciones Vitruvio, 2020) de Modesto González Lucas, en la que tuve el gusto de participar. De la mano de Modesto he llegado al mundo del haiku. No entro en la discusión de si es poesía o no el haiku cuando se escribe en una lengua distinta al japonés —según los puristas, el haiku nunca es poesía—, pero con algunos de los haikus de Modesto se produce en mí el calambrazo poético, o el de la belleza si queremos desterrar el adjetivo poético. El libro me encanta, y creo que es muy superior a su anterior edición (no recuerdo la editorial). Esta segunda edición es de una gran calidad literaria.
De Eloísa Pardo Castro ya ha visto la luz Haro y yo (Ediciones Uno, 2019). En el blog hablamos del libro cuando era todavía un borrador a las puertas de la imprenta. Haro es el anterior perro de Eloísa, fallecido. El perro actual se llama Chewie. Con Haro conversa Eloísa como conversaba Juan Ramón Jiménez con Platero en Platero y yo. Me parece fundamental la estructura dialogada del libro: en muchas páginas Eloísa consigue que el lector se meta en la piel de Haro y sea el destinatario del diálogo. Eloísa domina la prosa poética, y este género de dietario es un campo ideal para desplegarla. Son conmovedoras las últimas entradas, en las que se narran los días previos a la muerte de Haro y su muerte la noche del 15 de noviembre de 2016. Un libro para los amantes de los animales y, por supuesto, para todos los públicos.
Los hermanos Grimm y sus cuentos regresan a nuestras vidas de la mano de Helena Cortés Gabaudan, una profesora de la Universidad de Vigo, con la publicación del libro: Los cuentos de los hermanos Grimm tal como nunca te fueron contados. Primera edición de 1812 (La Oficia Ediciones, 2019). Como reza en el título, la doctora Cortés nos traduce 86 cuentos de la edición de 1812, curiosamente el año en que las Cortes de Cádiz promulgan su famosa constitución, bajo el silbido de las bombas napoleónicas. Dice la doctora Cortés: «Los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm publicaron en vida siete ediciones de sus cuentos, más una edición abreviada, una selección de cincuenta cuentos escogidos que llamaron la Kleine Ausgabe [1857] y que fue la que lanzó de verdad al éxito sus cuentos». En esta primera edición los cuentos están “en bruto”, sin las depuraciones a las que fueron sometidos posteriormente por los Grimm. Son interesantes en cuanto primera versión de unos cuentos que están en el imaginario colectivo, últimamente muy mediatizados por las versiones de la industria del cine. No hay grandes sorpresas de contenido, tal vez las versiones son más simples y descarnadas, y la técnica narrativa es muy rudimentaria El principal interés reside en la comparación que se haga con versiones posteriores. Es imprescindible leer el estudio preliminar de la doctora Cortés. Me ha aportado unos datos que ignoraba por completo y me ha ayudado a tener una nueva comprensión de este corpus de cuentos, con los que mantengo una larga relación como lector y como narrador oral. Me está esperando la edición de la editorial Cátedra (Colección Letras Universales, n.º 54), por la traducción que hace del alemán al español M.ª Teresa Zurdo, que es la que recomienda leer la doctora Cortés en el estudio mencionado.
He dejado para el final dos libros de poesía, que son los que más compañía y consuelo me han dado en estos últimos tiempos.
De vez en cuando tengo que regresar a Garcilaso, a sus obras completas, que apenas ocupan doscientas páginas, suficientes para pasar a la gloria. Lo leo a poquitos, para que me dure más y así poder saborear cada verso, cada delicioso verso. Nuestro Garcilaso es magnífico, su poesía es directa, sin complejos ante la belleza. La égloga primera es un lugar donde acudir en épocas de desolación del alma. El vuelo se remonta en el mismo momento en que leemos los primeros versos: El dulce lamentar de dos pastores, / Salicio juntamente y Nemoroso, / he de cantar, sus quejas imitando; / cuyas ovejas al cantar sabroso / estaban muy atentas, los amores, / de pacer olvidadas, escuchando. No comentaré más, tan sólo que me estremecí con la canción segunda y la releí no sé las veces. Probad —quiero decir, leedla— y decidme.
Confieso que desconocía la obra de Joan Margarit, premio Cervantes 2019. Dudo mucho, tal como están las cosas, que se abra el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el próximo 23 de abril para que reciba el premio. Pero eso en la vida de un escritor de su talla es pura anécdota. He manejado dos libros de Margarit: Aguafuertes (Editorial Renacimiento, 1998) y Arquitecturas de la memoria (Editorial Cátedra, 2006). Ambas son ediciones bilingües catalán/español. El traductor al español de Aguafuertes es el propio Margarit y el de Arquitecturas de la memoria creo que también, pero no estoy seguro cien por cien de que lo sea de todos los poemas, y no sé por qué no aclara este dato el editor. Arquitecturas de la memoria es una amplia antología de toda su obra, en la que interviene el propio Margarit, que, por cierto, es arquitecto de profesión, un arquitecto de altos vuelos.
En la poesía de Margarit, el lector se encuentra permanentemente con el yo, la biografía y la voz del poeta, en unión indisoluble. Es una poesía de tal calidad técnica, de forma y de contenido, con un dominio tan absoluto del verso libre (principalmente), de la cadencia y de la estructura del poema que el lector no puede más que admirarse. Margarit te amarra y no te suelta, tienes que desprenderte de él pegando un tirón: Mañana seguiremos, Margarit, tengo otras obligaciones en mi vida.
El bilingüismo de las ediciones es fundamental, más de lo que parece, puesto que Margarit es el traductor al castellano de su obra poética en catalán. En una entrevista dice que escribe la poesía en su lengua materna, el catalán, pero que, al hacer la traducción al castellano, que también es su lengua, no lo hace de modo literal, sino que recrea el poema, lo reescribe, lo vuelve a construir. Cada poema es una joya, tanto en catalán como en castellano. A veces, el poema es superior en castellano, a veces en catalán, pero nunca defrauda. ¿Pienso que se merece el premio Cervantes? Rotundamente sí. Si sólo consideráramos la versión en castellano, no habría ninguna duda, pero el mérito de Margarit consiste además en esa tarea de puente entre dos lenguas hermanas, que conviven en armonía en el alma de un mismo poeta.
Termino diciendo algo de Claudio Rodríguez. Por las mañanas, mientras tomo el café y la magdalena —las magdalenas no son una exclusiva de Proust—, leo poesía, unos cuantos poemas en susurros, como salmodiando, y me hace mucho bien. En estos días estoy con Alianza y condena: es una relectura. La primera vez que leí a Claudio estábamos en el siglo XX. Como no recuerdo mucho de la obra, parece que la estoy descubriendo por primera vez. Pero de Claudio hablaremos otro día.

Carlos Cuadrado Gómez




domingo, 2 de febrero de 2020

EL POTAJE DE ESOPO 12

EL POTAJE DE ESOPO 12

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Deambulación décima
De rabiosa actualidad


Hacía mucho tiempo que la escuela no estaba tan de rabiosa actualidad en el mundo de la bronca política —considero más ajustado a lo que vemos a diario el término bronca que el término debate— y de los medios de comunicación de masas. Nuestra actual actualidad es muy rabiosa, y en el fango de la rabia han metido a la escuela.
Me sabe mal perder el tiempo en debates artificiales y estériles, ¡con todo lo que tenemos que hacer!, pero considero que algo hay que decir, que la voz de los que trabajamos en la educación también debe oírse.
La última ocurrencia es lo que algunos llaman pin parental y otros, veto parental. Sería algo parecido a la autorización que pedimos a las familias para las actividades que suponen un coste económico adicional y/o tener que abandonar el recinto escolar, pero extensible a otro tipo de actividades contrarias a la ideología de parte del arco parlamentario y sus votantes.
El típico ejemplo de actividad complementaria para el que se pide autorización sería la salida al teatro, al zoo o al museo del Prado. Actividades complementarias también son la educación vial que imparte la policía local o las campañas de alimentación sana de la administración local o autonómica.
Por lo visto, en estos ejemplos no hay problema. El problema aparece cuando en un instituto de secundaria algún experto es invitado a dar una charla de educación sexual o de concienciación de la violencia de género en horario escolar.
Estoy seguro de que las familias de los alumnos de secundaria son puntualmente informadas de estas actividades. En los centros escolares públicos no hay actividades secretas, todas las actividades que se realizan en horario lectivo son “públicas”: se han diseñado por el profesorado y están incluidas en la Programación General Anual (PGA), un documento que “pasa” a comienzo de curso por el claustro de profesores y por el consejo escolar, donde las familias (padres/madres) tienen sus representantes elegidos democráticamente. Por el consejo escolar también “pasan” las actividades extraescolares, que son las que se realizan fuera del horario lectivo. Tanto las actividades complementarias como las extraescolares tienen que ser aprobadas por estos órganos colegiados de gobierno. Por lo tanto, no son improvisaciones que se cuelan de tapadillo, no son imposiciones de no sé qué mentes perversas que dan mil vueltas para corromper a la juventud, como sugieren quienes insisten en ese pin o veto parental para evitar, según ellos, males irreversibles.
Ahí no queda la cosa. Cuando concluye el curso, el centro educativo tiene que elaborar una Memoria, donde se incluye la evaluación de estas actividades. En esa evaluación participan los órganos de gobierno mencionados: el claustro y el consejo escolar. Todo es perfectible —la condición humana es perfectible— y, si algo no ha funcionado bien, es fácil que en la PGA del curso siguiente se elimine o se modifique en los aspectos que sean mejorables.
Ambos documentos, PGA y Memoria, se remiten al servicio de inspección educativa, que los revisa, sugiere cambios y emite un informe.
No sé si la ciudadanía que ve los telediarios conoce esta información. Es lamentable que entre los políticos y periodistas no se mencione lo que acabo de decir, lo cual demuestra su triste ignorancia sobre la educación de nuestro país, empezando por la legislación más básica.
Todo niño, adolescente o joven es un ciudadano con pleno derecho a la educación, con independencia de la “calidad, ralea o pelaje” de su familia. Porque tus padres sean unos “bellacos”, tú no estás condenado a recibir una educación de menos calidad cuando entras por la puerta de tu colegio o de tu instituto. Por supuesto que los padres son ineludiblemente responsables de sus hijos, son los “más altos responsables” de sus hijos, pero no son sus propietarios: un hijo no es un armario, ni una moto, ni un pantalón. El niño es un ciudadano que tiene derechos, plenos derechos, sea cual sea su origen social. Y el conjunto de la sociedad, a través de sus funcionarios, tiene la obligación de garantizar los derechos de ese ciudadano. ¿Realmente nos creemos que en democracia todos somos ciudadanos iguales en derechos y oportunidades?
La PGA se elabora, de acuerdo con las leyes vigentes, para garantizar el derecho de los alumnos a la educación. Por lo tanto, no sé qué autorización “extra”, qué permiso parental explícito, se necesita para que el profesorado haga su trabajo. No podemos condenar a un alumno a no realizar una determinada actividad aprobada en la PGA porque a su familia —por un motivo ideológico determinado, por dejadez o por ignorancia— no le dé la gana. Así de claro.
Iría más lejos. Como decía al principio, pedimos un permiso explícito cada vez que realizamos una actividad complementaria fuera del centro. Si sacamos a los alumnos del recinto escolar, tenemos que tener una autorización firmada, y también si la actividad tiene un costo económico adicional. Por ejemplo, vamos al teatro en autobús y la salida cuesta cinco o diez euros: necesito la autorización y el importe. En mi opinión, esas actividades deberían ser gratuitas y obligatorias: se organizan para el bien formativo de los alumnos, no son un pasatiempo. Si mañana voy a una sesión de ciencia a un planetario, ¿por qué tiene que autorizarme una familia para que determinado alumno, su hijo, asista? ¿Es que alguien tiene que autorizarme a enseñar la división por dos cifras? ¿Igualmente no tiene derecho ese niño-ciudadano a recibir una formación científica de calidad cuando vamos al planetario? Y en el mismo plano estarían un taller de igualdad, de bullying, de educación sexual o de violencia de género en un instituto de secundaria. Quienes conocen desde dentro ese tramo educativo saben que son contenidos que hay que abordar en la sociedad en que vivimos.
No voy a comentar todas las boutades que los políticos dicen ante un micrófono, pero ellos aseguran que confían en el maestro funcionario en todo lo que hace y dice en directo; sin embargo, si programa una actividad con un experto en determinada materia, la confianza se pierde, porque, por lo visto, siempre se selecciona mal al experto, que, según dan a entender algunos, siempre es un corruptor de menores o un adoctrinador si se trata de las cuestiones que menciono más arriba.
Todavía doy un paso más. En la actualidad, cuando un alumno, por las dificultades de aprendizaje que tiene, precisa una evaluación psicopedagógica del equipo de orientación del centro (EOEP), dicho estudio no se puede realizar sin autorización de la familia. ¿Por qué? Si el alumno lo necesita, ¿está condenado a depender de que su familia quiera o no quiera? Cuando la gente va al médico, ¿le dice al médico el diagnóstico y el tratamiento que lo curará? Estamos hartos de ver el perjuicio que padecen muchos alumnos nuestros porque sus familias no nos dejan trabajar con ellos profesionalmente bien. ¡Esos alumnos tienen derecho, no lo olvidemos!
Tenemos en la escuela pública familias de todo tipo, y no todas son una balsa familiar, un remanso de equilibro emocional o un nicho de alta cultura.
Esto del pin o veto parental, tal como se está planteando, con el argumento de la libertad de enseñanza mal empleadoes un modo gratuito de poner palos en las ruedas a los profesionales de la enseñanza pública. En el campo de la educación tenemos otros problemas técnicos y de financiación que no se abordan, porque son complicados y requieren conocimiento, tiempo y ganas. Pero nadie quiere meterse en esos charcos, los charcos de verdad, y, lamentablemente, la enseñanza pública languidece sin remedio.
Seguiremos en la brecha en esta realidad rabiosa que nos toca vivir, no nos queda otra.
Carlos Cuadrado Gómez

domingo, 20 de octubre de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 11

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Deambulación novena
Curso incierto

Hace un mes que comencé esta deambulación, un 15 de septiembre. Al día siguiente, llegó a mis manos, quiero decir que compré, el libro de Andréu Navarra Devaluación continua (Tusquets, 2019): me atrajo por el comentario que sobre él se hacía en un artículo de El País. Aparqué las notas que había tomado y leí con sumo interés este libro que se adentra en la realidad de nuestra educación secundaria pública, una realidad que imagino, pero de la que no tengo un conocimiento directo.
Tengo la sensación personal de que vivimos, en comparación con no sé bien qué otros momentos de nuestra historia contemporánea, tiempos de incertidumbre. En breve habrá unas nuevas elecciones generales que, posiblemente, arrojarán resultados similares a los que hubo en las pasadas, de modo que la constitución de un gobierno no está asegurada. Este bucle de imprevisibilidad política, en opinión de la gente que dice que sabe de dinero, perjudica gravemente nuestra situación económica, que puede verse salpicada para mal por una nueva crisis económica mundial, por las consecuencias del Brexit o por la guerra comercial liderada por Trump. En Cataluña la situación es terrible, tristemente terrible, y sin duda afecta a la estabilidad de nuestras instituciones.
¿Qué tiene que ver esto con la escuela? A primera vista, parece que nada. Pero, con independencia de que seguimos con la ley Wert, que es como estar sin ley, y de que el asunto educativo está fuera de la agenda política y de los dineros públicos (no se habla de nuevas inversiones en escuela pública), la situación de las familias de nuestros alumnos es económicamente cada día más precaria —estos vaivenes políticos y económicos les hunden más si cabe en la miseria— y el deterioro psicológico y social de las familias de los barrios es muy preocupante.
Después de más de tres décadas de ejercicio profesional, sé que no estoy en una escuela mejor que aquella en la que fui maestro novel. La escuela de ahora no es estructuralmente mejor. Y no quiero decir que aquella fuera una escuela excelente, porque no lo era. En España nunca ha habido una escuela de calidad que sirva de punto de referencia, pero en estos momentos estamos peor. Lamentablemente, la mediocridad es nuestra seña de identidad,
Y estamos peor porque la sociedad está peor. La escuela es motor de cambio social cuando la sociedad está por el cambio social y se apoya en ella. Si la sociedad no quiere, la escuela cambia poco lo que la rodea.
No me gustan los falsos optimismos. Prefiero el realismo, y, si la realidad es gris, es gris. Ya veremos cómo salimos del atolladero, pero en el atolladero estamos. No reconocerlo es demorar la búsqueda del remedio y, si lo hay, su puesta en práctica. Personalmente tengo mucha esperanza en mis compañeros jóvenes, los que están llegando a la escuela pública y, con coraje, están comenzando su carrera profesional. Yo estoy en el último periodo de mi profesión de maestro, pero la vida sigue. Si puedo hacer algo positivo, será con ellos, codo con codo. Y, sinceramente, creo que lo hacemos.
El género de la deambulación permite este tipo de excursos de corte panfletario. Los panfletos me disgustan, pero es difícil no ser panfletario cuando se habla de educación, como veremos.
El libro de Andréu Navarra tiene dos partes bien diferenciadas.
En la primera, Navarra hace una descripción cruda y directa de lo que pasa en los institutos de secundaria que pone los pelos de punta, pero que es bastante objetiva. Él ha trabajado, y no sé si continúa trabajando, en institutos de secundaria de Cataluña, pero lo que cuenta creo que es extrapolable al resto de España.
En algunos puntos, coincide conmigo en lo que expuse en 2013 en el libro La escuela del entretenimiento. Estoy seguro de que Navarra no ha leído mi ensayo, pero hay observaciones y reflexiones de “sentido común” que compartimos.
En esta primera parte, a la que me he asomado con mucho interés, se confirman mis sospechas o corazonadas sobre la educación secundaria.
El clima es irrespirable por la indisciplina estructural que imposibilita dar una clase con un mínimo de silencio y de respeto entre alumnos y profesor y entre alumnos entre sí. Ir a dar clase es un acto de valentía y una actividad de alto riesgo psicológico y, a veces, físico. Un sector ampliamente minoritario del alumnado impide con su conducta disruptiva y agresiva el aprendizaje de la gran mayoría. Ahora no entro en las causas y los remedios, simplemente constato este hecho, que es real como la vida misma.
Otras muchas cosas me llaman la atención. El término ciberproletariado, por sí mismo describe una generación de alumnos —en breve serán ciudadanos con voto— enganchada de modo alienante a móviles, videojuegos y similares, con una capacidad atrofiada para el pensamiento crítico y una capacidad de concentración muy mermada. Hay un sector de alumnos que, sistemáticamente, entrega los exámenes en blanco: llega, se sienta en su silla, está mano sobre mano, a la hora de comer se va a su casa, y hasta mañana para hacer lo mismo. Es alarmante el uso de ansiolíticos en esta población joven, que supera al alcohol y al tabaco como droga de inicio. Para muchos alumnos de secundaria de los institutos donde trabaja Navarra, las chucherías son la dieta básica a diario: no son un complemento de otros alimentos cocinados o precocinados, directamente son todo lo que comen. Es una dieta de las clases sociales más bajas, en cuyas familias no se planifica un menú semanal, cada uno se busca la vida como puede. Y las chuches son baratas.
Estoy de acuerdo con Navarra en lo nocivo de la burocracia inútil que tienen que rellenar los profesores, papeles para guardar las apariencias y que nadie lee, salvo que sea para incomodar. El tiempo se va en programaciones prolijas, proyectos, informes, estadísticas, en vez de dedicarlo a “preparar” las clases.
Aunque más adelante se contradiga, Navarra critica a esos seudopedagogos, impostores del tipo de Marina, que opinan sobre cómo salvar la escuela de los profesionales que trabajan en ella, que dicen esto se debería hacer así o asá, que lo que falta es esto o aquello, con un lenguaje categórico y apocalíptico. Son sujetos que jamás han pisado un aula como las que pisamos los maestros de verdad y que no tienen ni idea de educación ni de didáctica. Saldrían corriendo a los cinco minutos de un aula de primaria o de secundaria. ¿Qué pueden aconsejar? Eso sí, tienen unos medios de difusión que no tenemos los demás. Los entrevistan, los contratan parar dar charlas como expertos de no sé qué, publican libros y artículos. Hacen más mal que bien. Mejor no escucharlos, porque a los profesionales nos ponen de mal humor.
En la segunda parte, cuando Navarra intenta avanzar soluciones para atajar esta preocupante situación, se vuelve tan panfletario como los autores a los que les ha reprochado su panfletarismo. Asombrado veo que cita a Marina y a otros como fuente de autoridad de lo que dice. ¿En qué quedamos, Navarra? Navarra escribe muy bien, pero al libro le sobran unas setenta y cinco o cien páginas: repite ideas en un crescendo apocalíptico para lucimiento de su prosa. Son páginas innecesarias, y en el género del ensayo lo redundante es una mácula.
En ese tono de “listo de la vida”, Navarra reivindica una escuela de élites en la que él pueda dar clase a gusto y ser el profesor chachi que todo el mundo quiere ser. Pero la realidad es más cruda.
Yo también reivindico desde hace muchísimo que los hijos de la clase trabajadora que quieran estudiar puedan hacerlo con garantías en la institución pública, y lo peleo a diario con uñas y dientes. No tienen dónde ir, y tienen derecho como ciudadanos a acceder a la cultura con garantías. Es una obligación ineludible de la escuela pública en cualquiera de sus niveles. Pero ¿qué hacemos con los demás? ¿Qué hacemos con esa massa damnata? También son ciudadanos.
Navarra contrapone una pedagogía tradicional, que es la buena, a una pedagogía nueva, que es la mala y causa principal de los males descritos y de otros muchos. Pero no define ni una ni otra, en una contraposición maniquea de tertulia televisiva o radiofónica. Desbarra y exhibe una ignorancia atrevida, en mi opinión, cuando afirma categóricamente que «el constructivismo genera analfabetismo funcional». ¡Hombre, Navarra, que habías empezado muy bien! ¿Qué sabes tú, si dices esto, de psicología del aprendizaje? ¿Cómo te atreves a juzgar tan alegremente lo que ignoras? Y desvarías irresponsablemente cuando opinas sobre los alumnos de integración y la educación especial. ¡Caray, un poco de prudencia, amigo!
Como ejemplo para una avanzadilla elitista que iluminaría el camino de la futura escuela, sufragada por bolsillos de particulares, porque «deberá ser privada» en un primer momento, Navarra mira con ojos golosos al Michaela School de Londres, «inspirado por Katharine Bilbalsingh, quien pensaba que se debía volver a la educación llamada “tradicional” y trabajar la autodisciplina del alumno. La educación tradicional es la que triunfa: no hay más que observar el caso de Finlandia». ¿Qué quieres que te diga, Navarra? Esto no tiene arreglo por esos derroteros. ¡Qué malo es lo público!, ¿verdad, Navarra? Y qué facilito todo si os hiciéramos caso a iluminados como tú. ¡Como los demás no tenemos ni idea!, ¿verdad, Navarra? En cualquier caso, te agradezco el esfuerzo del libro que, reconozco, invita al debate pedagógico, ausente incluso en los ambientes docentes. Una prueba es esta entrada en este blog.
En fin, estimados lectores, pienso que por ahí no llegarán los remedios. Tenemos en España una situación novedosa en nuestra historia que no hemos sabido solucionar todavía: todo el mundo va al colegio de los tres a los dieciséis años. ¿Cómo se da respuesta a tan variopinta población? Reconozcamos que la cosa no es fácil. En próximas entradas, me mojaré y expondré cómo veo yo el asunto.
Está claro que los institutos de secundaria no han dado en los últimos años respuesta al problema. ¡Es que es muy difícil, compañeros! Tenemos alumnos con diversos niveles de inteligencia y formación y el café para todos no vale ni a unos ni a otros. Y el sistema tradicional de exámenes y notas de 0 a 10 ha demostrado su fracaso total para afrontar este nuevo escenario educativo.
Hace treinta años, los alumnos que llegaban a los institutos de secundaria habían pasado por la criba de la EGB. Al BUP sólo pasaban los que habían aprobado 8.º, pero ahora llegan todos. Quien no quería o no podía estudiar se incorporaba al mercado laboral con catorce o quince años y, por lo tanto, ya no “molestaba” más en un centro escolar. Es un panorama nuevo que ha desbordado a una institución y un profesorado que no estaba preparado para esta avalancha.
La indisciplina es el mayor el problema y la mayor preocupación en estos momentos de los cuerpos docentes en todas las etapas educativas, problema que se agrava por la actitud de muchas familias. Evidentemente hace falta un mínimo clima de silencio y respeto para enseñar y aprender. Ya hablé en una entrada anterior de la situación de acoso laboral del profesorado. Posiblemente, tendríamos que tener una tolerancia cero con la violencia en las aulas y con la indisciplina. Todo el mundo tiene abierta la puerta del aula, siempre que no impida el trabajo y el aprendizaje del resto, que tiene el mismo derecho.
Hay otros asuntos relacionados con el sentido de la educación y el modo de educar en esta nueva era. Pero por hoy lo voy a dejar aquí. En próximas entradas, como he dicho más arriba, continuaré con este asunto, no escurriré el bulto. Ahora que estoy en activo es el momento de opinar y de proponer soluciones.
La sociedad y la escuela, que forma parte sí o sí de la sociedad, es algo vivo y cambiante y, en consecuencia, incierto. El curso que ya ha comenzado, que está en su primer tramo o trimestre, se presenta tan incierto como los que le han precedido, por todo lo que he expuesto y por mucho más, pero hay que afrontarlo con valor y temple. Ponernos nerviosos y derrumbarnos nos hace daño y no sirve para nada.
El principio de incertidumbre de Heisenberg es una genialidad científica de este físico alemán, pero vivir en la “incertidumbre” puede generar grandes dosis de ansiedad. Venga, hay que aguantar, “hacer bien el trabajo diario” (perdón por la simpleza, pero esto es así) y buscar remedios “reales y caseros” partiendo de la “realidad” y del “sentido común pedagógico” (sé que no lo defino, como hace Navarra, y vuelvo a pedir perdón).
Hoy es domingo. ¡Mañana, a clase!

Carlos Cuadrado Gómez


viernes, 9 de agosto de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 10

EL POTAJE DE ESOPO 10

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Deambulación octava
Sobre libros (II)
Lecturas de verano

Las “lecturas de verano” a que me refiero son “mis” lecturas de verano, las que acabo de hacer o estoy haciendo.
Descreo de las “lecturas de verano” que se recomiendan en revistas y anexos culturales de los periódicos. Se suelen referir dichos anexos a lecturas ligeras, poco complicadas, novelas simples, fáciles, sentimentales, de aventuras, libros de autoayuda o de jardinería. Pienso que cualquier libro puede leerse en cualquier estación del año. Es más, posiblemente las lecturas “pesadas” sean más aconsejables en verano, cuando, gracias a las vacaciones, se tiene más tiempo y los problemas laborales están aparcados. Esas lecturas “ligeras” quizás entren mejor durante el año laboral, como relax de las muchas tensiones que padecemos. Pero cada uno verá. Tampoco soy yo quién para dar consejos tan a la ligera. La cuestión es que se lea.
Empezaré por los libros que ya he leído.
Bomarzo, de Mujica Lainez, llegó a mis manos en junio para pasar el tiempo de espera en una sala de hospital. Es una relectura. La tenía pendiente. Releo muy poco, pero Bomarzo estaba en la lista de las relecturas. ¡Cuánto he podido gozar! Más que la primera vez, hace no sé cuántos años. Coincidimos leyéndolo mi amigo Vidal y yo, y qué bien lo pasábamos comentando este o aquel pasaje. Por ejemplo, cuando Pier Francesco Orsini deja morir a su hermano mayor en el río, con la anuencia de su abuela. La novela se mete en la mente de un hombre del Renacimiento italiano, en la época álgida de los Médicis, el papa Clemente VII y Carlos V. Imprescindible para comprender la época y muy emocionante. Junto con Yo, Claudio, de Robert Graves, es para mí la mejor novela histórica que he leído.
Entre junio y julio también terminé La huida del tiempo, de Josep Pla. ¿Qué puedo decir de uno de mis autores de referencia? Pla recorre el calendario, por estaciones, comentando lo que le da la gana: fiestas, comidas, lugares, flora y fauna, costumbres, encuentros, personajes. ¡Qué más da! Que escriba de lo que quiera. Siempre es genial. Es un maestro en contar la vida diaria. Admirable.
He concluido Poesía completa de Ida Vitale, premio Cervantes 2018. El libro me lo regaló la UPL de Leganés junto con Memoria de la nieve de Julio Llamazares el día del homenaje a Eloísa Pardo en el José Monleón de Leganés. Leí antes a Llamazares, que combina en este libro poesía versificada con poesía en prosa. Me gustó mucho. Pero voy a Ida Vitale. He tenido que leer su Poesía completa para reconciliarme con ella. Lo admito: es una gran poetisa. Pero lo mejor de Ida no es lo primero ni lo último de su producción poética, sino lo del medio, lo de los años de madurez (me refiero a edad, no a momento psicológico). Lo del medio es excepcionalmente bueno. El libro está ordenado de más moderno a más antiguo, y hay que esperar bastantes páginas antes de llegar a lo bueno, que, desde luego, merece la pena.
Sigo teniendo entre manos Migajas de filosofía, de Soren Kierkegaard, que sigue su curso. También he comenzado Sofistas, testimonios y fragmentos, una edición muy cuidada de varios expertos en literatura griega. Los griegos me apasionan, ¡qué le vamos a hacer! Me parecen geniales. Ahora estoy con Protágoras y os aseguro que me tiene cautivado. Después de aquella gente, todo es decadencia. Perdonadme la exageración, pero es lo que me viene a la boca.
De modo sistemático, dedicándoles horas a diario, estoy leyendo Ana Karenina de León Tolstói y Los padres de la Iglesia de José Vives. Ambos libros son voluminosos.
Deseaba volver a Ana Karenina, porque lo leí muy joven, no sé si era una versión íntegra, y recuerdo que tuve mucho lío con los nombres, especialmente con los Alexéi Alexándrovich. ¿Marido, hijo, amante? Ahora lo estoy disfrutando más. Tengo bien localizado a todo el mundo. León Tolstói es genial. ¡Qué manera de narrar bien algo, de crear un mundo con la palabra! Ana Karenina es con derecho propio uno de los grandes personajes de la literatura universal, junto a Madame Bobary o la Regenta. Me tiene realmente pillado Tolstói. Son más de mil páginas de ebook, que vuelan como una gaviota. Para escribir esta novela hay que conocer en profundidad la propia sociedad y los entresijos de la condición humana. La lectura es directa y fácil, algo que sólo consiguen los genios. Si escribiéramos una novela de nuestro tiempo como Tolstói, dentro de doscientos años nos leerían, seguro. Ralentizaré la lectura para saborearla mejor.
Los padres de la Iglesia es una antología de los escritores cristianos de los siglos I-III d. C., anteriores a San Agustín. Tengo necesidad de leerlos en directo para comprender una época que puso las bases de lo que somos en la actualidad, no sólo como Iglesia, sino también como sociedad. En esas fechas se produce el paso del Dios de los profetas al Dios de los filósofos. Ellos hicieron un enorme esfuerzo y un gran trabajo de hermenéutica de los textos de la Sagrada Escritura y del “fenómeno Jesucristo” para los hombres y mujeres de su época, inmersos en la cultura helénica, una cultura marcada especialmente por el platonismo, un platonismo que seguimos sufriendo en el siglo XXI. Los leo con pasión, no puedo evitarlo: Ignacio de Antioquía, Justino, Ireneo de Lyon, Orígenes, etc. Fueron tremendamente cultos y geniales, pero nos dejaron una herencia hermenéutica que debe evolucionar en los tiempos que vivimos, adaptarse a la mentalidad y al lenguaje de los hombres y mujeres del siglo XXI. Quiero aprender de ellos, de su metodología de trabajo, para continuar la Cristología de la periferia que perfilé en mi libro Prolegómenos a una cristología de la periferia. En tanto no termine los Santos Padres, no acometeré la continuación de la anunciada cristología. Empiezo el capítulo de Orígenes, que promete.
También estoy siendo sistemático desde hace tres días con un libro de Adela Cortina: Aporofobia, el rechazo al pobre. Hace unas semanas, vi en YouTube una entrevista de ella hablando sobre esta cuestión que me cautivó. El término aporofobia está admitido en el Diccionario de la Real Academia, y se define como fobia o rechazo a las personas pobres. Me está pareciendo un ensayo de gran lucidez
Entre los libros nonatos, he de citar dos. Ambos verán la luz antes de Navidad, pero, de momento, son manuscritos en manos de los autores y sus amigos. El primero es Haro y yo, de mi amiga Eloísa Pardo. Haro es su anterior perro, fallecido. Emplea el género del dietario y, he de reconocer, que se le da de perlas. El segundo es mío: Un año en bicicleta. Me hará mucha ilusión verlo publicado. He dejado cerrado el texto. A falta de cuatro flecos, ya está listo. Hacia octubre se podrá leer impreso. También es un libro con forma de dietario, donde cuento mi vida de ciclista durante un año.
Libro dietario es La vida a ratos de Juan José Millás, que me ha dejado mi amigo Juan Carlos. Antes de dormirme por la noche, lo voy leyendo precisamente a ratos. Quería leerlo de gorra y, gracias a Juan Carlos, así lo estoy haciendo. Entretenido, no tiene más comentario.
Estoy disfrutando mucho con dos revistas de bibliófilo que me ha enviado por correo mi amigo Félix de Cáceres. Una ha volado de París a España (Lire), y es un monográfico de Marcel Proust: 100 ans après son prix Goncourt. Con Proust tengo una relación personal muy intensa, desde los veinte años lo leo periódicamente. Félix lo sabe. De À la recherche du temps perdu he leído cinco de los siete volúmenes que integran la obra: afortunadamente me restan dos. Tengo la suerte de poder leerlo en francés, la lengua original. Proust juega en otra liga, nunca defrauda y crea adicción. La otra revista (Mercurio) está dedicada a Walt Whitman (Universo Whitman), a propósito del segundo centenario de su nacimiento. Para que Borges hable bien de él, ya tiene que ser bueno este inigualable poeta estadounidense.
El pasado 5 de agosto murió la escritora Toni Morrison, que fue premio Nobel de Literatura en 1993. Reconozco que no he leído nada de ella. Me he descargado varias novelas suyas. Empezaré por Paradise. Ya os comentaré.
Todavía queda mucho verano por delante. Disfrutad de la lectura y de los otros placeres cuanto podáis. La vida es breve y hay que pasarlo lo mejor posible.
Carlos Cuadrado Gómez

domingo, 23 de junio de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 9

EL POTAJE DE ESOPO 9

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Deambulación séptima
Acosados

Me ha costado decidirme a escribir sobre la vida laboral tensa de los docentes. Fácilmente se es corporativo y panfletario cuando se toca la fibra emocional propia y ajena. Pero en este blog de educación los docentes no suelen salir bien parados: si excepcionalmente hablamos bien de ellos, no pasa nada.
Lo que voy a contar es el pan nuestro de cada día de mi profesión, lo que a diario veo y vivo. Otros agentes relacionados con la escuela, vg. familias, alumnos, inspectores, concejales, periodistas, etc., quizás tengan una visión del asunto diferente o contrapuesta a la mía, con su correspondiente carga de verdad. La realidad en general admite muchas perspectivas, casi todas respetables.
Planteo que los maestros vivimos una situación normalizada de acoso laboral. En escuelas e institutos se viven muchos tipos de acoso, y la gravedad es trágica cuando los menores son las víctimas, una lacra que no podemos consentir, que hay que extirpar de raíz. Pero hoy toca hablar de los trabajadores de la tiza.
Especifico “acoso laboral”, porque en el caso de los docentes se produce en el ejercicio de su profesión y no en otro contexto.
De todas las definiciones que he consultado, he extraído cuatro requisitos imprescindibles para hablar de acoso laboral:
1. Debe haber algún tipo de hostigamiento o presión psicológica hacia la persona acosada.
2. Debe producirse en un entorno laboral, como es el caso de los docentes en el ejercicio de su profesión.
3. El hostigamiento no es puntual, no se circunscribe a casos aislados o excepcionales, sino que se produce de manera sistemática y continuada.
4. La persona acosada ve alterada su estabilidad emocional en el ejercicio de su profesión.
Considero que no es condición sine qua non que el perjuicio provenga de superiores jerárquicos. El daño puede originarlo cualquier persona relacionada con el individuo en su ámbito laboral y que, de modo consciente o inconsciente, lesione su dignidad como trabajador y, en consecuencia, su estabilidad psicológica, impidiendo el correcto desarrollo de su labor profesional, la enseñanza en nuestro caso.
Soy consciente de navegar por aguas procelosas, pero asumo los riesgos.
Los primeros que hostigan al docente son sus propios alumnos. Es muy corriente el mal comportamiento en las aulas, desde que se entra hasta que se sale. Habitualmente son conductas disruptivas que impiden el desarrollo normal de las clases: interrupciones gratuitas, de gamberreo, que distraen la atención del conjunto de los alumnos y del docente. Por parte del sujeto que interrumpe, es una falta de respeto descarada al trabajo del maestro y al derecho a la educación del resto de sus compañeros.
Son frecuentes las agresiones entre alumnos. Pero, por desgracia, el agredido directamente, mediante palabras o gestos, puede ser el propio docente.
Imaginen un médico al que le dan codazos mientras hace una cura, un mecánico al que le apagan la luz del foso mientras examina los bajos de un coche, un cocinero al que le retiran las cacerolas del fuego antes de llegar al punto de cocción del guiso o un barrendero al que insultan por la calle mientras hace su faena. En esas condiciones es imposible hacer bien el trabajo que se tiene entre manos y el nivel de ansiedad del sujeto acosado, porque eso es acosar, se dispara.
Ahora pónganse en la piel de un maestro y me cuentan.
Los disruptores se saben intocables. La gente dice: Yo haría esto, yo haría lo otro. No es tan fácil, amigos, la cosa no es tan fácil. En la mayoría de los casos, los sujetos disruptivos están apoyados o protegidos por sus familias, que no comprenden el mal que se hacen sus hijos a sí mismos y al resto, y que no ponen remedio en la parte que les toca. No exagero, quien va todos los días a trabajar a la escuela sabe que no exagero. Y quede claro que rechazo radicalmente cualquier tipo de violencia física o moral por parte del profesorado para atajar determinados comportamientos.
Las causas de las malas conductas, evidentemente, están en las biografías de los alumnos disruptivos. Si analizamos sus vidas, comprenderemos en gran medida su comportamiento. Pero el fenómeno es el que acabo de describir, y, un día tras otro, la tensión que vivimos pasa factura a nuestra estabilidad emocional. Las cuatro condiciones que dimos para hablar de acoso laboral se cumplen cumplidamente y de largo.
¿Podría negarse alguien a entrar en una determinada aula por sufrir acoso laboral? Al fin y al cabo, uno va a su trabajo a educar, a enseñar, a facilitar el acceso a la cultura a las jóvenes generaciones, no a pelear como un gladiador en el circo romano. La cultura es uno de los pilares de la escuela, la escuela no es un simple grupo de ocio juvenil o una institución militar. A veces se les pide a los docentes unas cualidades más propias de instructores militares que de personas que ayudan a crecer a otros. ¡Y mira que es bonito este oficio! Hoy por hoy, no creo que nadie legalmente pueda negarse a entrar a una determinada aula. Si no quieres entrar, tendrás que pedir una baja por depresión. Hay muchas bajas laborales de este tipo.
Las clases salen adelante con un esfuerzo ímprobo y un desgaste psicológico exorbitante de los docentes. Es muy difícil implementar didácticas alternativas en este ambiente hostil. No obstante, deberíamos hacer un análisis del planteamiento pedagógico general de la escuela española y, seguramente, llegaríamos a la conclusión de que hay muchas cosas en el estricto ámbito profesional que habría que cambiar. Los docentes, sin duda, son los principales responsables del funcionamiento de la institución educativa. Me temo que esto es la pescadilla que se muerde la cola.
Las familias, no todas ciertamente, son otro factor de desestabilización. Con una sola familia que quiera hacerte la vida imposible es más que suficiente.
¿Qué se comentará de nosotros en muchos hogares? Un alumno que escucha comentarios vejatorios de su maestro en casa no está en condiciones de convivir con él cinco horas pacíficamente y entusiasmado.
Desde las familias, se piden explicaciones prolijas sobre nimiedades o decisiones diarias que se toman desde el sentido común más elemental. ¡Qué daño nos hace eso! ¡Cuánto tiempo perdido en explicaciones insustanciales, en justificar trivialidades para evitar males mayores!
El maestro es sospechoso, haga lo que haga. Por el wasap de un grupo de padres y madres circulan las calumnias como la pólvora. Y acaban teniendo estatus de verdad. Si nos cuelgan un sambenito, no nos lo sacudiremos de encima en mil años. Un rumor infundado puede tumbar al más pintado. Las quejas al equipo directivo están a la orden del día. Una denuncia a la inspección o en un juzgado, aunque no tenga fundamento real, nos puede amargar la existencia, nos puede arruinar la vida. Aunque ganemos la demanda, el daño psicológico es irreparable.
Con lo que digo, no defiendo la impunidad de los docentes. Sin duda hay que verificar si las denuncias tienen base real. Pero el peligro permanentemente está sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles.
En esta tensa tela de araña, pueden entrar en juego la administración, los medios de comunicación, las editoriales y otros agentes sociales. De mil maneras se puede lastimar al cuerpo docente. Un maestro es muy vulnerable, es muy fácil hacerle daño, y uno lo sabe cada mañana cuando pisa el aula.
Imagino que la situación en Educación Secundaria es, si cabe, más complicada que en Educación Infantil y Primaria. Es un tramo educativo que no conozco directamente, pero no creo que me equivoque mucho. Tiene que haber institutos en los que el ejercicio de la docencia es arriesgado y peligroso.
Ni en las tribunas políticas ni en los medios de comunicación se analiza la responsabilidad de alumnos y familias en el fracaso escolar del sistema educativo. Supongo que no da rédito electoral pedir a estos sectores sociales que favorezcan la educación propia y la de sus convecinos, teniendo comportamientos civilizados en las aulas, poniendo los cinco sentidos en aprender, trabajando con ilusión para superarse, estando un poco pendientes de los hijos.
En el cuerpo docente hay de todo, como en botica, y no somos encantadores de serpientes, pero con la colaboración del alumnado y sus familias la calidad de la enseñanza mejoraría muchos puntos. Es muy difícil enseñar al que no quiere aprender. “¡Un poco de por favor!”, como decía el actor Fernando Tejero en su papel de portero en la serie Aquí no hay quien viva.
De todas formas, la relación tensa y conflictiva de alumnos y profesores es tan antigua como la propia institución escolar. Leyendo las Confesiones de San Agustín, un libro precioso y fascinante del siglo IV d. C., me llamó poderosamente la atención —todavía lo recuerdo, aunque hace casi veinte años que lo leí— el motivo que expone San Agustín para mudarse de Cartago a Roma. Subrayé de rojo el pasaje, de modo que me ha sido fácil encontrarlo:
Pero el motivo más importante y casi único [de trasladarme a Roma] fue que los jóvenes estudiantes de Roma —según había oído— eran más tranquilos y estaban sometidos a una disciplina más severa. No se les permitía, por ejemplo, irrumpir violentamente y cuando les viniera en gana en las clases de maestros que no fueran los suyos.  Tampoco eran admitidos en ellas sin el permiso del maestro. En Cartago, por el contrario, los estudiantes estaban sin control y su conducta era intemperante. Entraban alborotadamente y sin respeto en las aulas, trastornando el orden impuesto por el maestro en beneficio de los alumnos. Su estupidez era increíble, hasta el punto de cometer gamberradas que deberían ser castigadas por la ley, si la costumbre no los protegiera.
Como vemos, el gamberreo, el no dejar dar clase, el acoso al profesor, viene de lejos. San Agustín en aquellos momentos se dedicaba a la educación de jóvenes de las clases acomodadas. No imaginaba que algún día sería el obispo de Hipona. En Roma busca poder ejercer su profesión con dignidad, sólo eso. En la actualidad, solicitaría un cambio de destino en el concurso de traslados.
Muchos docentes demandan lo mismo: poder enseñar con unas mínimas condiciones de respeto, sin padecer tensiones y vejaciones gratuitas. Sin unos mínimos ambientales, es imposible desempeñar esta maravillosa profesión.
El riesgo de tener problemas de este tipo lo tenemos todos, nadie es invulnerable. No te pasa hasta que te pasa.
¿Soluciones? No quiero echar balones fuera, pero la cosa está complicada. No es vana palabrería decir que debemos aunar esfuerzos desde todos los frentes, estudiar estrategias y llevarlas a cabo. Todos nuestros alumnos, sin excepción, merecen un ambiente escolar amable donde recibir una educación de calidad. Como sociedad, mirando al presente y al futuro, no podemos permitirnos una debacle educativa. Reconducir ambientes dañados lleva su tiempo y muchísimo esfuerzo, pero ¿para qué estamos aquí?, ¿para qué somos maestros?, ¿para qué somos estudiantes?, ¿para qué tenemos hijos? 
Mientras tanto, un mientras y un tanto que van para largo, maestros y maestras, traguen saliva y afronten con valor cada día. Y, si tienen miedo, lo disimulan e intentan no venirse abajo. Lo último es derrumbarse. El instinto de supervivencia es un gran aliado. Y en las aulas tenemos de todo, también chicos maravillosos que nos piden que seamos fuertes, que estemos con ellos en el difícil mundo que les toca vivir, que no nos rindamos, porque somos para ellos un punto de referencia valiosísimo. Por unos y por otros —todos son ciudadanos con derecho a la educación—, y por nosotros mismos, aguantemos el tipo.
¡Suerte!
Carlos Cuadrado Gómez

viernes, 15 de marzo de 2019

La puerta de Luna

Por fin,
ya lo tengo en mis manos...


¡Espero que disfrutéis con el!
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viernes, 1 de marzo de 2019

EL POTAJE DE ESOPO 8

EL POTAJE DE ESOPO 8

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Deambulación sexta
Sobre libros (I)

Tengo un poco seca la fuente de la meditación pedagógica. Campanuda frase para comenzar esta deambulación que voy a dedicar a mis lecturas, que, más que hacerme pensar o aumentar mis conocimientos, me dan compañía en el desierto de la vida. He pasado de lo campanudo a lo ampuloso. Perdonadme, estoy verborreico.
Hoy mis comentarios se refieren a los libros que últimamente he leído o a los que tengo ahora mismo entre manos. ¿Cuáles son los límites de ese últimamente? Son imprecisos, digamos un mes, mes y medio o dos meses.
Procederé por géneros.
En estos momentos, estoy releyendo la novela Don Segundo Sombra del argentino Ricardo Güiraldes. Es un clásico de la literatura gauchesca junto al Martín Fierro de José Hernández, ese largo cantar de gesta, que es la biblia de los argentinos. He vuelto a Don Segundo Sombra por casualidad. Como tengo la rodilla derecha perjudicada, voy a diario a una sesión de magnetoterapia: me tumbo en una camilla media hora y me ponen encima de la rodilla un arco magnético. Yo no siento nada, pero algo hará el aparato. La hora de comienzo es las cinco de la tarde, una hora muy torera. Los primeros días llegué con la intención de dedicar la media hora a la lectura. ¿Qué leo? Miré en mi biblioteca y tomé el volumen de Güiraldes porque el formato del libro es pequeño, es de esas colecciones de cuasi-mini-libros, con las cubiertas en piel roja, manejables para leer tumbado. Yo paseo el libro de mi casa a al centro de rehabilitación, pero realmente dormito la media hora, a lo sumo leo un párrafo. Ahora bien, como Don Segundo Sombra me ha enganchado, lo leo por los rincones de mi casa, de día y de noche, que es como se leen los libros que gustan. Esta novela y El viaje del Beagle de Charles Darwin son los responsables de mi afición a los caballos y de que, hace cinco años, decidiera aprender equitación en el Club Hípico Leganés. Y ahí sigo.
Recientemente he leído dos novelas: Todo el mundo sabe de Guillermo M. Schrem y La novela de Pepe Ansúrez de Gonzalo Torrente Ballester.
La novela de mi amigo Guillermo es policíaca. Pasadas las primeras veinte páginas, entré en un estado de lectura compulsiva, que no me abandonó hasta llegar al desenlace. Supongo que es lo que pretende quien cultiva este género. Guillermo lo consigue.
El día de la presentación de Todo el mundo sabe, que fue en una cafetería del Carrascal (Leganés), salí de la magnetoterapia y, camino de la cafetería, paré en la biblioteca Julián Besteiro para hacer tiempo. La biblioteca estaba abarrotada de estudiantes empollando sus apuntes. Me di una vuelta por la sección de novelas y tomé en préstamo La novela de Pepe Ansúrez. Es una vacilada de don Gonzalo, pero ¡tan bien hecha! Don Gonzalo nunca defrauda. ¡Es formidable!, tal vez el mejor novelista en lengua española del siglo XX.
Concluyo la sección de novela con mi César Aira. Lo descubrí por casualidad, viendo el programa de televisión Página 2, un programa que es un escaparate descarado de las grandes editoriales. El presentador me parece tópico, típico y patético. Pero ese día entrevistó a César Aira, y yo estaba allí. Aira es un novelista y ensayista argentino que en ambos géneros ha conseguido hacer algo distinto, algo profundamente distinto. Sus obras son breves, entre ochenta y ciento veinte páginas, y se van construyendo sobre la marcha, o esa es la impresión con que se queda el lector. Parece que ni el propio autor sabe qué pasará dos páginas más adelante. Y todo con una imaginación espectacular y una prosa prodigiosa. Lo último que he leído ha sido El sueño, donde se cruzan los destinos de vendedores de periódicos, madres solteras de un centro de acogida, monjas de carne y hueso y monjas cibernéticas. ¿Quién da más? Lo primero que leí de Aira fue La costurera y el viento. En espera tengo Varamo.
Hay obras de Francisco Umbral que no sé catalogar. Es el caso de Mortal y rosa y Diario de un escritor burgués. La segunda obra es la que acabo de leer. Me decanto por incluirla en el género de literatura de dietario. El gran dominador del género es Josep Pla, pero últimamente no he leído nada de él y, por lo tanto, no hago ningún comentario sobre su obra. Umbral cuenta más o menos su vida durante uno de los años de la transición española a la democracia, siendo presidente de gobierno Adolfo Suárez. Umbral fue un cronista excepcional de esa época, con agudeza, mordacidad y sentido del humor. Es uno de los mejores prosistas de la segunda mitad del siglo XX, un escritor con una sensibilidad exquisita, en lo que dice y en cómo lo dice. Umbral es sencillamente genial. De vez en cuando, acudo a él para leer literatura de calidad y encontrar algo de sosiego como lector. Es un puerto seguro.
Paso al ensayo. Estoy con Soren Kierkegaard. Más adelante diré por qué. A algunos os sonará de aquello que decían Faemino y Cansado: «¡Qué va, qué va, qué va, / yo leo a Kierkegaard!». Comencé con El concepto de angustia y ahora leo Migajas filosóficas. Mis referencias de Kierkegaard vienen de que es uno de los filósofos principales del existencialismo y de que influyó bastante en el pensamiento de Miguel de Unamuno. En El concepto de angustia me parece un filósofo menor. Creo que en la obra peca de psicologismo barato, y no consigue que al lector le quede claro ninguno de los conceptos que intenta explicar. Mi impresión es que él no se comprende a sí mismo. Simultáneamente he releído San Manuel Bueno Mártir de Miguel de Unamuno. En la cincuentena, que es el periodo de la vida en el que estoy, don Miguel me ha parecido un novelista notable, pero con un pensamiento religioso muy inmaduro. Las Migajas filosóficas me están interesando más, por el hecho de que se habla de Sócrates, Platón y otros filósofos griegos, que siempre son atractivos. Cuando acabe las Migajas filosóficas, leeré Temor y temblor, y ahí lo dejaré.
Salí de las pasadas Navidades con María Montessori y sus Ideas generales sobre el método bajo el brazo y continué con El método de la pedagogía científica. Son ensayos pedagógicos. Buscaba algo de luz para mi profesión, maestro de escuela, y regresé a una de mis pedagogas favoritas. Montessori es un faro en estas tinieblas pedagógicas en que vivimos. Sí que me ha iluminado, por el sentido pedagógico de su método y por dos o tres cosillas concretas, que intento llevar a la práctica en mi trabajo diario. Tengo pendiente tomar algunas notas y pergeñar algunos esquemas.
Hace un par de semanas he concluido La lengua y el género, del académico Pedro Álvarez de Miranda, donde se aborda la cuestión del lenguaje no sexista o lenguaje inclusivo, que es uno de los debates lingüísticos que se están produciendo a pie de calle. Álvarez de Miranda, con rigor filológico y buen humor, explica la estructura del español en relación con el género de las palabras y analiza los posibles derroteros evolutivos de nuestra lengua en este terreno. Hay que dar tiempo al tiempo antes de tirarse a la piscina, porque los fenómenos lingüísticos, para que supongan cambios estructurales y no se queden en modas pasajeras, necesitan precisamente tiempo. Recomiendo su lectura para evitar ciertas ideas preconcebidas y prejuiciosas que tienen poca base gramatical. De paso, el lector repasará la gramática española que estudió en la escuela y en el instituto, cosa que nunca está de más y que siempre viene bien.
Termino con la poesía.
El libro de Modesto González Lucas Poetas en la sierra de Gredos, que he tenido la suerte de presentar con el autor en dos ocasiones, me ha abierto la puerta a poetas ignotos para mí, entre ellos Ramón de Garciasol y Víctor Pérez. El poeta principal del libro, en su parte ensayística y en su parte antológica, es Miguel de Unamuno. Por eso, he releído San Manuel Bueno y Mártir y estoy con Kierkegaard. De rebote, por aquello de la mala costumbre de comparar a los poetas y, por lo tanto, considerar a Antonio Machado el mejor poeta de la Generación del 98, estoy releyendo apasionadamente la poesía completa de Machado. ¡Ay, don Antonio, qué bueno eres! En un rapto de entusiasmo, proclamo que Campos de Castilla deberíamos memorizarlo todos por devoción, y, si no hubiere devoción —hay gente para todo—, por obligación. No os podéis imaginar lo que estoy disfrutando con Machado. Habrá que dedicarle una deambulación monográfica.
De mi amigo Modesto ayer mismo concluí El cuenco de los haikus. Muy interesante. Todavía es un borrador. No sé si terminará en libro impreso. Mi ignorancia sobre la poesía japonesa es supina. Sólo he leído haikus sueltos y el libro de Luis González Carrillo En la frontera. Habrá que explorar esta veta.
Un poeta al que sigo y del que procuro leer todo lo que publica en castellano y en catalán es Pere Gimferrer, uno de esos grandes sabios que tenemos en España y que tan poco conocemos. Su último libro de poesía es Las llamas. ¡Extraordinario! Como me ocurre con otros poetas, entro un poco frío en sus libros. Los primeros poemas parece que pasan sin pena ni gloria, como una cosa anodina, pero, a medida que avanzo, la temperatura sube progresivamente muchos grados, y no me queda más remedio que admirar al poeta y volver a aquellos primeros poemas fríos. Y me los encuentro desafiantes y calientes, y reprochándome mi mediocridad de lector. ¡Cuántas lecciones recibe uno y cuántas me quedan pendientes!
Tengo que mencionar el Poema del cante jondo de Federico García Lorca. El pasado 22 de febrero de 2019 celebré con unos amigos el día de Andalucía, que es el 28 de febrero, con la palabra, el vino y el cante. Recité unos versos de este libro del gran Federico, que nos tocaron el corazón y nos emocionaron. Federico tiene magia y duende en sus versos, ¡qué le vamos a hacer!
Termino. Estoy esperando como agua de mayo el nuevo poemario de mi amiga Eloísa Pardo Castro, autora de Pronto será oro el membrillero y Besos de nitroglicerina en el corazón. No dejéis de visitar su blog. Creo que el poemario se titulará Piel. ¡Cuánta falta nos hace!

Carlos Cuadrado Gómez