sábado, 20 de abril de 2013

CRÓNICA DE LA PRESENTACIÓN EN LA LIBRERÍA MUGA (3)

Las medias de don Quijote
(Es continuación de la entrada anterior)

Concluyo esta breve disertación (¿O no está siendo tan breve?) mencionando un pasaje especialmente conmovedor para mí de don Quijote. La obra de Cervantes me ha servido para concluir el ensayo y con ella cierro esta parte del encuentro que estamos teniendo.
En el capítulo 44 de la 2.ª parte, don Quijote está en la mansión de los duques y acaba de despedir a Sancho, que ha partido hacia la ínsula como gobernador. En ese momento, ido Sancho, se derrumba y siente su soledad, porque realmente está solo. Tras la cena, pide a la duquesa que nadie lo acompañe a sus aposentos, que no quiere ayuda para desvestirse –la duquesa le ha ofrecido cuatro doncellas para tal menester–, quiere estar solo y esgrime la excusa de guardar fidelidad a Dulcinea, que no deja de ser una ficción, apelando al ejemplo de Amadís de Gaula, que también es un personaje de ficción.
 Pero la verdadera razón de ese empeño por estar solo es que su ropa interior está hecha una pena. En medio de la parafernalia de la casa de los duques (Clavileño…) y del lenguaje cortesano que emplea con ellos, don Quijote no deja de ser un pobre hidalgo, y él lo sabe. Y se derrumba cuando, al descalzarse, se le sueltan dos docenas de puntos de una media verde, que «quedó hecha celosía», diríamos hoy: como un colador.  Dice Cervantes: «Cerró tras sí la puerta, y a la luz de dos velas de cera se desnudó, y al descalzarse –oh desgracia indigna de tal persona- se le soltaron no suspiros ni otra cosa, que desacreditara la limpieza de su policía, sino hasta dos docenas de puntos de una media, que quedó hecha celosía». ¡Don Quijote daría la vida por tener hilo verde para cogerse él mismo los puntos! ¡Incluso lo haría con hilo de otro color, que era la mayor muestra de miseria que podía tener un hidalgo! El mismo Cide Hamete Benengeli se compadece de él, la desolación de don Quijote le conmueve, y maldice la pobreza y la losa de tener que guardar las apariencias de los hidalgos cristianos de aquel tiempo (la negra honra): don Quijote por unos momentos deja de ser caballero andante y vuelve a su ser ordinario de hidalgo castellano, uno de tantos.
 ¡Cuántas veces nos quedamos solos en clase, como la maestra de las ansiedades, y nos venimos abajo! ¡Un maestro de tantos, haciendo hojas de un libro, practicando la antipedagogía como uno más! Esa es nuestra escuela, no la que imaginamos con la utopía de los fundadores de la Escuela Nueva, nuestros caballeros andantes. Hemos defendido en público el discurso de María Montessori, pero la realidad es un libro que hay que acabar, unos deberes que hay que mandar, un carnaval en donde hay que estar alegres. Hemos querido sacar petróleo de todo eso, salvar los trastos del naufragio, pero nos encontramos como don Quijote, con las medias rotas debajo de los zapatos y sin hilo para remediar el desaguisado.
Esas medias rotas también pueden ser la escuela del entretenimiento: debajo de las botas, o sea, de los carnavales, las visitas de los policías, las campañas medioambientales, de la clase de informática, que dan una apariencia de escuela chachi, moderna, comprometida con la sociedad, están las medias rotas, la cultura ausente, las prisas, los intereses editoriales, la didáctica rancia y un largo etcétera. Creo que hay que comenzar por remendar esas medias rotas, sin prisa, para que los zapatos no oculten la realidad real, por donde se cuela el frío y por donde el cuero en contacto con la piel nos está haciendo rozaduras y levantando ampollas.
 Concluyo con unas palabras de Ortega y Gasset, de su libro Meditaciones del Quijote: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». El filósofo invita a la aventura, como hizo Alonso Quijano, y dice: «La aventura quiebra como un cristal la opresora, insistente realidad. Es lo imprevisto, lo impensado, lo nuevo. Cada aventura es un nuevo nacer del mundo, un proceso único. ¿No ha de ser interesante?».
Las aventuras son aventuras porque su final es incierto, como digo en el epílogo del libro. La escuela nos espera. Muchas gracias.

Madrid, Librería Muga, 5 de abril de 2013
Carlos Cuadrado Gómez

Carlos y José Manuel


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